SEGUNDO EPÍLOGO:
DIEZ AÑOS DESPUÉS
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MAX
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Bufé y lancé mi cabeza hacia atrás, con los brazos muertos a los lados, y me quejé porque ya habían pasado como mil años desde que estábamos en la dirección. Marco, Beto y los demás debían estar jugando un partido mientras nosotros estábamos ahí, esperando a mi papá. Lo único bueno era que de seguro me dejarían salir temprano.
―Max, deja de jugar con eso ―me regañó el director.
Yo volví a dejar la lapicera en su escritorio, y me quejé de nuevo.
Lucas y su papá me veían como si apestara, pero no me importó. Lucas tenía un pañuelo debajo de su nariz, para que la sangre no se derramara.
―¡Papá! ―grité emocionado al verlo entrar―. ¿Ya nos podemos ir?
Papá puso cara de estar de acuerdo.
―Max agredió a uno de sus compañeros de clase ―dijo el director.
―Sí, porque él se burló de mi mamá ―me defendí.
―¡No es cierto! ―gritó Lucas.
―¡Sí es cierto!
―Niños, tranquilícense los dos ―El director, otra vez―. Max, ¿qué es lo que dices que ocurrió?
―Lucas y yo estábamos jugando fútbol, y como yo iba ganando, como siempre ―me burlé―, se enojó, y me dijo que mi mamá estaba deforme. Entonces yo le dije «¡ya vas a ver lo que es estar deforme!», y le lancé un puñetazo en la nariz, ¡pero yo no quería!
―Te dejaste llevar por lo que dijo de tu mamá.
―¡No! ¡Me refiero a que iba por los dientes, no por la nariz!
El director puso una cara rara y el padre de Lucas me miró ofendido. Qué le pasaba.
―Muchacho, ya tienes siete años, sabes lo que está bien y lo que está mal. No nos vamos a ir de aquí hasta que te disculpes, y aun así no sé si sea suficiente.
Yo lo miré y luego a Lucas, que ya no tenía el pañuelo en la nariz. No sé por qué hacían tanto escándalo, no había sido nada.
―Está bien ―acepté, porque soy muy humilde―. Ya discúlpame, llorón.
―Bueno, asunto arreglado ―dijo papá y empezó a silbar.
Me tomó de la mano y yo me lancé de la silla para seguirlo.
―¡Eso no fue una disculpa! ―se quejó el papá de Lucas.
―Su hijo tampoco se ha disculpado ―dijo papá.
―Él es la víctima.
―¿La víctima? ―papá repitió serio. Era un hombre sonriente, pero cuando ponía esa cara, hasta a mí me daba miedo―. Mi hijo actuó por una razón y usted lo sabe.
El hombre se removió incómodo, como un gusano.
―Señores ―los llamó el director―. Creo que, si ambos padres están de acuerdo, podemos dejar que cada uno se encargue de corregir el comportamiento de los niños. Ahora ―dijo y nos miró a Lucas y a mí―, Max y Lucas, quiero que cada uno se pida disculpas frente a frente y quedemos así, ¿está bien?
El director me caía bien. Era un hombre amable que sonreía y no le daba vueltas a las cosas, como otros maestros.
Lucas y yo obedecimos y nos colocamos de frente.
―Perdón ―dijo Lucas con la cara arrugada y las manos apretadas―, no volveré a decir nada malo de tu madre.
―Claro que no, o te emparejo los dientes.
*
―¿Podemos llevar pizza? ―le pregunté a papá, ya en el carro.
Papá era grande, más que cualquier otro papá de la escuela, y yo presumía de eso. La mayoría de papás eran señores de doscientos años, pero papá no se veía así, era joven y musculoso, por eso había sido modelo e incluso ahora lo seguían buscando para participar en algunas cosas. ¡Había actuado en una película! Y lo había hecho bien, pero él decía que no le gustaba el ambiente.
Qué tontería, ¿a quién no le gustaría estar en una película? Yo iba a ser actor cuando creciera.
―Ese niño, Lucas, ¿no era tu amigo?
―Sí.
―Si sigues así, te vas a quedar sin otros niños con quienes jugar.
―Todos los niños con los que me he peleado ahora son mis amigos. Siempre los invito a jugar a casa para que conozcan a mamá y vean que es la mejor, así que ya no dicen nada de ella, y me ayudan si otros niños dicen algo.
Papá puso cara de estar pensando.
―¿Y no podías hacer lo mismo con ese tal Lucas?
―Lo voy a hacer ―dije y me reí al ver un perro que perseguía su propia cola, qué tonto―, pero de la trompada no se salvan.