Martina..
Llegó el gran día. La primera vez que Hernán cruzaría la puerta de mi oficina sin sospechar lo que le esperaba. Mientras acomodaba unos papeles, no pude evitar recordar la entrevista de ayer: la manera en que entró, serio, confiado, sin darse cuenta de quién era yo… y yo, manteniendo mi máscara profesional, tomando nota de cada detalle, cada gesto, cada tic que me haría disfrutar de mi plan mañana.
—Buenos días —dijo él, entrando, con esa sonrisa de “hola, vecina”.
Casi me da un ataque. Lo miré de arriba abajo, toda seria, impecable, traje bien ajustado, pelo prolijo… estilo Sandra Bullock cuando tiene que hacer una propuesta seria.
—Desde ya te aclaro algo —le dije, firme pero con un toque de humor—. Acá soy tu jefa, no tu vecina, así que, por favor, mantené el respeto.
Él parpadeó, sorprendido, y dijo rápido:
—Sí, sí… está bien, disculpe la molestia.
Perfecto. Justo como quería: un mínimo shock de realidad para que entendiera quién mandaba ahora.
—Bueno, para empezar —continué—, este no es otro lugar donde te podés relajar. Antes de arrancar, traeme un café, tenés que ir a comprarlo aquí cerca. Después nos ponemos con los papeles y vemos el resto.
Sus ojos se abrieron como platos, pero no dijo nada. Asintió y salió. Yo volví a revisar mis notas, sonriendo por dentro, disfrutando de cómo cada pieza del plan encajaba.
Cuando regresó, lo presenté al equipo:
—Bueno gente, el es Hernan.. Viene a trabajar acá, por favor, trátelo bien —dije, con esa mezcla de seriedad y picardía que ya me caracteriza.
Todos saludaron, lo miraron con curiosidad, y él intentó devolver la sonrisa, todavía un poco descolocado. Yo me di vuelta, haciendo como que me iba, pero justo antes de retirarme, me detuve y les dije:
—¿Se acuerdan del chico de secundaria que me hacía bullying? Bueno… es él.
Se hizo un silencio cómplice en la oficina. Yo les guiñé un ojo, le di una palmada juguetona en el hombro a Hernán y dije:
—Bienvenido a tu nuevo trabajo… ¿soñado, no?
Y me fui, dejándolo ahí, pálido, confundido y totalmente fuera de su zona de confort. Por dentro, yo no podía dejar de pensar: Esto recién empieza… y vos, Hernán, no tenés ni idea de lo que te espera..
Continuará...