Martina..
Ya casi un mes de tenerlo en la oficina. Un mes entero de café, carpetas, juntas y mi dulce venganza servida fría, tibia y hasta con hielo extra.
Lo miraba llegar cada mañana con esa camisa impecable, el peinado prolijo y la sonrisa de “soy nuevo, todavía no me quiero mandar ninguna macana”. Y yo, por dentro, me relamía. Era como tener Netflix gratis, con maratón de comedia incluida.
(“¿Viste cómo se atragantó el otro día cuando le pedí que exponga frente a todos? Si hubiera tenido pochoclos, me hacía la película completa”).
Pero… también me encontré con cosas que no esperaba.
Por ejemplo, con la forma en que escuchaba a los demás, en serio, como si le importara. O la facilidad que tenía para sacar ideas rápidas en reuniones.
O el maldito detalle de que el tiempo le jugó a favor: ya no era ese pibe flaco y bobo de la secundaria. No, ahora era… bueno… otra cosa.
(“Dios mío, Martina, dejá de mirar cómo le queda la camisa en los hombros. Esto no es Discovery Channel”).
Y lo peor es que a veces me descubría sonriendo de verdad con sus comentarios. Él, que antes se había burlado de mi risa fuerte, ahora parecía buscarla a propósito.
—¿Todo bien, jefa? —me había preguntado ese viernes, después de que accidentalmente me hizo reír en plena reunión.
Yo me recompuse enseguida, obvio.
—Perfectamente, empleado. Seguís en periodo de prueba, ¿no lo olvides? —le contesté con seriedad fingida.
Pero cuando se dio vuelta, no pude evitarlo: me reí sola.
Un mes. Treinta días de jugar a que tengo el control. Y sin embargo, cada vez que lo miro, siento que en cualquier momento me puede temblar la estantería.
"Tranquila, Martu. Esto sigue siendo una venganza. Solo eso. Vos no te estás encariñando… ¿o sí?”
Con esa pregunta rondándome la cabeza, entré al ascensor. Suspiré, apoyé la espalda contra la pared y cerré los ojos, lista para bajar a la planta baja.
Y entonces, justo antes de que las puertas se cerraran, una mano se interpuso. La puerta se abrió de nuevo.
Era Hernán.
Con esa media sonrisa que no supe si era nerviosa o confiada, se metió al ascensor conmigo.
Las puertas se cerraron tras él con un clac que sonó demasiado definitivo.
“Genial. Justo lo que necesitaba. Un encierro cara a cara con mi víctima favorita… o con mi problema más grande”...
Continuará😉😉😉