— Hernán
El día arrancó con esa sensación rara de que todo podía ir bien… hasta que apareció el primer choque de ideas. Martina y yo estábamos frente a la pizarra, revisando el borrador de la campaña digital. Yo proponía enfocar más la estrategia en redes sociales, mientras ella insistía en priorizar los correos y la base de datos de clientes antiguos.
—No, Hernán, si nos concentramos solo en redes, vamos a perder el contacto con clientes que ya confían en la marca —dijo, firme.
—Lo entiendo, pero si no llegamos a nuevos públicos, el relanzamiento no va a tener impacto —respondí, tratando de mantener el tono neutral.
Por unos segundos el silencio pesó más que cualquier discusión anterior. Los dos estábamos tensos, y se sentía como si el aire se hubiera vuelto denso, cargado de esa historia entre nosotros que aún no habíamos resuelto del todo.
Y ahí entró Sofi, con su paso ligero y sonrisa brillante:
—¡Alto ahí! —dijo, señalando la pizarra y a nosotros—. No me hagan sacar la chancla eh… debo ser la adulta en esta relación? parecen un matrimonio en crisis.
No pude evitar reír, y por un segundo Martina también soltó una risita, suave, casi imperceptible pero suficiente para romper la tensión.
—Sofi… —susurré, mirando a la esquina como diciendo “gracias por salvarme”.
—¿Yo? Solo cumplo mi trabajo de mediadora profesional —respondió guiñando un ojo, y se alejó hacia la cafetera.
Con la risa ligera todavía flotando en el aire, volvimos a la discusión, pero ahora con otra energía. Yo propuse un esquema mixto: priorizar los clientes antiguos, pero simultáneamente abrir campañas en redes para captar nuevos públicos. Martina levantó la mirada, pensativa.
—Podría funcionar —dijo, y por primera vez ese día sonó como si realmente valorara mi opinión.
El resto de la mañana pasó rápido. Cada vez que coincidíamos en algo, la tensión bajaba un poco más. Martina comenzó a confiarme pequeñas tareas que normalmente haría sola: revisar métricas preliminares, organizar cronogramas, incluso sugerir ideas de contenido.
Al final de la jornada, mientras guardábamos las cosas, me atreví a decir:
—Hoy salió todo bastante bien, ¿no?
—Sí —respondió, con una sonrisa genuina, pequeña pero significativa—. Gracias por escucharme, Hernán.
Sentí que ese simple “gracias” valía más que cualquier cumplido. No era solo un gesto profesional; era un pequeño paso hacia la confianza que estaba intentando reconstruir.
Y mientras salíamos de la oficina, pensé que, por fin, estaba empezando a demostrarle que podía ser diferente, y que ella, tal vez, empezaba a creerlo.