Martina..
Había sido un día largo. El proyecto nos tenía a todos al límite y, aunque Hernán parecía tomárselo con más calma que yo, la tensión estaba ahí, flotando en el aire como una nube que nadie se atrevía a pinchar.
Cuando llegué a casa me cambié de ropa, me hice un té y salí al pasillo, buscando aire. La ciudad seguía vibrando aunque ya era de noche, pero allá arriba, en el cielo, apenas se dejaban ver un par de estrellas pálidas que peleaban contra las luces.
Me apoyé en la baranda y suspiré. Y entonces lo vi.
Hernán estaba haciendo lo mismo. Quieto, mirando hacia arriba como si esperara respuestas en ese cielo apagado.
—Nada que ver a Pergamino, ¿no? —solté sin pensarlo.
Él bajò la vista hacia mí, sorprendido primero, y luego me regaló una media sonrisa.
—Tal cual. Allá las estrellas parecían infinitas… acá apenas si se asoman.
—Debe ser raro —dije, caminando despacio por el balcon hasta quedar a su lado—. Crecimos con ese cielo lleno, y ahora… esto.
Se encogió de hombros. Había algo distinto en él esa noche, algo más sereno.
—Desde chico me gustaba mirar las estrellas —confesó—. A veces solo, a veces con mi viejo. Era como… no sé, una forma de sentir que había algo más allá, algo grande. En la ciudad no se ve nada, y lo extraño.
Lo miré de reojo. No estaba acostumbrada a escucharlo hablar así, sin chistes, sin caretas. Solo él, diciendo algo sincero.
—Nunca te imaginé así —admití bajito.
Él rió con suavidad, pero enseguida se puso serio.
—Es que nunca me dejé mostrar. Siempre tuve esa cosa de… hacerme el vivo, el que no le importa nada. Y la verdad es que sí me importan muchas cosas. Quizás más de las que debería.
Guardé silencio. Había algo en su voz que me tocaba un punto vulnerable. Hernán seguía hablando, con la mirada perdida en ese cielo casi vacío:
—En Pergamino era otro. Tenía mis defectos, claro, pero era más transparente. Después vinieron cosas que me hicieron poner esta coraza. Y ahora… siento que estoy harto de esa versión de mí mismo.
Me quedé quieta, escuchándolo, tratando de asimilar que el mismo chico que me había hecho tanto daño en la escuela estaba ahora parado a mi lado, mostrándose tan distinto.
Sentí un cosquilleo en el pecho. Quise decir algo más, pero me contuve. Me limité a mirarlo un instante más, antes de girar hacia mi puerta balcón.
Cuando entré a mi departamento, cerré despacio y apoyé la espalda contra la puerta. Sus palabras seguían resonando.
Por primera vez, lo sentí distinto. Vulnerable. Real.
Pero todavía no sabía si estaba lista para creerle.
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