Martina..
El día se me pasó más rápido de lo que pensé. Hernán estuvo raro… menos cargoso, menos bromista, más enfocado. Y por primera vez en mucho tiempo, no me molestó trabajar a su lado.
Ya estaba de salida, con las llaves en la mano, cuando lo vi por el retrovisor. Hernán, caminando solo por la vereda, con esa mochila medio caída al hombro. No sé qué me impulsó a hacerlo, pero toqué bocina.
—¿Vas para tu casa? Te llevo —le dije, bajando el vidrio.
La cara que puso… como si le hubiera ofrecido un pasaje a la luna. Dudó, pero terminó subiendo.
—Gracias… no pensé que me ibas a levantar.
—Tampoco yo —le solté sin filtro, y se rió.
El viaje se hizo sorprendentemente ameno. Entre semáforo y semáforo me contó una anécdota de su infancia, de cómo pasaba horas con su abuelo mirando estrellas en Pergamino. Me hizo reír cuando imitó la voz del viejo diciéndole: “Mirá, nene, esa brilla más porque te está guiñando un ojo”. No lo recordaba tan gracioso… ni tan tierno.
Cuando ya estábamos cerca del edificio, él se golpeó la frente con la mano.
—¡Ay, qué tonto! Me olvidé de pasar por el chino, no tengo nada para cenar.
—No te hagas drama —le dije, y antes de pensar demasiado las palabras salieron solas—. Yo te invito a cenar hoy.
—No, no, no… en serio, no hace falta.
—Insisto. Yo cocino muy bien. Solo tenés que comprar el vino.
Se quedó mirándome como si no entendiera nada. Después sonrió y asintió.
—Bueno… trato hecho.
Cuando estacioné, bajó del auto todavía medio aturdido. Yo no sé en qué momento me convertí en la que propone cenas improvisadas, pero ahí estaba.
—Bueno, a las ocho te espero en casa —le dije mientras me acomodaba el bolso.
—Ocho en punto —contestó.
Y antes de que se fuera, no me aguanté el chiste:
—Eso sí… fijate de llamar al Uber rápido, no vaya a ser cosa que llegues tarde y se te enfríe la comida.
Él se rió fuerte, como hacía tiempo no lo veía reír. Y yo… bueno, yo me quedé pensando en lo raro que era sentirme tan cómoda con él.
Continuará 😘