Vecinos con historia

Una despedida distinta..

Martina..

Nunca pensé que lo iba a decir, pero… la pasé bien. Muy bien. Hernán no paró de hacerme reír con sus ocurrencias, y entre plato y plato lo sentí distinto, más auténtico. Como si se hubiera sacado la máscara de payaso que usa en la oficina y me dejara ver otra parte de él.

Terminamos de cenar y yo junté los platos para llevarlos a la pileta. Él quiso ayudar, obvio, pero lo frené.
—No, vos sos invitado. Andá, quedate tranquilo.
—Bueno, pero después te paso la esponja, aunque sea.
—Ni lo sueñes —le respondí, y nos reímos.

El vino hizo lo suyo: apenas una copa, pero suficiente para aflojar la charla. Me contó alguna que otra anécdota de la facultad, yo le hablé de mis primeras entrevistas en Buenos Aires. Cosas que nunca había compartido con nadie de la oficina. Y, para mi sorpresa, me sentí cómoda.

Cuando se hizo tarde, lo acompañé hasta la puerta. Por un instante, me quedé viéndolo mientras se ponía la campera. Lo noté distinto. Más tranquilo. Más hombre que el chico que recordaba del colegio.

—Gracias por la cena, Martina. En serio. Me… me hizo bien —me dijo, con esa sonrisa que parecía sincera.
—De nada. A mí también me hizo bien.

Abrió la puerta y antes de irse, lo miré un segundo más de lo que debía. No sé por qué lo hice, pero lo hice.
—Ah, y Hernán… —dije, casi sin pensar.
—¿Sí?
—No hace falta que traigas vino la próxima.

La próxima. Sí, lo dije. Yo, la que había prometido mantener distancia. Lo vi sonreír como si le hubiera dado el mejor regalo de su vida.

Cerré la puerta y apoyé la frente contra la madera. ¿Qué me pasa? No tengo idea. Pero sé que esta despedida fue distinta.




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