Vecinos con historia

Algo que se nota..

Hernan...

Todavía tenía la sonrisa colgada de la cena de anoche. No me lo podía sacar de encima. Me desperté distinto, más liviano, como si algo se hubiera destrabado.

Llegué a la oficina y la vi entrar. Martina. Pelo suelto, café en mano, la misma ropa impecable de siempre… pero había algo más. Una vibra distinta. Me saludó con un “buen día” apenas audible, pero suficiente para darme cuenta de que la distancia de los últimos días había cambiado de tono.

En la reunión, cuando expuse una parte del proyecto, la encontré mirándome con atención. Y no, no era la mirada filosa de jefa que busca errores. Era otra cosa.

Yo estaba a punto de devolverle una sonrisa, cuando irrumpió Sofi con su energía explosiva.
—Buen díaaa, gente linda. ¿Qué onda? —trajo cafés y dejó uno frente a cada uno. Después se quedó mirándonos, primero a ella, después a mí, y levantó una ceja.
—¿Y ustedes qué, se hicieron amigos secretos o qué?

Me atraganté con el café. Martina la fulminó con la mirada.
—Sofie, basta.
—Ay, jefecita, no me diga que me equivoqué… —dijo con picardía, pero terminó dándonos la espalda mientras acomodaba papeles.

El resto del equipo se rió bajito y yo me mordí la lengua para no tentarme. Martina hizo como que nada, pero yo la conocía: estaba conteniendo una sonrisa.

Más tarde, cuando todos se fueron y quedamos solos en la sala, acomodando cosas, hubo un instante. Ella levantó la vista, me encontró mirándola, y fue como si el tiempo se detuviera. No hizo falta decir nada. Ni lo de la cena, ni lo que compartimos, ni lo que Sofi había notado. Era nuestro secreto.

Se aclaró la garganta y dijo:
—Bueno, hasta mañana.

Yo asentí, escondiendo mi sonrisa. Mientras me iba, pensé: no sé qué va a pasar entre nosotros, pero ya no somos los mismos de antes.

Continuará 😉




Reportar




Uso de Cookies
Con el fin de proporcionar una mejor experiencia de usuario, recopilamos y utilizamos cookies. Si continúa navegando por nuestro sitio web, acepta la recopilación y el uso de cookies.