El viernes a la tarde, mientras cerrábamos la semana, me paré frente a todos en la oficina y anuncié:
—Bueno, gente, el lunes no se trabaja. Es feriado puente, así que tienen un finde largo para descansar.
El murmullo se encendió enseguida: cada uno empezó a comentar sus planes. Algunos hablaron de escaparse a la costa, otros de quedarse a dormir todo el fin de semana. Entre tanto ruido, Sofi le preguntó a su hermano:
—¿Y vos, Hernán? ¿Qué vas a hacer este finde largo?
Él suspiró, con un gesto de fastidio.
—La verdad… quería ir al cumple de la abuela Marta, pero no conseguí pasaje en micro.
Yo, que escuchaba disimuladamente, no me aguanté y me metí en la conversación.
—Bueno, problema resuelto. Si me cebás mates y traés galletitas, yo te llevo.
Hernán me miró, sorprendido.
—¿De verdad?
—Obvio. Si no, viajo sola —le contesté con naturalidad, dándole un golpecito en el brazo.
Él sonrió, como si no pudiera creerlo.
—Bueno… muchas gracias. En serio.
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El sábado a primera hora arrancamos el viaje. Yo manejaba, Hernán iba de copiloto, con la mochila en el piso y el termo de mate en la mano. La ciudad todavía dormía, y la Ruta Nacional 7 nos recibía con la luz suave del sol de la mañana.
—Che, ¿vos manejás bien? —preguntó, mirándome de reojo.
—Obvio —contesté entre risas—. Pero quedate tranquilo, que no soy de las que habla y pierde el volante.
—Menos mal, si no terminamos en la banquina —dijo él, y nos reímos.
Mientras avanzábamos, entre mates y bizcochitos, empezamos a charlar.
—Mi hermana Paula está casada con Rodrigo —me contó—. Y tienen a Isabella, mi ahijada. Tiene tres años… es mi debilidad.
Me lo imaginé con la nena encima, derritiéndose con cada sonrisa. Y no me costaba nada imaginarlo: la ternura le brotaba de la voz cuando hablaba de ella.
—¿Vos te acordás de la abuela Marta? —me pregunto.
—¡Cómo no me la voy a acordar! —dije riéndose—. Siempre tenía masitas caseras para la merienda. Una genia.
—Sí, total. ¿Te acordás cuando Rodrigo rompió la ventana con la pelota?
—¡Jajajaja! Y en vez de mandarnos al frente con nuestros viejos, nos tuvo limpiando la casa una semana. ¡Qué paciencia la de la abuela!
Las risas llenaron el auto, y por un momento me sentí transportada a esos años en los que jugábamos en la cuadra todos juntos, antes de que la secundaria y el bullying arruinaran lo que teníamos.
—Y miranos ahora, en el mismo camino otra vez —dijo Hernán, poniéndose un poco serio.
—Sí… pero esta vez sin pelea —le respondí con una sonrisa.
Él seguía cebando los mates, yo me concentraba en la ruta, y la música de fondo parecía armar el soundtrack perfecto para ese viaje.
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Cuando llegamos a Pergamino, el aire a pueblo me golpeó con una mezcla de nostalgia y calma. La casa de la abuela Marta estaba igual de siempre. Apenas nos vio, salió con su sonrisa enorme y los brazos abiertos.
—¡Ah, mis chicos favoritos! Qué alegría verlos juntos otra vez —nos dijo, emocionada.
—Feliz cumpleaños, abuela —le dije, entregándole un regalo que ya tenía preparado.
—¡Ay, mi niña! ¿Cómo te acordaste? —me dijo con ternura.
—¿Cómo no me iba a acordar? —contesté sonriendo.
—Vengan, vengan, vamos a tomar unos matecitos con masitas que hice —nos invitó ella, llevándonos para adentro.
En la sala, entre anécdotas de la infancia y carcajadas, apareció Isabella corriendo hacia Hernán.
—¡Tío, viniste! —gritó con toda la emoción de sus tres añitos.
—Hola, mi princesa —la levantó en brazos—. ¿Quién es la favorita del tío?
—¡Yo, tío! —dijo ella, riéndose a carcajadas.
Entonces, con curiosidad, lo miró y preguntó:
—¿Y quién es ella, tío?
—Ella es Martina, una amiga de la infancia —explicó Hernán con cariño—. ¿Te acordás la foto que viste el otro día, con tu papá, tu mamá y yo, cuando éramos chicos? Había una nena también. Bueno, esa nena es Martina.
—¡Ahhh! Vos sos la amiga nena del tío —dijo Isabella, y me extendió la manito.
—Hola, Isabella, un gusto conocerte —le contesté, encantada.
En ese momento llegaron Paula y Rodrigo, que me abrazaron con cariño.
—¡Martina! Qué lindo verte, después de tanto tiempo.
Las risas y las historias de cuando jugábamos en la cuadra volvieron a llenar el ambiente, como si los años no hubieran pasado.
Al rato, cuando me levanté para irme, la abuela Marta me tomó de la mano.
—Hija, esta noche en el club me hacen la fiesta por mis 80. ¿Por qué no venís?
—Ay, abuela Marta… páselo con su familia, tranquila. Yo solo quería saludarla y darle el regalo.
—No, no, no. Vos sos parte de esta familia. Me diste una alegría enorme al volver a verte. Vení, te espero.
Paula y Rodrigo también insistieron, así que terminé aceptando.
—Está bien, vengo —dije sonriendo.
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Ya en la casa de mi mamá, me recibió con un abrazo.
—Hola hija, ¿recién llegás?
—Sí, llegué hace un rato. Pasé primero a saludar a la abuela Marta, me tuvo retenida con mates y masitas, ja, ja.
—¡Ah, cierto que hoy es su cumple! —dijo mi mamá.
Se quedó mirándome con picardía y comentó:
—Así que Hernán trabaja en la misma empresa que vos. Mirá vos, la vuelta de la vida. Tu amor de la infancia, otra vez cerquita.
—Ay, mami, nada que ver… —me quejé.
—Hija, de acá a la China se veía cómo lo mirabas con esos ojitos cuando eran chicos.
—No, mamá, de verdad, nada que ver.
—Bueno, bueno… digamos que te creo —dijo guiñándome un ojo.
Y ahí entendí que ese finde largo recién estaba empezando, y que el destino tenía preparadas más sorpresas de las que imaginaba.