Pergamino parte 4

Hernan...
Me quedé apoyado contra la pared, con un vaso en la mano, observando cómo Isa tironeaba de Martina para que bailara con ella en el medio del salón. La música estaba fuerte, pero se escuchaban las carcajadas de las dos sobre cualquier cosa. Isabella giraba, Martina la seguía, se agachaba, la levantaba en brazos y la hacía volar como si fuera su compañera de coreografía.

Se las veía felices. Tanto, que por un momento me olvidé de todo lo demás.

—Mirá lo que es eso —escuché la voz de la abuela Marta a mi lado. No me había dado cuenta de que se había parado conmigo.

La miré y la vi sonriendo, con esa ternura que siempre la caracterizaba.
—Isa es la alegría de la familia —dije, sin dejar de mirar la escena.

—Sí, pero no solo Isa —me corrigió ella, con calma—. ¿Hace cuánto no veías reír a Martina así?

Me quedé callado. Porque tenía razón. No lo recordaba. Quizás nunca. O quizás en aquellos años de chicos, antes de que yo me convirtiera en alguien que la lastimaba con palabras.

—Se ve distinta con vos acá —siguió la abuela, como quien comenta algo obvio.
—¿Distinta? —pregunté, medio desconfiado.

Ella me miró, con esa sabiduría que siempre incomodaba un poco.
—Martina es fuerte, pero también es sensible. No cualquiera logra que se suelte. Y vos… vos la conocés de antes que el mundo se pusiera duro.

Me mordí el labio, con la vista fija en ella y en mi ahijada que se reían sin parar.
—No quiero volver a equivocarme, abuela.

Marta me puso una mano en el brazo.
—Entonces no lo hagas. A veces, el pasado sirve para no repetir errores. Y a veces, el presente te da una segunda oportunidad. Vos fijate si la vas a tomar… o si vas a dejar que se te escape otra vez.

Me quedé mudo. La música seguía, Isa y Martina bailaban, giraban, se abrazaban en medio del salón. Yo, mientras tanto, sentía que la abuela había puesto en palabras todo lo que me estaba quemando por dentro.