Vecinos con historia

Volver a la rutina

El lunes arrancó con un sol tímido entrando por las ventanas de mi departamento. Bajé al ascensor y, para mi sorpresa, Martina ya estaba allí. Se me quedó mirando con esa mezcla de sonrisa y concentración que siempre lograba desconcertarme.

—Buen lunes —dijo, simplemente.

—Buen lunes —respondí, intentando sonar natural, aunque mi corazón latía un poco más rápido de lo normal.

El ascensor se movió en silencio durante unos segundos, y de repente me di cuenta de que este pequeño espacio, reducido y cerrado, nos obligaba a convivir, aunque fuera unos instantes. Me incliné un poco hacia ella, intentando romper la tensión.

—¿Cómo amaneciste después del viaje? —pregunté.

—Bien… gracias —dijo, suave, pero con una chispa que delataba que se estaba relajando un poco—. Me hizo bien volver a Pergamino.

El ascensor llegó a la planta baja y salimos juntos. Caminamos por el pasillo hacia la calle, y aunque estábamos rodeados de compañeros y del ruido de la ciudad, se sentía un instante solo para nosotros. Pequeños gestos, miradas rápidas, y esas sonrisas que no necesitaban palabras.

En la oficina, la rutina se reanudó. Me tocó trabajar con ella en un nuevo proyecto de marketing, y aunque al principio la incomodidad se notaba, poco a poco se fue transformando. Cada vez que me miraba, su sonrisa era un recordatorio de que el finde había abierto una nueva puerta entre nosotros.

Sofi, siempre observadora, no perdió oportunidad de lanzar algún comentario chispeante:

—Si siguen así, van a tener que abrir un club de parejas secretas en la oficina —dijo, guiñándole un ojo a Martina mientras me lanzaba una mirada cómplice.

Martina rió, bajando un poco la guardia, y yo aproveché para acercarme más a ella, trabajando codo a codo, sin palabras innecesarias, dejando que los gestos y la complicidad hablen por nosotros.

Al final de la jornada, bajamos juntos al ascensor otra vez. Esta vez, el silencio no incomodaba. Se sentía cómodo.

—Nos vemos mañana —dije cuando el ascensor abrió la puerta de su piso.

—Sí… —respondió, con una sonrisa que decía más de lo que sus palabras podían.

Nos despedimos con un leve movimiento de mano, y mientras la veía entrar a su departamento, me di cuenta de algo: la cercanía del edificio, esos encuentros inesperados, empezaban a acercarnos de verdad, poco a poco, sin prisa, pero sin vuelta atrás.




Reportar




Uso de Cookies
Con el fin de proporcionar una mejor experiencia de usuario, recopilamos y utilizamos cookies. Si continúa navegando por nuestro sitio web, acepta la recopilación y el uso de cookies.