Vecinos con historia

Refugio

Martina..
Lo miré fijo, con los brazos cruzados, mientras mi pecho subía y bajaba como si hubiera corrido una maratón. Todo lo que me acababa de contar Hernán me revolvía el estómago. Tenía ganas de largarle encima todos los años de bronca, de dolor, de humillación.

—¿Sabés lo que es para mí escucharte ahora? —le solté, con la voz firme, casi temblando—. Me arruinaste la secundaria. Me hiciste sentir menos que nadie. Yo lloraba todas las noches, Hernán. ¿Entendés eso?

Él bajó la cabeza. Yo seguí.

—Y ahora me decís que fue porque estabas mal, porque no supiste manejarlo… ¿Y yo qué? ¿Yo tenía que pagar por todo?

Cuando sentí que las palabras empezaban a subir como una ola, y que si seguía iba a decir cosas de las que después me arrepentiría, respiré hondo. Lo miré y bajé el tono.

—Mirá, Hernán… necesito este fin de semana para procesar lo que me estás diciendo. Es muy fuerte todo. No quiero contestarte desde la bronca.

Él asintió enseguida, casi aliviado.
—Sí, sí… quedate tranquila. Tómate todo el tiempo que quieras.

Se levantó despacio y se fue. Yo cerré la puerta y me quedé apoyada contra ella, con la frente apoyada en la madera, sintiendo que el aire me pesaba.

Agarré el celular y marqué.
—Hola, Sol… —le dije apenas escuché su voz.
—¡Amiga! Qué alegría escucharte.
—Necesito escaparme este finde. No huir… pero sí procesar muchas cosas en mi cabeza. ¿Puedo ir a tu casa?
—Obvio, Martu. Venite, te esperamos con mimos, charlas y todo lo que necesites.
—Gracias, Sol. Eso es justo lo que necesito ahora.

Al día siguiente, sábado temprano, bajé al estacionamiento con un bolso. Nico me cruzó en el pasillo.

—¿Estás bien, Martu? —me preguntó, notando mi cara.
—Sí, Nico. Me voy a pasar el finde con Sol. Necesito desconectar.
—¡Qué bueno! Mandale un beso enorme de mi parte.
—Dale, se lo doy.

Me miró con picardía.
—¿Y no me estarás contando esto para que después, si tu vecino pregunta, yo le diga dónde estás, no?
No pude evitar reírme.
—Un poco sí… así sabés que es un finde para mí, nada más.
—Quedate tranquila, yo te cuido el rancho.

Le agradecí y me fui con el corazón latiendo rápido, como si en verdad estuviera escapando de algo más grande que el edificio.

---

El viaje hasta el Tigre fue como una bocanada de aire fresco. Subí a la lancha taxi con mi bolso y el viento me despeinaba, pero no me importaba. Sentía que me estaba alejando de todo lo que me pesaba.

Cuando la lancha atracó en el muelle, ahí estaba Sol, esperándome con los brazos abiertos.

—¡Amiga! —gritó.
Corrí hacia ella y nos abrazamos fuerte.
—Gracias… te extrañé un montón —le dije, con un nudo en la garganta—. Venir a tu casa siempre me ayuda a poner los patitos en fila.
—Bueno, entonces viniste al lugar correcto. Tu cabañita ya está lista: sábanas limpias, toallas limpias… ya sabés, acá es tu casa también.

Sol me llevó hasta la pequeña cabaña que tenía preparada. Dejé el bolso, suspiré profundo y le mandé un audio a mamá.

—Má, estoy en lo de Sol. Si no contesto, no te preocupes, es porque necesito desconectar un poco. Te quiero.

Después de eso, grabé otro audio, más corto, más difícil:

—Hola, Hernán. No quiero que te sientas mal con lo que voy a decirte, pero necesito este finde para mí. No voy a estar disponible. Nos vemos el lunes en el trabajo.

Mandé el mensaje, apagué el celular y lo dejé en la mesa de luz.

Cuando volví a salir, Sol ya estaba en la galería, con una mesa lista para almorzar. Me sonrió como solo las amigas de toda la vida saben sonreír: con ternura y complicidad.

Ese finde iba a ser mi refugio...




Reportar




Uso de Cookies
Con el fin de proporcionar una mejor experiencia de usuario, recopilamos y utilizamos cookies. Si continúa navegando por nuestro sitio web, acepta la recopilación y el uso de cookies.