Cuando escuché el audio de Martina diciéndome que necesitaba el fin de semana para ella, sentí un vacío en el pecho. No era enojo lo que me transmitió, tampoco indiferencia. Pero sí un freno. Y ese freno me dio miedo. Miedo a que todo lo que veníamos construyendo, esos pequeños pasos hacia adelante, se derrumbara por mi imprudencia, por abrir demasiado pronto una herida que todavía le dolía.
No podía quedarme de brazos cruzados. Le escribí a Estela:
"Estela, ¿tendrás un momento para que te pueda llamar?"
Me contestó casi al instante:
"En 10 minutos hacemos una videollamada, ¿querés?"
Acepté enseguida. Esos 10 minutos me parecieron eternos. Cuando por fin apareció su cara en la pantalla, con esa calma que siempre me transmitía, sentí un poco de alivio.
—Hola, Hernán, ¿cómo estás? —me preguntó con voz serena.
—La verdad… hecho un nudo. Le conté a Martina lo que habíamos hablado, todo. Y ahora se fue para pasar el fin de semana sola.
Le relaté cada detalle de la cena, lo que dije, lo que vi en los ojos de Martina, y cómo me había dejado esa sensación de haber arruinado todo.
Estela escuchó sin interrumpirme. Cuando terminé, asintió.
—Bueno, era algo que podía pasar. ¿Te acordás que en las sesiones lo hablamos? Que cuando llegara el momento de contarle, podía reaccionar con rechazo o quedarse shockeada. No es que no quiera hablarte, Hernán. Al contrario, fue muy madura al pedirte un tiempo para procesar lo que le dijiste.
Me quedé callado, apretando los puños.
—Pero, Estela… ¿y si no vuelve a hablarme?
Ella sonrió.
—Ponete en sus zapatos. Imaginate: la persona que te hizo pasarla mal en la secundaria, ahora viene y te dice que lo hacía porque le gustabas, porque no sabía manejarlo. ¿Vos cómo reaccionarías?
Me rasqué la cabeza, incómodo.
—Y… yo no le hablaría nunca más.
—Ahí está —dijo ella—. Pero Martina no hizo eso. Martina eligió tomarse un fin de semana para pensar. Si no quisiera saber más de vos, Hernán, ya te hubiera mandado a Freddy Churro.
No pude evitar reírme con esa frase absurda, y ella también se rió conmigo. Esa risa alivió un poco la tensión.
—Así que mi consejo es: respetá su espacio. No le escribas, no la busques. Dejá que el tiempo trabaje. Mientras tanto, ocupá tu cabeza: salí a correr, juntate con algún amigo del trabajo, distraete. No te llenes de ansiedad.
—Está bien… voy a seguir tu consejo —le respondí, un poco más tranquilo.
—Confío en vos, Hernán. Te mando un abrazo grande, y cualquier cosa me escribís.
Cortamos, y me quedé mirando la pantalla negra unos segundos. Respiré hondo. Había que aguantar.
Bajé a la planta baja y me crucé con Nico.
—Che, Nico… ¿qué me recomendás hacer para mantener la cabeza ocupada?
Él me miró con esa sonrisa pícara que lo caracterizaba.
—Ya sé por qué lo preguntás. Martu me contó que se iba a la casa de Sol este finde.
—¿Te lo dijo? —pregunté, sorprendido.
—Sí, y quedate tranquilo. Cuando va allá es porque necesita ordenar sus ideas. Pero siempre vuelve con otra energía, como renovada.
Asentí, tragando saliva.
—Igual, decime algo para hacer.
—Mirá, a tres cuadras tenés el bus turístico. Te podés subir, recorrer la ciudad, ir a La Boca, a Caminito, a la Bombonera. Vas a distraerte un rato.
No lo pensé mucho. Lo hice. Subí al bus, recorrí la ciudad como si fuera turista en mi propio lugar. Caminito estaba lleno de colores y vida. Almorcé cerca de la Bombonera, incluso entré a conocerla. Por unas horas, logré despejarme.
El sábado se me fue entre paseos y caminatas. El domingo repetí la fórmula, aunque la ansiedad siempre estaba ahí, como un murmullo constante en el pecho.
Y llegó la noche.
Ya estaba en mi departamento, después de ducharme, cuando escuché ruido en el pasillo. Eran las llaves de Martina abriendo la puerta de al lado. Me quedé helado, con el corazón golpeando fuerte. Parte de mí quería salir corriendo, tocarle la puerta y abrazarla. Pero la otra parte —la que aprendía, la que estaba en terapia— me dijo que no.
Respetá su tiempo.
Así que respiré hondo, me contuve, y me fui a la cama. Cerré los ojos, esperando que el lunes trajera un poco de calma… y ojalá, también, una nueva oportunidad.
Continuará