Salí de la oficina con el corazón latiendo un poco más rápido de lo normal. No era por la reunión, no… era por él. Bruno. Mi ex. Mi dios griego. Cuatro años habían pasado desde que nos vimos por última vez, y ahora, sentado frente a mí en un restaurante elegante, parecía que el tiempo no había hecho mella en él.
—Martina, gracias por venir —dijo con esa sonrisa que siempre me desarmaba—. Cuando estaba buscando a alguien especializado en marketing que pudiera ayudarme, apareció el nombre de tu empresa. Y pensé: “Si ella está disponible, no hay dudas, es perfecta para esto”.
Me sonrojé, intentando concentrarme en la carta frente a mí, pero sus ojos no me dejaban en paz.
—Qué lindo escucharlo… —logré decir, con una mezcla de nostalgia y curiosidad—. La verdad, me alegra que… bueno, que haya funcionado así.
Bruno inclinó un poco la cabeza, serio por un momento, y luego sonrió:
—Martu… no te imaginas cuánto pensé en vos estos años. Desde que me fui a Estados Unidos, siempre recordaba nuestra época en la universidad… y bueno, también cuando terminamos.
Reí suavemente, sintiendo cómo todas esas memorias regresaban: las noches de estudio, las caminatas por el parque, las risas compartidas en la cafetería de la facultad.
—Sí… yo también… —dije, y me detuve—. Fue raro perder contacto así, sin hablar. Pero entiendo por qué lo hiciste.
—Sí… —admitió él—. No quería arruinar nada antes de estar seguro de que me aceptarían allá. Y… bueno, probablemente pude haber sido más abierto contigo.
Se hizo un silencio cómodo, pero intenso. Miré alrededor del restaurante, tratando de no dejar que mis emociones me traicionaran, aunque mi corazón latía como si quisiera salirse del pecho.
—¿Y la vida allá? —pregunté, rompiendo el silencio—. ¿Cómo fue todo?
—Increíble, pero intensa —respondió Bruno—. La especialización fue dura, aprendí muchísimo, conocí gente de todo el mundo, pero… siempre te recordaba. Y bueno, al volver, ver la oportunidad de trabajar con vos… no podía dejarla pasar.
Nos reímos de algunas anécdotas de nuestros años en la universidad, los profes excéntricos, los compañeros despistados, y hasta recordamos algún que otro desastroso trabajo en equipo que nos había hecho terminar riendo a carcajadas.
—Te juro que todavía no puedo creer que estés aquí —le dije, un poco más relajada—. Es como si toda la historia se repitiera… pero diferente.
—Sí —dijo, sonriendo—. Diferente, pero con la misma sensación de magia.
La cena avanzó entre risas, confesiones y recuerdos compartidos. Bruno me contó cómo había sido adaptarse a la vida en Estados Unidos, las dificultades, los logros, incluso algunas travesuras universitarias que nunca habíamos compartido. Y yo le hablé de mi trabajo, de la empresa, de cómo había ido construyendo mi camino en Buenos Aires, y de lo que significaba volver a encontrarlo así, inesperadamente.
Al final, mientras caminábamos hacia la salida, Bruno me tomó suavemente del brazo:
—Martu… gracias por venir. De verdad. Esto me hace sentir que, a pesar de todo, el tiempo no borró lo que tuvimos.
—Yo también lo agradezco —le respondí, con una sonrisa cómplice—. Y bueno… quién sabe qué nos depara la vida ahora.
Y ahí estaba, caminando a mi lado, con Bruno, el dios griego, y todo un pasado compartido que de repente parecía listo para construir algo nuevo, sin prisas, sin expectativas exageradas… solo disfrutando de reencontrarse y conocerse de nuevo.
---
✨ [Nota de la autora] ✨
Hola, lectores lindos 💕 ¿Qué les viene pareciendo hasta ahora? 🙈 ¿Les gustó la aparición de Bruno, el “dios griego”? 😏 Me encantaría leer sus comentarios, sus teorías y, si tienen ganas, que voten para seguir apoyando la historia. ¡Su opinión me ayuda un montón a darle forma a lo que viene! 💌