El día había terminado mucho mejor de lo que cualquiera de los tres esperaba. Después de horas de trabajo intenso, Hernán y Martina salieron de la oficina con un aire liviano, casi cómplice. Había entre ellos una calma nueva, una conexión que ninguno se animaba a nombrar, pero que los envolvía sin esfuerzo.
Mientras charlaban, se reían de cualquier pavada. Hernán la escuchaba atentamente, fascinado con esa mezcla de ingenio y dulzura que tenía Martina. Y ella, sin admitirlo ni ante sí misma, disfrutaba cada minuto de esa caminata sin apuro.
Al llegar, el conserje, Nicolás, estaba en la puerta. Grandote, simpático y con ese humor que hacía imposible no quererlo. Pero esa noche no estaba solo.
Al lado suyo, con las manos en los bolsillos y cara de estar debatiéndose entre quedarse o huir, estaba Bruno.
—Oh, mirá quién apareció —soltó Nicolás con tono burlón, levantando las cejas.
Bruno se acomodó el cuello de la camisa. Clavando su Miranda entre los ojos de Martina y los ojos de hernan
—Vengo a ver a Martina. - dijo con voz gruesa, disimulando la incomodidad que nacía de ver a Martina con Hernán..
—¿Bruno? ¿Qué hacés acá? ¿Pasó algo con el proyecto? —preguntó ella, intentando mantener la compostura.
—No, nada de eso —contestó él, con una sonrisa apenas forzada—. Quería hablar con vos un minuto.
Martina lo miró, expectante.
—¿De qué se trata?
Hubo un silencio corto, y después Bruno lo dijo, directo:
—Quería preguntarte si querías ir conmigo a la gala del aniversario.
El comentario cayó como un baldazo de agua fría.
Hernán se quedó inmóvil, con el corazón haciendo ruido dentro del pecho.
Martina pestañeó un par de veces, algo incómoda.
—Ah… —balbuceó—. Te agradezco la invitación, Bruno, de verdad. Pero ya le dije a Hernán que iba a ir con él.
El aire pareció volver al cuerpo de Hernán.
Bruno, en cambio, tensó los hombros. Su sonrisa se mantuvo, pero era pura fachada.
—Mirá vos —dijo, con un dejo de ironía—. Bueno, para la próxima voy a ser más rápido, entonces.
—Nos vemos mañana, Bruno —cerró Martina, con una amabilidad medida.
Él asintió, saludó con un gesto breve y se fue sin mirar atrás.
Durante unos segundos, nadie habló.
—Qué situación, ¿no? —comentó Martina, intentando quitarle peso al momento.
—Sí —respondió Hernán, disimulando una sonrisa—. Pero bueno, parece que el panorama quedó claro.
Entraron al edificio y se dirigieron al ascensor.
Antes de que las puertas se cerraran, Nicolás levantó el pulgar hacia Hernán y le guiñó un ojo.
“¡Vamos, campeón!”, murmuró en voz baja.
Hernán soltó una risa que contagió a Martina.
—¿Qué te pasa? —le preguntó ella, divertida.
—Nada… —dijo él, todavía sonriendo—. Me parece que tengo hinchada local.
Ella se rió con ganas, y mientras el ascensor subía hasta el último piso, donde sus departamentos estaban uno al lado del otro, los dos sintieron que, por primera vez, el destino parecía estar de su parte..
Continuará 😉