Vecinos con historia

La gala parte 2

El salón principal de Silva & Cía. brillaba. Las luces doradas, los arreglos de flores y el murmullo elegante de la gente le daban al ambiente un aire de celebración genuina. Martina, Hernán y Sofi corrían de un lado a otro ajustando detalles técnicos, revisando el proyector, acomodando los asientos y asegurándose de que todo estuviera listo para la presentación.

Mientras Sofi se reía con algo del catering, Bruno apareció entre la multitud. Traje impecable, sonrisa medida. Se acercó sin perder tiempo.

—Martina… —dijo, bajando un poco el tono de voz—. Estás preciosa.

Martina, ya más firme en sus límites, le devolvió una sonrisa educada.
—Gracias, Bruno. Muy amable.

Hernán, que estaba a pocos pasos, fingió revisar unos papeles para no intervenir, pero su mandíbula hablaba sola. Lo estaba matando por dentro. Si los celos tuvieran color, él en ese momento estaría verde.

Por suerte, Sofi apareció justo a tiempo con un comentario tonto que rompió la tensión.

Y fue entonces cuando entraron Gonzalo y Constanza, acompañados por Luis, Hidalia y Julieta. El aire cambió. Todos saludaban con respeto; eran los anfitriones de la noche.

Constanza se acercó directo a Martina.
—¡Martina! Qué hermosa que estás, ese rojo te queda espectacular.

Martina se sonrojó, genuina.
—Gracias, Connie, pero vos no te quedás atrás. Estás radiante.

Constanza llevaba un vestido negro entallado que abrazaba su panza de embarazada con elegancia.
—Sé que después de esto voy a tener los pies como empanadas —dijo riéndose—, pero bueno… ¿quién me quita lo bailado?

Ambas se rieron. Gonzalo, que ya había tomado el micrófono, llamó la atención del salón.

—Buenas noches a todos. Gracias por acompañarnos hoy —dijo con su tono calmo y seguro—. Celebramos un nuevo año de Silva & Cía., el sueño que mis padres, Luis e Hidalia, comenzaron hace tantos años.

El público aplaudió.
—Hoy mi hermana Julieta y yo seguimos ese legado, y queremos agradecer a todos los que hacen que esta empresa siga creciendo.

Presentaron el video conmemorativo. Imágenes, música, emoción. Al final, aplausos.

—También quiero agradecer especialmente a Bruno, nuestro director de marketing interno, y al equipo externo que colaboró en este proyecto: Martina, Hernán y Sofía. ¡Gracias por su excelente trabajo!

Aplausos, brindis, sonrisas. La música comenzó a sonar, marcando el inicio de la fiesta.

Martina estaba por acercarse a Hernán cuando Bruno le tomó el brazo suavemente.
—¿Bailamos? —le dijo con una sonrisa que pretendía ser encantadora.

Hernán se quedó congelado. Justo iba a decirle lo mismo. Bruno, al notar la situación, le guiñó un ojo con un aire de “te gané esta”. Hernán levantó una ceja, disimulando la rabia con una media sonrisa.

Martina aceptó el baile, más por educación que por ganas. Mientras se movían al ritmo de la música, charlaban con naturalidad, aunque ella no podía evitar que su mirada se desviara de tanto en tanto hacia Hernán.

Bruno lo notó.
—Yo ya no estoy en tu corazón, ¿no? —preguntó con una sonrisa triste.

Martina bajó la vista.
—Bruno… vos fuiste muy importante para mí. Me ayudaste a creer en mí cuando llegué de Pergamino. Pero ya no te veo con los ojos de antes. Sos un gran amigo, y quiero que sigamos siéndolo, pero ya no estoy enamorada de vos.

Bruno respiró hondo.
—Me pega en el ego, pero gracias por ser sincera.

Siguieron bailando unos segundos más. Luego él la miró con una media sonrisa resignada.
—¿Y qué te impide volver a creer en el amor?

Martina dudó, sincera.
—Tal vez el miedo. Porque aunque él no es el mismo chico de antes, tengo miedo de que todo vuelva a doler como en el pasado.

—Como decía tu vieja —rió Bruno—: “el que no arriesga no gana”. Si no te arriesgás, ¿cómo vas a saber si cambió?

Martina lo miró, sorprendida. Tenía razón.

De repente, Bruno detuvo el baile, la tomó de la mano y la llevó directo hacia donde estaban Hernán y Sofi. Los cuatro quedaron cara a cara, con el murmullo del salón de fondo.

Bruno habló sin titubear:
—Perdón que interrumpa —dijo mirando directo a Hernán—, pero quiero decirte algo. Te estás llevando a una gran mujer. Pocos tienen el privilegio de conocerla de verdad. No la hagas sufrir, porque te juro que si lo hacés… en Pergamino, en Capital o donde sea, te voy a encontrar y te voy a bajar esos dientes tan lindos que tenés.

Silencio absoluto. Hernán, Sofi y Martina se quedaron con la boca abierta. Hasta la orquesta pareció frenar por un segundo.

Bruno volvió a sonreír.
—Dicho esto… Sofi, ¿me concedés la siguiente pieza?

Sofi, todavía en shock, solo atinó a asentir. Antes de irse, Bruno miró a Martina.
—Dale, ponete las pilas. —Y se alejó entre risas, arrastrando a Sofi a la pista.

Martina y Hernán se quedaron mirándose, todavía procesando todo.
—¿Seguimos bailando? —dijo él, levantando una ceja.
—Sí… mejor sí —contestó ella, con la cara roja como un tomate.

A unos metros, en una de las mesas principales, Gonzalo y Constanza observaban la escena con una sonrisa cómplice.

—Gané la apuesta —dijo Constanza, apoyando la mano en la panza.

Luis, Hidalia y Julieta giraron enseguida.
—¿Qué apuesta? —preguntó Julieta.

Gonzalo se rió.
—Después de la primera reunión con ellos, mi reina dijo que Martina y Hernán iban a terminar juntos. Yo le dije que no, que había chispa entre Bruno y Martina. Así que apostamos: si ella ganaba, yo cocinaba una semana. Si ganaba yo, ella me hacía mi comida favorita. Bueno… ganó mi reina.

Todos se rieron. Constanza levantó la copa.
—Salud por el amor y las buenas corazonadas.

Mientras tanto, Hernán y Martina bailaban en silencio. Él la miraba, ella esquivaba la mirada. Hasta que Hernán, con voz suave, le dijo:
—¿Querés salir un ratito afuera? Necesito aire.




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