Hernan...
El sonido del ascensor fue distinto esa mañana. O quizá fui yo el que lo escuchó distinto. Todo me parecía nuevo, incluso el pasillo de siempre.
Martina caminaba unos pasos delante de mí, con su andar seguro, elegante, como si nada hubiera pasado. Pero yo todavía podía sentir el perfume de su piel, y eso bastaba para desordenarme por dentro.
—Buen día —saludó al pasar frente al escritorio de recepción.
—Buen día, jefecita… buen día, Hernán —respondió Sofie, con una sonrisa tan amplia que casi parecía contener un secreto.
Nos miró a los dos con esos ojos atentos de quien nota más de lo que debería, y supe que había percibido algo.
Martina siguió directo a su oficina, marcando el ritmo con sus tacos.
—Necesito que revises el informe de la campaña de Rivera —me dijo apenas entramos, en ese tono firme que usaba cuando quería que nadie notara nada más.
—Ya lo tengo listo —contesté, intentando sonar igual de profesional, aunque el recuerdo de sus labios todavía me revolvía el estómago.
—Perfecto —dijo, mientras dejaba su bolso en el sillón y encendía la computadora.
Yo me quedé parado frente a su escritorio, esperando alguna otra instrucción, pero ella no levantó la vista. Hasta que lo hizo.
Fue apenas un segundo. Una mirada corta, de esas que dicen más que mil palabras. Y en ese instante, el aire pareció volverse más denso.
—¿Algo más, jefa? —pregunté, con una media sonrisa.
—Sí —respondió, conteniendo la suya—. Que disimules un poco mejor.
—¿Tan obvio fui?
—Sofie casi se atraganta con el mate cuando te vio llegar detrás mío —dijo, cruzándose de brazos, divertida.
—Bueno, no es mi culpa si tengo cara de hombre feliz.
—No es tu cara lo que me preocupa —replicó ella, bajando la voz.
Me acerqué un paso.
—¿Entonces?
—Que no quiero que esto afecte nuestro trabajo, Herni. Sabés lo que nos costó ganarnos la reputación que tenemos.
—Lo sé —asentí—. Pero también sé que no quiero esconder lo que siento.
Ella suspiró, mirándome con ese brillo que mezclaba ternura y cansancio.
—Sos incorregible.
—Y vos sos irresistible —dije, apenas audible.
Antes de que pudiera responder, golpearon la puerta.
—Marti —se oyó la voz de Sofie del otro lado—, el cliente de Rivera ya llegó, ¿le aviso que espere en la sala de reuniones?
Martina se recompuso al instante.
—Sí, Sofie, gracias. Decile que en cinco minutos estoy allá.
Esperó a escuchar los pasos alejarse y luego me lanzó una mirada que me atravesó.
—Vas a hacer que me meta en un lío enorme.
—Vale la pena —dije.
Ella sonrió, apenas.
—Anda, prepará la presentación. Y por favor… tratá de no mirarme como anoche.
—Eso va a estar difícil, jefa.
Martina negó con la cabeza, riendo.
—Andá a trabajar, Herni.
Salí de su oficina todavía con una sonrisa.
Y por primera vez en mucho tiempo, la rutina de la agencia me pareció algo que valía la pena vivir.
Continuará...