El reflejo en la pantalla del ascensor me devolvía la imagen de una mujer serena, profesional, dueña de su lugar.
Pero por dentro… tenía un torbellino en el pecho. 💓
No sé si era el café o el recuerdo de sus manos, pero todo en mí estaba más despierto que nunca.
Caminé directo a mi oficina, sin girarme. Sentía su presencia detrás mío, esa energía que me rozaba incluso sin tocarme.
Sofie levantó la vista apenas pasé.
—Buen día, jefecita. Estás… radiante hoy. —me dijo con picardía.
Radiante. Qué palabra peligrosa. 😅
—Dormí bien —respondí, con la voz más neutra que pude.
Cerré la puerta de mi oficina y solté un suspiro.
Radiante… sí. Pero no por dormir.
Hernán entró al rato, con esa sonrisa que me desarma y al mismo tiempo me recuerda por qué esto puede ser un problema.
Cuando lo escucho decir “buen día, jefa” con ese tono entre dulce y provocador, me dan ganas de todo… menos de mantener la compostura.
Intenté hablar de informes, campañas y presupuestos, pero cada palabra se me mezclaba con el eco de su voz de anoche, con el calor de su piel.
Y cada vez que levantaba la vista, él estaba ahí, mirándome como si fuera imposible disimular lo que sentíamos. 🔥
Durante la reunión con el cliente, traté de enfocarme.
Mostraba las gráficas, hablaba de estrategia, pero por dentro solo pensaba en una cosa: en él.
En cómo se había atrevido a mirarme antes de salir de la oficina, en cómo me había dicho “vale la pena” con esa seguridad que me derrite.
Cuando terminamos, Sofie se acercó con unos documentos y una sonrisa curiosa.
—jefecita ¿todo bien? —preguntó, medio divertida.
—Sí, todo perfecto —mentí, mientras sentía el corazón a mil.
Me quedé sola unos segundos, mirando por la ventana.
El día seguía igual que siempre, pero yo no.
Algo había cambiado. Algo que ya no podía ni quería negar.
Y aunque sabía que me estaba metiendo en terreno peligroso…
No podía evitar sonreír.
Porque por primera vez en mucho tiempo, me sentía viva. 🌅💫