Vecinos con historia

Sorpresa..

Hernan

El viernes se sentía distinto.
Esa mezcla entre alivio y ansiedad por saber que, por fin, la semana había terminado.

Martina y yo salimos juntos de la oficina, pero cada uno agarró su auto, por las dudas. Apariencias, viste. Igual, a los diez minutos ya estábamos en casa… bueno, en nuestros departamentos.
Puerta con puerta.
Los últimos del piso.
Y la joyita: una terraza enorme que compartíamos y que habíamos convertido en nuestro “patio secreto”.

Martina apareció en la terraza con una fuente de fideos y una sonrisa que ya me alcanzaba para olvidarme del mundo.
—¿Viste? Te dije que con las lucecitas esto iba a quedar hermoso —dijo, acomodando los platos.
—Sí, es tan lindo que parece una cita —bromeé.
—Es una cita, genio. Te lo dije esta mañana. —me sonrió, divertida.

La vi así, con el pelo suelto, sin tacos, y juro que por un segundo pensé que el cielo se había mudado a nuestra terraza.

Comimos entre risas, hablando de cualquier cosa.
Martina apoyó su pie descalzo sobre el mío y me miró con esa mirada traviesa que conocía demasiado bien.
—¿Sabés qué pienso? —dijo.
—Que soy un suertudo.
—Eso también, pero… pienso que esto —hizo un gesto abarcando todo— es lo más lindo que tuvimos en semanas.

Yo le sonreí.
—Y pensar que hace un mes ni me hablabas.
—Bueno, la gente evoluciona —dijo, riendo.

Justo cuando estaba por besarla, sonó el timbre del portón de abajo.
Martina frunció el ceño.
—¿Esperás a alguien?
—No. ¿Vos?
—Tampoco. —Se quedaron en silencio, mirándose.

Volvió a sonar.
Me levanté, bajé a abrir… y ahí estaba Paula, mi hermana, con su marido Rodrigo y la pequeña Isabella, de seis años, vestida con una camperita de unicornio.

—¡Sorpresaaaa! —gritó Isa, alzando los brazos.
—¿Qué hacés acá, nena? —pregunté, riendo.
—Vinimos a ver cómo vivía el tío el ermitaño —dijo Paula, abrazándome fuerte.

Subimos los tres al último piso, charlando. Cuando llegamos a la terraza, Martina estaba guardando los platos, descalza, con el delantal puesto y una copa de vino en la mano.

—¿Pau? —dijo, sorprendida.
—¿Martiii? —Paula se llevó las manos a la cara—. Nooo… ¡NOOO! ¡No me digas que ustedes dos están…!

Rodrigo se reía atrás, sabiendo que venía el espectáculo.
—Sí… bueno, algo así —contestó Martina, sonrojada.

—¡Pero si ustedes se la pasaban peleando desde los trece! —dijo Paula, muerta de risa.
—Y bueno, viste cómo es… el amor es una pelea con buenos rounds —dije, levantando la copa.

Isabella, que venía corriendo atrás, se quedó mirando.
—¿Ustedes se besan? —preguntó con toda la inocencia del mundo.
Martina se agachó, riéndose.
—Solo un poquito.
—Eeeew —dijo, tapándose los ojos—. ¡Voy a contarle a la abuela!

Paula no podía parar de reír.
—¡Por favor, qué lindo esto! ¡Mi mejor amiga y mi hermano! Esto es oro, Hernán.
—No empieces, Paula.
—¿Cómo que no? Esto hay que celebrarlo. Rodri, abrí ese vino que trajimos.

En menos de cinco minutos, ya estábamos los cinco en la terraza, con el mate, vino, risas y la luna de fondo.
Paula recordaba las veces que jugábamos en la vereda de Pergamino, Martina contaba anécdotas del colegio y Rodrigo se reía de todo.

En un momento, Isabella apareció de nuevo, con algo en la mano.
—Miren, encontré un caracol en las macetas —dijo orgullosa—. Le voy a poner “Herni Dos”, porque también besa mucho.

Martina casi se atraganta de la risa.
Yo solo brindé, resignado.
—Por Herni Dos, el más romántico de todos.

Paula levantó la copa, sonriendo de oreja a oreja.
—Y por ustedes, que tardaron veinte años en darse cuenta de lo que todos sabíamos.

Martina me miró, sonriendo como solo ella puede.
Yo le devolví la mirada y supe que sí, que en esa terraza con luces, vino, y mi hermana gritando “¡quiero foto de los tortolitos!”, estaba exactamente donde tenía que estar.

Y así, entre risas, chistes de infancia y el sonido lejano del tránsito porteño, el viernes terminó siendo perfecto.
Un quilombo hermoso.



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En el texto hay: romace y comedia, curvy, #enemistolovers

Editado: 15.11.2025

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