Vecinos con historia

Sabadoo

Hernan..
El sol apenas asomaba y ya se escuchaba el ruido del mate cebándose en la terraza.
Paula, fiel a su estilo, había decidido que quedarse a dormir no era opción, era destino.
Así que anoche, entre risas, colchones inflables y un millón de anécdotas, la casa (bueno, los dos departamentos) quedó patas para arriba.

Martina y yo terminamos durmiendo en su cama, abrazados, todavía con olor a vino y fideos caseros.
Yo estaba en ese estado entre dormido y despierto cuando escuché unos pasitos chiquitos.
Pasitos sospechosos.

De pronto, una vocecita aguda susurró:
—Tío Herni… ¿estás dormido?

Abrí un ojo. Isabella estaba parada al lado de la cama, con una colita despeinada y un peluche en la mano.
—Más o menos, Isa… ¿qué hacés acá? —pregunté medio dormido.
—Vine a ver si de verdad dormís con la seño Martina.

Martina se tapó la cara con la almohada, riéndose bajito.
—Isa… —dijo entre risas—. No soy tu seño, soy la jefa del tío.
—Ah, entonces sos su jefa de dormir —dijo ella, muy convencida.

Yo exploté de risa.
—Bueno, algo así. Pero no le digas a la abuela, ¿sí?
—Tranqui —contestó Isabella—, pero te aviso que mamá ya está haciendo tostadas y dijo que si no salen en cinco minutos, va a venir con el mate y el celular para filmarlos.

Martina se incorporó de golpe.
—¿FILMAR? No, no, no. ¡No!
Yo no podía parar de reírme.
—Te lo dije: con mi hermana no se juega.

Salimos a la terraza. Paula estaba en modo “anfitriona del desayuno dominical”: pelo recogido, mate en una mano, tostadas con dulce de leche en la otra, y el celular listo para el chisme.
—Buen día, dormilones —saludó, con una sonrisa de villana de telenovela—. ¿Descansaron bien los noviecitos del año?

Martina rodó los ojos.
—Sos terrible, Paula.
—Y vos, una santa. Mirá que bancarte a mi hermano desde chicos… te ganaste el cielo.
Rodrigo se reía detrás del diario.
—Paula, dejalos tranquilos, por favor.

—¿Tranquilos? —repitió ella—. Si esto es histórico, Rodri. ¡Mi mejor amiga y mi hermano! Encima viven al lado. Es como una novela con dos timbres.

Isabella, que estaba jugando con el gato del edificio, se acercó con algo en la mano.
—Mirá, tía Marti, encontré otra vez a Herni Dos —el caracol de anoche—. Pero ahora está con otro, así que debe ser Marti Dos.

Martina estalló de la risa, mientras Paula gritaba:
—¡Ya tienen hijos los caracoles antes que ustedes!

Yo solo me rendí.
Agarré el mate, me senté al lado de Martina y la abracé por la cintura, delante de todos.
—¿Sabés qué? —le susurré—. Que hablen. Que digan lo que quieran.

Martina apoyó la cabeza en mi hombro, con una sonrisa chiquita.
—Total, no hay mejor publicidad que la que se hace en casa.

Paula nos miró y soltó un:
—¡Ay, por favor, son un peligro romántico!

Entre risas, mates y tostadas, el sábado siguió con anécdotas del pasado, fotos vergonzosas de la adolescencia (gracias, Paula) y planes para volver a Pergamino un fin de semana todos juntos.

Mientras el sol se levantaba del todo, me di cuenta de algo simple pero enorme:
que ya no había secretos, ni dudas, ni distancia.
Solo nosotros, el mate, y una familia que, aunque viniera sin aviso, siempre terminaba llenando de risas la terraza.

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En el texto hay: romace y comedia, curvy, #enemistolovers

Editado: 15.11.2025

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