Hernán
Después de 3 meses, volvimos a Pergamino, en este viaje, tendremos que dar “la noticia” y todos querran ver con sus propios ojos si de verdad Martina y yo estábamos juntos.
Spoiler: sí, estábamos más juntos que nunca.
Pero esta vez el viaje era distinto.
Nada de nervios, ni presentaciones. Solo una escapada de finde para ver a la familia, comer rico y disfrutar del aire de barrio que tanto extrañábamos.
El auto iba cargado hasta el techo: bolsos, chipá, mate, y Paula de copiloto dando órdenes como si tuviera un control remoto universal.
—¡Frená ahí, hernan! Mirá que ese panadero es el mismo de cuando éramos chicos.
—Pau, tiene ochenta años, dejalo vivir —respondí..
Atrás, Martina estaba recostada contra la ventanilla, con Isabella jugando a peinarle el pelo.
—Tía Marti, te pongo una trenza con brillitos —decía la nena, concentradísima.
—Dale, pero que no me quede como unicornio, ¿eh? —le contestó Martina, entre risas.
—Tarde —dije yo, mirándolas por el espejo—. Ya tenés purpurina hasta en la oreja.
—Ay, qué lindo, Hernán, vos siempre tan observador —ironizó Martina.
Cuando llegamos, Pergamino nos recibió con el olor a pan casero y ese silencio de pueblo que da paz.
La casa de Paula y Rodrigo ya estaba lista: asado, ensaladas, y hasta un cartel que decía “Bienvenidos los tortolitos” (obra claramente de Isabella).
Todo iba perfecto… hasta que, mientras Martina charlaba con mi vieja en el patio, escuché una voz conocida detrás mío:
—¿Hernán? Nooo, no puede ser.
Me di vuelta y ahí estaba Carla Benítez, mi ex compañera del secundario, con el mismo tono entre coqueta y teatral que usaba hace quince años.
—¡Carla! Qué sorpresa —dije, incómodo.
—¿Sorpresa? Por favor, si mi mamá me dijo “vi al nene Hernán y a la Martu juntos, parecen novios de revista” —dijo con risita falsa.
Y justo ahí apareció Martina.
Tranquila. Con una sonrisa de esas que decían “yo manejo la situación”.
—Hola, Carla. Tanto tiempo —saludó, cortés pero con ese brillo en los ojos.
—¡Martina! No puedo creerlo. Así que… ¿vos y Hernán? Qué historia, ¿no?
Paula, desde la parrilla, murmuró:
—Uh, empezó el show.
Rodrigo le dio un codazo para que se callara (en vano).
—Sí —respondió Martina—. Después de años de discutir, al final gané la pelea.
—¿La pelea?
—Claro —dijo ella, sonriendo—, la del corazón.
Carla se quedó muda dos segundos.
Yo casi aplaudo.
Paula no se aguantó y gritó desde la mesa:
—¡Tomá mate con eso, Carla la Carilinda!
Martina estalló de la risa, y Carla puso cara de “me retiro dignamente”.
—Bueno, me alegra verlos felices —dijo, y se fue caminando con el ego herido y los tacos en guerra con el empedrado.
Cuando desapareció por la esquina, Paula se acercó con una copa de vino.
—No sé si decirles “bravo” o “gracias por el entretenimiento”.
—Sos tremenda —dijo Martina, riendo.
—Yo no, querida. Vos sos la que ganaste el duelo. La pelea del corazón, ¿eh? Qué poética.
Martina me miró de reojo, divertida.
—Y sí. Con vos no me quedaba otra que usar estrategia.
—Ah, ¿estrategia le llamás a enamorarme? —pregunté, acercándome para besarla.
—Exactamente eso —dijo, rozándome los labios—. Y mirá qué bien funcionó.
Isabella, que justo pasaba corriendo, gritó:
—¡Tía Marti y tío Herni se besan otra vez! ¡Abuela, traé la cámaraaa!
Y así, entre risas, vino y escándalos de pasillo, Pergamino volvió a ser lo de siempre:
el lugar donde todo empezó…
y donde, aunque llegaran viejas caras del pasado, lo nuestro se sentía más firme que nunca.
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