Vecinos con historia

Sofie... Siendo Sofie...

Los lunes tienen esa costumbre insoportable de llegar sin avisar.
Y este, encima, venía con resaca de felicidad.

Todavía podía oler el perfume de Hernán en mi almohada cuando el despertador sonó. Me miré al espejo, con las ojeras disimuladas por un poco de rímel, y me reí sola.
Sí, la jefa estaba completamente enamorada del empleado. Y ni el café más fuerte del mundo podía esconderlo.

Llegué a la oficina con la mejor cara de “todo normal”.
—Buen día, Sofie —saludé, intentando sonar profesional.
—Buen díaaa, Marti —respondió ella, con una sonrisa traviesa que no presagiaba nada bueno—. Che, ¿vos dormiste bien?
—Sí, ¿por? —pregunté, sirviéndome café.
—No, nada, es que… tenés una cara de enamorada que ni te cuento.

Casi escupo el café.
—¿Qué decís, Sofie? —intenté hacerme la distraída.
—Ay, jefecita, por favor. Soy pasante, no ciega. —Se apoyó en el mostrador, divertida—. Desde que bajaron del auto esta mañana, se nota que algo pasa.
—¿Quiénes bajamos del auto? —pregunté, fingiendo demencia.
—Vos y Hernán. —Se cruzó de brazos—. Llegaron con tres minutos de diferencia, y los dos traían la misma sonrisa de “me hicieron el desayuno en la cama”.

Sentí que me ardían las mejillas.
—Sofie, eso es una falta de respeto —intenté ponerme seria.
—Sí, sí, claro —dijo, levantando las manos en señal de rendición—. Igual tranqui, no voy a decir nada. Pero si querías mantenerlo en secreto, te aviso que te delata la mirada.

Suspiré. Tenía razón.
Y además, estaba harta de esconder algo que me hacía tan feliz.

Me asomé a mi oficina, donde Hernán estaba acomodando unos informes, impecable como siempre.
El corazón me dio un salto.

—Sofie… —dije al fin, volviendo hacia ella.
—¿Mmm? —me miró con ojos brillantes, como si esperara el chisme de su vida.
—Está bien. Tenías razón. —Respiré hondo—. Hernán y yo estamos juntos.
—¡¿En serio?! —gritó en un susurro, tapándose la boca.
—Sí. Pero no lo cuentes, por favor. Es algo nuestro, y queremos llevarlo tranquilos.
—Lo juro por mi diploma de pasante —dijo, riendo—. ¡Ay, jefecita! ¡Por fin!

Me reí con ella.
—Y antes de que preguntes… sí, fue después de la gala de Gonzalo y Constanza. Esa noche… bueno, pasaron cosas.
—¿Cosas tipo Netflix sin Netflix? —bromeó Sofie, y casi me atraganto.
—¡Sofie!
—Bueno, bueno, ya está. Pero qué lindo, Marti. Se te nota distinta. Más… vos.

La miré, emocionada.
Tenía razón otra vez.

En ese momento, Hernán apareció en la puerta, con una carpeta en la mano.
—¿Interrumpo? —preguntó, con esa sonrisa que me desarma.
—No, no —dije rápido—. Justo le estaba contando a Sofie que… bueno, que ya sabe.

Él levantó una ceja, divertido.
—¿Ah, sí?
—Sí —dijo Sofie, inflando el pecho como si hubiera resuelto un caso policial—. Pero tranqui, jefe, soy una tumba.
—No soy el jefe —corrigió él.
—No, claro, pero igual se nota quién manda —contestó, guiñándome un ojo.

Hernán se rió, la miró y después me miró a mí, con esa mezcla de orgullo y cariño que me derrite.
—Bueno, Sofie, si vas a guardar un secreto, que sea este: estoy completamente enamorado de tu jefa.

—¡Ay, no! ¡Me muero! —gritó ella, tapándose la cara—. ¡Esto es mejor que cualquier serie!

Y mientras yo me reía, sonrojada hasta las orejas, me di cuenta de que ya no tenía sentido esconder lo que era evidente:
Éramos felices. Ridículamente, abiertamente felices.



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En el texto hay: romace y comedia, curvy, #enemistolovers

Editado: 15.11.2025

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