Vecinos con historia

Lo que ella no sabe

Hernan
Hay días que empiezan normales…
Y después hay días como este, donde uno se levanta sabiendo que está a punto de hacer algo que le va a cambiar la vida a alguien que ama.

Desde la mañana tuve esa sensación en el cuerpo.
Ese cosquilleo.
Ese nerviosito lindo.

Martina entró a la oficina y me sonrió como si yo fuera su lugar seguro, y ahí mismo supe que sí, que el plan tenía que salir perfecto.

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A la tarde, cuando ella se encerró a revisar campañas, aproveché para hacer la llamada más importante de la semana.

Sol, su Sol, la amiga de toda la vida que tiene el hotel en la isla, atendió con su energía habitual, esa que parece que te abraza desde el teléfono.

—¡Mi ejecutivo preferido! ¿Qué hiciste ahora? —bromeó de entrada.
—Todavía nada… pero necesito tu ayuda para algo importante.

Sol se quedó callada medio segundo, y después suspiró como si entendiera todo sin explicación.

—¿Es para Martina?
—Obvio que es para Martina.
—Ay, Hernán… ya me emocioné. ¿Qué querés hacer?

Le conté lo básico:
Fin de semana, fecha especial, que quiero que ella tenga algo lindo, algo suyo, algo que recuerde.

Sol chasqueó la lengua, divertida.

—Ya está. Te reservo la cabaña del muelle, la que ella ama. Te armo la cena ahí, luces, vino, la música que le gusta… vos solo traela.
—Gracias, Sol. De verdad.
—No me agradezcas, querido —respondió—. Cuando alguien hace feliz a mi amiga, yo ayudo sin condiciones.

Y ahí terminó la llamada, con una complicidad que me dejó sonriendo como un idiota.

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Cuando corté, me quedé un rato mirando el celular.
Entró un mensaje de Martina:

> “¿Estás bien? No te vi hace un rato.”

La ternura que me agarró fue absurda.

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Volví al escritorio como si nada.
Sofie me vio pasar y me tiró un pulgar arriba, cómplice total.

—¿Listo el operativo enamorar-a-la-jefa? —susurró.
—Listo —le dije—. Y si esto sale bien, te juro que te doy vacaciones anticipadas.
—¡Jefecito! ¡No me hagas llorar que me arruina el rímel!

Me reí.
Esa chica era un peligro… pero un peligro hermoso.

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A la salida, Martina apareció con el bolso al hombro y esa expresión cansada pero dulce que me desarma.

—¿Nos vamos juntos?
—Siempre.

En el ascensor, se apoyó un poquito en mi brazo.
Un gesto mínimo.
Pero a mí me aflojó el alma entera.

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Cuando llegamos a su puerta, la besé despacio.
Ese beso de viernes que la hace suspirar contra mi boca.

—Hernán… —murmuró—. ¿Pasó algo hoy? Te sentí raro.
—Nada malo —mentí con toda la tranquilidad del planeta—. Solo…
—¿Solo?
—El fin de semana que viene no hagas planes.

Me miró con esos ojos que preguntan sin hablar.

—¿Una sorpresa?
—Una sorpresa —repetí contra su frente.

Su sonrisa…
Dios.
Lo valió todo.

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Al cerrar la puerta de mi departamento, apoyé la espalda y respiré hondo por primera vez en el día.

No sé si soy romántico.
No sé si lo hago perfecto.
Pero sé esto:

El próximo fin de semana…
Martina va a ser feliz.

Y eso es lo único que importa.



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En el texto hay: romace y comedia, curvy, #enemistolovers

Editado: 28.11.2025

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