Vecinos con historia

Viaje romantico

Martina

Sol siempre decía que la Isla tenía “energía propia”.
Que el aire era distinto, que te limpiaba la cabeza, que hacía aflorar cosas que ni sabías que guardabas.

Yo, sinceramente, en ese momento sentía que lo único que afloraba era un nivel de nervios que podía competir con un adolescente antes de la primera cita.

Porque sí… Hernán estaba raro.

Tierno, dulce, más pegado a mí que el protector solar, pero raro.

—Falta poquito —me dijo en la lancha, apretando mi mano.
Ese “faltita poquito” tenía algo… algo escondido. Lo conozco desde que tenía rodillas raspadas y se tragaba las eses. Lo conozco más que a mí misma.

—¿Te pasa algo? —le pregunté disimulando.
—Nada —dijo él, sonriendo como si nada.

Sí, ajá. Nada.
Re trucho.

Cuando la lancha frenó en el muelle de la isla, Sol apareció desde la playa agitando los brazos como si quisiera que la vea la NASA.

—¡MARTIIIIIII! —gritó al mejor estilo “vecina escandalosa”.
—Ay Dios —murmuré—. Empezó.
Hernán se rio, pero yo sentí que en cualquier momento Sol se tiraba arriba nuestro.

Y sí. Lo hizo.

—¡Al fin vinieron, che! ¡Pareja de tortolitos! —dijo abrazándonos a los dos mientras Hernán casi pierde el equilibrio atrás.
—Sol, pará —me reía yo—. Acabo de bajar, dejame respirar.
—Ay, respirá de este aire que te rejuvenece —dijo mientras me agarraba de la cara como si yo fuera un bebé.

Hernán atrás, muerto de risa.

—Che, ¿y vos? —le dijo Sol señalando a Hernán—. A ver, vení, grandote.
Y lo abrazó como si no lo hubiera visto en seis años y le revisó el lomo.
―Mirá esos brazos. Martina, ¿qué te estás comiendo, querida? Que Dios me libre.

Casi me atraganto.

—Sol —dije entre risas—. Soltalo. Que es mi novio, no una res a evaluar.
—Ay sí, bueno, pero viste que una mira, por salud.

Hernán estaba rojo.
Yo también.
La isla, divina.

---

El hotelcito de Sol estaba increíble: madera clara, telas blancas ondeando, olor a coco, y ese sonido del mar que te curaba el alma.

Dejamos las cosas, caminamos un rato por la playa, comimos unas empanadas riquísimas que Sol preparó para “recibir a mis dos famosos”, y cuando cayó la tarde, Sol nos dejó solos.

Ahí fue cuando lo sentí…
Algo en Hernán cambió.
Se puso serio.
Pero un serio lindo. De esos que te miran directo al alma.

Nos sentamos en la arena, el sol bajando y tiñendo todo de naranja. Él se quedó mirándome. Mucho. Como si quisiera memorizar mi cara.

—Martina… —dijo, y mis nervios se sentaron a la par mía—. Quiero hablar con vos un segundo.

Ahí supe que venía algo grande.
Lo vi en sus ojos.

—¿Qué te pasa, Herni? —pregunté suave.

Él tomó aire. Ese aire de la isla que parecía empujar las palabras.

—Sé que llevamos dos meses de novios —empezó—. Pero también sé que nos conocemos de toda la vida. Con lo bueno y lo malo. Con las cagadas que nos mandamos. Con lo que nos dolió y lo que nos curó.

Mi garganta hizo un ruidito traidor.

—Y todo eso lo pudimos superar —siguió—. Y por eso quiero que entiendas… que con vos no estoy para juegos.

Mi corazón dio un vuelco.

—Hernán…

—Pará, dejame decirlo bien —sonrió, pero tenía la voz cargada de emoción—. Quiero construir algo que sea para vivir un futuro juntos. No te voy a dar un anillo hoy…

Me reí nerviosa.

—Ay Dios, menos mal. Pensé que me moría.
—No, no —rió él también—. Faltan cosas para eso. Pero sí te quiero dar algo.

Sacó una cajita chiquita del bolsillo.
Mi alma se fue volando en jets privados.

Adentro había una cadena de plata fina, delicada, hermosa.
Y un charm de infinito chiquito, brillante.

—Esto simboliza mi amor por siempre con vos —dijo bajito, tocando el infinito con la yema del dedo—. Yo te amo, Martina. Y no quiero estar con otra persona. Quiero tener hijos, nietos, discutir por la cena, ver atardeceres. Sea en Pergamino, en Capital o en la China… quiero crear un futuro con vos.

Yo lloré.
No dos lágrimas.
No un sollozo elegante.

No.
Lloré como si me hubiera roto el corazón alguien, pero al revés: porque me lo estaban armando bien.

—Hernán… —dije sin poder parar de sonreír y llorar a la vez—. Yo también quiero todo con vos.

Él me puso la cadena, apoyó la frente en la mía, y me besó despacio, de esos besos que te marcan un antes y un después.

La noche cayó.
El mar sonaba suave.
Y yo entendí…

Que Hernán no me estaba prometiendo un anillo.

Me estaba prometiendo una vida.



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En el texto hay: romace y comedia, curvy, #enemistolovers

Editado: 28.11.2025

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