Vecinos con historia

Kayak

El sol del Delta siempre tiene esa cosa de brillar distinto, como si se hubiera puesto de acuerdo con Sol para hacerme quedar en evidencia. Porque sí, mi mejor amiga había amanecido con esa energía: la de querer hacernos hacer actividades físicas a las nueve de la mañana como si fuéramos influencers wellness.

—Bueno, tortolitos, ¿listos? —preguntó Sol, con una sonrisa enorme mientras señalaba dos kayaks amarillos perfectamente alineados en el muelle.

Yo pestañeé tres veces seguidas.
—¿Eso… es para mirar o para usar?

—Usar, reina —respondió Sol, dándome un empujoncito—. La experiencia Delta no está completa sin una salida en kayak. Además, vos necesitás vitamina aventura.

—Yo necesito vitaminas pero en cápsulas —murmuré.

Hernán atrás mío se rió, esa risa ronca y perfecta que me derrite más rápido que el sol de febrero.

—Dale, Marti… va a estar bueno —me dijo apoyándome una mano en la cintura, como si eso no me aflojara las rodillas instantáneamente—. Yo estoy con vos.

Claro. Con él me subo hasta a un cohete si quiere. No es justo.

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La odisea de subirme al kayak

Sol ya estaba acomodada, sentada como una atleta olímpica.
Yo, en cambio, estaba parada al borde del muelle como una señora que se olvidó el flotador.

—A ver, es fácil —dijo Sol—. Te sentás y…

No llegó a terminar la frase porque Hernán, con toda la paciencia del mundo, me tomó la mano.

—Venite despacio. Si te caés, te agarro.

—¿Y si nos caemos los dos?

—Nos reímos y nos volvemos a subir.

¿Ves? ¿Cómo se supone que una piensa cuando este hombre dice esas cosas?

Intenté bajar un pie al kayak…
Se movió.
Yo hice un ruidito tipo “¡ay!”
Sol lloraba de la risa desde atrás.

—¡No te rías, Sol! —protesté— ¡Esto se está moviendo como si tuviera vida propia!

—Es agua, Martina —contestó ella—. Se mueve.

Qué ganas de empujarla.

Hernán finalmente se metió al agua, agarró el kayak con sus manos fuertes y me guiñó un ojo.

—Listo, mi amor. Ahora sí.
(Y lo dijo mi amor. Sol abrió los ojos como dos faroles de puerto.)

Con él sosteniéndolo, pude sentarme. Hernán subió al suyo como si estuviera entrando a un auto. Hombres.

---

En el agua

Al principio todo era torpeza y risas.
Yo remaba para la derecha y terminaba yéndome para la izquierda.
Sol desde atrás gritaba indicaciones que yo no entendía.

Pero en un momento, cuando dejamos atrás el muelle, el río se volvió tranquilo.
El agua brillaba.
Los árboles se reflejaban como si pintaran un cuadro.

Y yo… me solté.

—¡Hernán! —grité— ¡Estoy remando bien! ¡MIRÁ!

—¡Muy bien! —respondió él, y se acercó con su kayak hasta ponerlo paralelo al mío—. Sos una genia.

Me tomó la mano por encima del borde del kayak.
Literalmente quedamos flotando, de la mano, como si el río nos abriera paso.

—Te amo así —me dijo en voz baja—. Libre. Felíz.

El pecho me hizo crack de emoción.

—Yo… también te amo así —respondí, sintiéndome tonta y plena al mismo tiempo.

Él se acercó más y me besó—rápido, suave, porque si nos inclinábamos mucho terminábamos nadando—pero fue suficiente para dejarme sin aire.



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En el texto hay: romace y comedia, curvy, #enemistolovers

Editado: 28.11.2025

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