Jamás pensé que un miércoles cualquiera, casi llegando al final de la semana, iba a terminar metido en el departamento de mi novia con el corazón latiéndome como si estuviera viendo Boca en una final. Pero ahí estaba yo.
Martina había recibido una llamada rara en la oficina. Rara en serio.
Me quedó grabado cómo se le movió el gesto: no fue miedo, no fue enojo… fue algo entre sorpresa, nostalgia y un “oh no”.
Le pregunté si estaba todo bien.
—Sí, sí, después en casa te cuento, ¿dale? Andá vos, cociná esas pastas ricas… Yo me quedo un ratito, tengo que preparar lo del CEO para mañana.
No era habitual en ella quedarse más tarde sola. Pero bueno, confío en Martu como en nadie.
Así que agarré mis cosas, saludé a Sofi —que estaba con un alfajor y cero intención de trabajar— y me fui.
Cuando entro al ascensor, se mete conmigo un hombre. Mayor, cincuenta y pico, capaz sesenta. De traje pero sin corbata, como esos que ya tienen autoridad de sobra para no necesitarla.
Y apenas lo veo, me pasa algo raro:
Lo conozco.
O creo que lo conozco.
El tipo me mira igual, con la ceja levantada.
—Buenas tardes —me dice.
—Buenas tardes —respondo yo, educado pero con la cabeza a mil.
Apretamos el mismo piso.
Ahí ya dije bueno, qué casualidad.
Cuando se abren las puertas, lo dejo pasar.
—Gracias, pibe —dice.
Y camina derecho hacia el departamento de Martina.
Ahí se me paró la respiración.
El tipo mete la mano en un escondite donde Marti guarda la llave de emergencia.
Eso ya me pareció raro.
—Disculpe… —le digo acercándome— ¿qué está haciendo?
El hombre se gira, tranquilo como si estuviera abriendo su propia casa.
—Voy a entrar. La dueña me está esperando.
—La dueña es mi novia —solté, cruzándome de brazos—. Así que explíqueme qué hace con la llave del departamento de mi novia.
El tipo abre grande los ojos.
—Ah, mirá vos… ¿Vos sos Hernán?
Me quedé duro.
—…¿Me conoce?
—¿Pero cómo no te voy a conocer, nene? Si vos jugabas a la pelota en la cuadra de casa. ¡Soy Ernesto!
Me cayó la ficha de golpe.
Ernesto.
El papá de Martina.
—¡Nooo! ¡Ernesto! Perdón, es que no lo reconocí…
Él se ríe, satisfecho.
—Y sí, estás más grandote. Qué bárbaro, eh… ¿Así que vos sos el famoso novio? ¡Mirá vos! ¡Al final se dieron vuelta y se juntaron! ¿Quién lo hubiera dicho?
Yo me tentaba, porque era la típica charla de vecino de Pergamino.
—Y encima viven al lado… ¡Esto es una novela, pibe! —suelta él mientras abre la puerta— Dale, pasá, que charlamos un rato antes de que llegue Marti.
Entramos. Él dejó su bolso, se sirvió agua sin preguntar —claramente se siente en casa— y se sentó en el sillón como si fuera el dueño del edificio.
—Contame, pibe —me dice, señalándome con la botella— ¿la querés en serio a mi nena?
Tragué saliva.
Era de esos hombres que te atraviesan con la mirada.
—Sí, Ernesto. La quiero en serio.
—¿En serio en serio?
—En serio en serio. Yo no estoy para jodas con ella. Nos conocemos desde pibes… Si di el paso, es porque la veo en mi futuro.
Ernesto me mira un segundo, y después sonríe como un padre que aprueba el examen.
—Bien. Te creo. Y también te aviso:
Si la hacés sufrir, te acomodo de un cachetazo. No me importa lo grandote que estés.
Yo me reí.
Él también.
Qué tipo.
—Che, ¿hacemos un chiste? —me dice de golpe, con ojos de nene travieso.
—¿A quién?
—¿Cómo que a quién? ¡A Martina! Ya debe estar viniendo nerviosa por la llamada. Vamos a divertirnos un poco.
Y sin esperar respuesta, agarra el celular y la llama.
En altavoz.
—Hola, papá… —dice ella.
—MARTINA. —grita él de golpe, actuando indignado—. ¿Cómo que estás saliendo con un empleado? ¿De novio encima? ¡¿Vos estás loca, nena?!
Yo me mordí el brazo para no largar la carcajada.
—Papá, papá, yo te puedo explicar —dice Martina, desesperada— No es lo que pensás, te juro…
—¡Nada de explicaciones! Venite YA MISMO. Vamos a tener una charla MUY seria.
Y le corta.
Éramos dos tarados riéndonos a carcajadas en el living.
Si alguien nos veía así, pensaba que no teníamos dos neuronas juntas.
Martina entra como un huracán.
Del pelo para atrás, corriendo, sin aire.
—¡PAPÁ! —grita— ¡TE PUEDO EXPLICAR! ¡NO ES COMO VOS PENSÁS!
Ernesto se cruza de brazos, muy serio.
Demasiado serio.
Yo estaba detrás, tratando de no explotar.
—Martina —dice él— estoy MUY decepcionado.
—Papá… de verdad… yo no te quise ocultar nada… es que… —y se pone nerviosa— Hernán y yo… nosotros…
Y Ernesto no aguanta más.
LARGA LA CARCAJADA DEL SIGLO.
Martina queda congelada.
Yo me incorporo porque ya no podía sostenerme.
—¡PAPÁ! —se agarra la cabeza— ¡SOS UN TARADO!
Ernesto se ríe.
Yo me río.
Hasta el sillón se ríe.
—Ayyy, Martu —dice él secándose una lágrima— ¿Cómo no te voy a querer feliz? Vení acá, tontita.
Ella lo abraza fuerte, resoplando indignada.
Después gira hacia mí.
—Y vos… —me señala— sos cómplice.
Me acerco, la agarro de la cintura y le doy un beso en la sien.
—Perdón, amor… pero ver tu cara valió la pena.
Ella me pega un sopapo en el brazo.
Fuerte.
Y después me abraza.
—Los odio —murmura—. Pero los amo.
Ernesto nos mira como un padre orgulloso de que la novela de su hija esté saliendo bien.
—Bueno, che —dice— ¿y esas pastas? Que yo también como, ¿eh?
Y ahí me di cuenta de algo:
Ese hombre iba a ser mi familia… y yo no podía estar más feliz.