5 años antes de obtener sus poderes.
Cinco años antes de obtener sus poderes, Veigar languidecía como prisionero en las profundidades del Bastión Inmortal. Allí, encerrado en un guantelete arcano que antaño había sido forjado por el rey brujo Mordekaiser, soportaba un tormento interminable. Desde la caída del tirano, el guantelete había pasado a manos de la Rosa Negra: el gobierno secreto que regía Noxus desde las sombras. Ahora, era utilizado como una herramienta de estudio por un hechicero ambicioso, ansioso por desentrañar sus secretos.
El dolor y la humillación alimentaron el odio del pequeño Yordle. Cada momento de agonía avivaba una chispa dentro de él, un anhelo de liberación. En medio de su desesperación, Veigar encontró una grieta en su prisión mágica. Su astucia y determinación lo guiaron hasta un objeto olvidado, un fragmento de materia oscura de origen desconocido. Al entrar en contacto con este poder prohibido, algo dentro de él cambió para siempre. El oscuriam fluyo por sus venas: un poder capaz de moldear la materia oscura a su voluntad y someterla a sus designios.
Envuelto en una furia asesina, Veigar se liberó de su confinamiento. Con sus recién adquiridos poderes, desató una carnicería contra aquellos que lo habían esclavizado y torturado. Cada hechizo lanzado era un eco de su sufrimiento convertido en destrucción. Los sectores subterráneos del Bastión Inmortal, que alguna vez fue su cárcel, se convirtió en un campo de muerte.
Sin embargo, en la última etapa de su venganza, Veigar encontró un objeto que le llamó con una voz silenciosa pero irresistible: un anillo de origen siniestro. La joya irradiaba un poder tan antiguo como aterrador. Incapaz de resistirse, Veigar se colocó el anillo en su dedo. En el instante en que lo hizo, una conexión oscura y profunda se estableció entre él y la entidad que lo habitaba: un demonio, un Tejedor de Destinos, que ofrecía un poder inimaginable, pero al precio de una condena eterna.
Por primera vez, Veigar sintió que el poder que tanto había anhelado podría convertirse en su mayor condena.
-------------------
En la actualidad, Subterfugios de Noxus
Veigar se dobló por la mitad mientras de su cuerpo ascendía humo: luchaba contra la presencia que se le había metido dentro, una presencia, que por causa de su estúpida curiosidad lo había condenado. No era igual que la experiencia que había tenido con Mordekaiser; eso era mucho, muchísimo peor. El espíritu que lo poseía le impregnaba la carne y los huesos, se le enroscaba en torno al corazón como una serpiente y no dejaba más que vacío donde antes había estado su alma. Él se enfurecía contra el gélido toque del espíritu y concentraba toda la voluntad en expulsar de su interior a la presencia; pero no lograba absolutamente nada. Una risa feroz resonó dentro de su mente.
—¡Suéltame! —grito Veigar.
—¿Soltarte? Pero si acabo de adquirirte. ¿Sabes durante cuánto tiempo he esperado a un sirviente como tú? Un Yordle.
Con un rugido, el Yordle se lanzó hacia el cristal. Tomo el vidrio que había usado para matar a su otro torturador y descargó una lluvia de golpes sobre la relumbrante superficie. El acero y el cristal oscuro sonaron como un doblar de campanas, y cuando retrocedió con paso tambaleante, con las fuerzas agotadas la facetada superficie estaba intacta.
—¡Vaya manera de tratar tus pequeñas manos, Veigar! Si continúas haciendo eso, te estropearás los dedos.
—¿Qué eres? —gritó Veigar, frenético de furia.
—¿Yo? Comparado contigo, soy como un dios. —Una insensible risa entre dientes reverberó por toda la sala—. Tu raza, con sus rudimentarias percepciones, me llamaría demonio. No podrías pronunciar mi nombre aunque dispusieras de cien años para intentarlo. Para nuestros propósitos, puedes llamarme Kairos. Con eso bastará.
—¿Un espíritu? ¿Un demonio?—Veigar sintió vértigo ante el pensamiento.
«¿Un demonio? ¿Dentro de mí? ¡No, no lo permitiré!» El Yordle cayó de rodillas y desenvainó la daga, cuya punta partida se apoyó contra la garganta.
— ¡Yo no soy esclavo de nadie, ya sea demonio o dios!
—Si clavas esa hoja, no sólo morirás como esclavo, sino que continuarás siendo mi servidor por toda la eternidad —dijo el demonio con voz fría y severa.
—Estás mintiendo.
—Clávatela, entonces, y lo descubrirás.
La mente del yordle trabajaba a toda velocidad.
«Hazlo. Te miente. ¡Es mejor morir que vivir de este modo!» Pero la duda atormentaba su mente. «¿Y si dice la verdad? ¿Qué razón tiene para mentir?»
Con un gruñido bestial, Veigar dejó caer la daga al suelo.
—¿Has querido decir que podría dejar de ser tu esclavo?
—Eso está mejor —replicó Kairos, con un tono de aprobación en la pétrea voz—. Eres un pequeño yordle muy listo. Sí, haré un trato contigo. Un intercambio: tu servicio, por tu libertad. Dame tu servicio, y yo renunciaré al poder que tengo sobre ti. ¿Qué podría ser más justo que eso?
Veigar frunció el entrecejo.
—No soy brujo. Soy hechicero.
—Deja la brujería para mí, pequeño yordle. Supongo que conoces la historia de este lugar; de ese gusano de Mordekaiser y del perro infeliz de Ehrenlish, el perro que te torturo bajo sus ordenes y los parásitos de sus compinches. Tienes que conocerla… Fueron los alaridos de Ehrenlish los que oí cuando el gran vacio oscuro que le lanzaste lo consumió. ¡Cómo he anhelado oír ese sonido, Veigar! Sabía que antes o después aparecería ese estúpido esbirro del Rey Brujo, Pero el modo en como lo mataste, ¡Oh, maravilloso! ¡Tienes mi gratitud por ello!
—Continúa, demonio —gruñó el yordle—. A diferencia de ti, yo puedo morir de viejo.
—No entre estas paredes, pequeño Yordle…, al menos no durante mucho, muchísimo tiempo. Pero estoy divagando. Mordekaiser y la desgraciada Rosa Negra…, que eran viles gusanos miserables consiguieron, a un alto precio, atraparme dentro de ese anillo; eso, hace muchos milenios.