Veigar, El Amo Del Mal

Relato: Parte III --- festín de almas.

Le quitaron las dagas y lo golpearon con los puños hasta que la ropa quedo empapada en sangre oscura y negra. Aún le sangraba la herida del vientre y el dolor hacía que cualquier movimiento fuese prácticamente imposible. Lo ataron a uno de los puntales de la tienda de Hullheredar, y el hechicero lo interrogó largamente acerca de lo que había encontrado en el templo de Erhenlish.

Veigar se lo contó todo. Incluso exageró la cantidad de tesoros y reliquias que había encontrado en aquel templo que había sido su prisión durante muchísimos eones; de la ciudadela que había debajo de Noxus y muchas otras cosas que eran ocultas incluso para los seguidores de la legión. Que los legionarios y hechiceros se mataran unos a otros en el intento de llegar allí. Si la Oscuridad Exterior se mostraba benevolente, Hullheredar tendría éxito, y Kairos podría poseerlo como había hecho con Veigar. Sin embargo, el hechicero dijo que no creía una sola palabra y volvió a amenazar con degollarlo vivo. Veigar se limitó a reírse de él, cosa que, dadas las circunstancias, ya constituyó una tortura. Dentro de poco estaría en poder de un demonio mas antiguo que Mordekaiser y si cabe poco mas poderoso que este ultimo. ¿Qué podía hacerle Hullheredar que fuese ni remotamente comparable?

«No tienes que morir aún, yordle —resonó la voz del demonio dentro de su cabeza—. Si lo deseas, puedo curarte las heridas. Puedo dotarte de enorme fuerza y poder. Puedo…»

—No —murmuró Veigar.

«¿No? ¿Me rechazas, pequeño Yordle? ¿Prefieres sufrir como esclavo, torturado para toda la eternidad? ¿O harás algo al respecto?»

—Cállate —murmuró Veigar, apretando los dientes.
Recibió un golpe tremendo en un lado de la cabeza. El dolor le recorrió el estómago, y Veigar perdió el sentido durante varios segundos.

Cuando recobró el conocimiento vio como Hullheredar se encontraba de rodillas, con los ojos alzados hacia el Yordle.

—No te me mueras todavía, enano —gruñó el hechicero—. Aún tenemos algunas cosas de las que hablar antes de que asciendas la ladera para purgar tus pecados en el soto. Veamos, ¿qué quiere «Kairos, el teje destinos» con el Sombrero Mortifero de Rabbadon? ¿Que secretos guarda la ciudadela en el subterraneo del Bastión Inmortal?

El yordle parpadeó lentamente e intentó aclarar sus pensamientos.

—Quiere ser libre. El sombrero le perteneció a uno de los brujos que lo encerraron en la época de Mordekaiser, la pesadilla de hierro.

Los hechiceros murmuraron entre ellos con cierto temor, varios de ellos parecían conocer las historias de la pesadilla de Hierro que antaño gobernara el Bastión Inmortal.

—En ese caso, aún más razón para mantenerlo fuera de su alcance, en cuando a la ciudadela subterranea… Uhmm… eso si que es curioso —añadio Hullheredar—. Por otro lado, Rabbadon fue el gran brujo que fundo la Orden del Puño Hechicero hace muchos siglos, en la época del Rey Brujo. El sombrero es uno de los tesoros más sagrados que tenemos.

Veigar no lo escuchaba. Se le había caído la cabeza hacia adelante y de la boca le manaba un fino reguero de saliva sanguinolenta que goteaba sobre la alfombra. Hullheredar echó atrás la cabeza del yordle y le levantó un párpado con el dedo pulgar.

—Uhmmm…Está casi acabado —le dijo a Yaghan—. Llevadlo al círculo. Yo debo prepararme para el sacrificio.

Mientras los campeones desataban a Veigar, Hullheredar se retiraba al otro extremo de la tienda, donde había un cuenco de cobre lleno hasta el borde de agua. El hechicero comenzó a lavarse las manos y la cara con el fin de purificar el cuerpo para la ceremonia inminente.

—¿Sabes, Veigar?, a pesar de toda la matanza que has dejado a tu paso, te considero una bendición de los dioses. De verdad que sí. Trajiste información valiosa sobre Noxus, información que desconocíamos, mataste a Erhenlish, uno de los antiguos ezbirros de Mordekaiser y abriste la Puerta del Infinito para mí. Ahora acabas de darme una información valiosísima acerca de los peligros del Dios Demoniaco, Kairos y el templo, conocimiento que utilizaré para someter al demonio a mi voluntad. Y, finalmente, gracias a tu estupidez, te degollaré en el círculo de piedra, y tu sangre purificará el soto que tan recientemente profanaste. —Se volvió a mirar al yordle cuando los centuriones se disponían a sacarlo de la tienda—. Estoy ansioso por comerme tu corazón junto a la hoguera esta noche, Veigar. Nos has hecho un gran servicio a mí y a mi legión.

La grave carcajada del hechicero acompañó a Veigar hacia la oscuridad.

Veigar dejó un rastro de sangre a lo largo de la pendiente. Las extremidades se le enfriaban cada vez más y la ceguera iba y venía; estaba siendo victima de hipotermia. Nunca antes había estado tan cerca de la muerte; podía sentirla justo a su lado, penetrándole en el cuerpo como un helor invernal.

A cada paso del camino, Kairos le hablaba dentro de la cabeza y le ofrecía curarle las heridas. El yordle saboreaba la sutil nota de desesperación que iba en aumento en la voz de Kairos. Tal vez el demonio dijera la verdad respecto a su servidumbre eterna tras la muerte, pero a pesar de eso Veigar tenía claro que Kairos prefería mantenerlo con vida. También le resultaba interesante que el demonio no pudiese curarlo sin que él le diera permiso para hacerlo. ¿Qué otras limitaciones tenía? El pensamiento calmaba en parte el dolor que sentía. Resultaba reconfortante tener siquiera una pizca de control sobre su propio destino.

El tribuno y los centuriones restantes, cuatro en total, lo transportaron sin esfuerzo ladera arriba. Yhagan lo tenia sujeto de las orejas como un conejo que fuera a ser llevado al matadero. Los oscuros árboles susurraban con voracidad a su paso, sin duda porque percibían la sangre derramada sobre el cuerpo de Veigar. Las piedras erectas habían sido partidas por las energías mágicas puestas en libertad horas antes, pero el círculo del interior estaba limpio de escombros. Alguien, tal vez los sacerdotes supervivientes, habían retirado los numerosos cadáveres.




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