Dicen que diciembre tiene algo de mágico, pero Clara no lo sentía así. Mientras el avión descendía sobre Londres, una ciudad que brillaba con luces y promesas ajenas, ella solo podía pensar en lo que había dejado atrás: un corazón roto, una historia que ya no le pertenecía y un invierno que parecía dispuesto a congelarlo todo.
Londres la recibió con un frío húmedo que se coló entre sus costillas, recordándole que estaba sola en un país extraño. Sin embargo, ese mismo frío la llevó a una cafetería cálida, al aroma dulce del chocolate caliente… y a un accidente que marcaría el primer giro de su diciembre. Un abrigo caro arruinado, unos ojos grises que parecían esculpidos en hielo y un hombre que odiaba la Navidad tanto como ella detestaba sentirse perdida.
James Ashford no buscaba compañía. Desde la muerte de su padre, diciembre era un mes para sobrevivir, no para vivir. El espíritu navideño que todos celebraban le pesaba como un duelo silencioso. Lo último que esperaba era que una chica torpe, temblorosa y recién llegada de Nueva York irrumpiera en su rutina… y en su ático, a solo un piso de distancia.
Ninguno de los dos podía imaginarlo entonces, pero ese accidente —una taza derramada, una disculpa casi en lágrimas— sería el primer hilo de una historia inesperada. Una historia de veinte días, veinte intentos, veinte pequeñas luces prendidas en medio del frío.
Un pacto que nacería del dolor.
Un diciembre dispuesto a cambiarlo todo.
Y dos vecinos intentando no caer… incluso cuando el invierno empezaba a derretirse entre ellos.