Veinticuatro respiraciones por minuto.

Capítulo I.

 

I

‘’Notas el cambio cuando el alma te pesa y la muerte te espera al otro lado de la puerta.’’

 

 

 

 

El silencio y el frio del lugar lograban calar hasta lo más profundo de sus huesos, vaciando sobre ella la inigualable soledad. Dolor entumecedor, su cuerpo rogaba un descanso, una pausa.

Tres días, setenta y dos horas, cuatro mil trescientos veinte segundos. Cuando tu mente se vuelve una cárcel, no hay lugar por donde salir prófuga.

‘’El cáncer es un perro desgraciado, te arrebata hasta lo más pequeño, y si no eres lo suficientemente fuerte como para sobrevivir a ello, mueres.’’ Susurro en un intento de ser escuchada, la necesidad de llegar al hospital se había vuelto el suspiro de vida que le quedaba. ‘’Comienza tomándote a ti, a tu cuerpo, te lleva al límite.’’ Tartamudeo, aferrando sus dos manos al volante. Asustada cuando casi estrella su auto contra el de otra persona. ‘’Luego arrasa tal cual desastre natural, tus familiares, amigos, mascotas, todo es un manchón borroso que queda cuando el llega.’’ Detuvo el auto cuando las nauseas cegaron su vista.

En medio de la autopista un coche color gris quedo varado de pronto, se detuvo cuando su conductora sintió de pronto la primera arcada. El movimiento involuntario hizo que su cuerpo se contrajera dolorosamente, lagrimas brotaron de sus ojos. El poco contenido estomacal mancho el auto, era lo que con esfuerzo había comido, sangre y jugo gástrico. El llanto se volvió ensordecedor pequeños gemidos de dolor se colaron por sus labios al mismo tiempo que las siguientes arcadas atacaron su cuerpo, no había nada, absolutamente nada que se pudiera arrebatar.

Impulsivamente volvió a conducir, faltaba poco el camino estaba grabado en su memoria. Diez segundos cuando vio el primer restaurante. ‘’Las delicias de Pit’’, dos más de ellos y visualizo el pequeño centro geriátrico, sesenta de ellos cuando se detuvo en el estacionamiento del hospital. Sus ojos no se enfocaban, su boca manchada con sangre haciendo todo más brutal.

‘’Y si estas solo, te deja en cero. Te arrebata a ti mismo, eres convertido en una bomba a punto de explotar.’’ El acido quemo su garganta, y la sangre aun sabia agria en su paladar.

Camino dos pasos cuando sintió su cuerpo desfallecer, increíblemente no era el momento en que caería, sus manos y piernas temblaban. El cielo grisáceo revestía la escena trágicamente. Una camiseta, pantalones holgados de dormir, par de pantuflas, y un estado puramente lamentable.

‘’¡Ayuda!’’ En un pobre intento sintió lo que fue un grito, cuando en realidad no fue más que un gemido doloroso.

Sus pies seguían avanzando las llaves del auto habían resbalado de sus manos quince segundos antes, las ganas de vivir se resbalaron hace dos meses. Su garganta ardía como el peor incendio forestal concebido alguna vez, las fuerzas decaían cada vez más y en su campo de visión no aparecía alguien que la socorriera. Algunos mechones castaños caían desordenados por su rostro, la palidez de su piel confirmaban el estado en que estaba su salud.

Catorce días, solo eso bastaba para que te dieras cuenta de cuan dependiente eres. Ni un día más, o un día menos.

La entrada a emergencia nunca había sido tan clara como esta tarde, el frio jamás calo tanto en su piel como ese día, las manos de aquella enfermera eran como sentir que el aire esperanzador por fin llegaba luego de tanto calvario, de estarte ahogando en un fondo lleno de agua y malestar.

Diez minutos después vio como todo pasaba en cámara rápida, una camilla, su doctor, muchas enfermeras, una vía siendo conectada en su brazo y cientos de preguntas que no llego a contestar.

Era como en las películas, ella siendo llevada en una camilla rápidamente, alguien revisando sus pupilas, y el aire con olor a medicina chocando contra sus fosas nasales. Nuevamente su cuerpo se contrajo de dolor cuando la arcada la obligo a vaciar un liquido vino tinto mezclado con ácidos.

Los gritos del doctor se escucharon lejanos, lagrimas creaban un rastro frio en sus mejillas. El aire falto de pronto, volvió a la realidad en cuestión de dos segundos, cuando sus pulmones la obligaron a que ella misma hiciera que les llegara aire.

‘’Ayuda.’’ Logro susurrar entre tartamudeos, imposible de expresarse.

Tomo aire en grandes bocanadas, cuando el cansancio venció y la droga inyectada comenzo a correr por su sistera, surtiendo el efector endormecedor. Parpados pesados, respiración lenta, corazón latiendo a mil por segundo y palabras que calaron en su mente antes de que el manto negro surcara su mente.

‘’Ella morirá en menos tiempo si sigue así.’’

 

 

 

 

Cuarenta y ocho horas después…

 

 

 

Tomo una bocanada de aire, su vista no lograba enfocar lo que realmente debía. Tenía el respirador conectado, y su vida se aferraba al cuerpo maltratado por el cáncer. No podía moverse, su costado dolía. Sin rastros de sangre o jugo gástrico en su paladar.




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