El silencio era denso, como si el tiempo mismo se hubiera detenido. La luna, llena y brillante, colgaba en el cielo nocturno, iluminando con su luz plateada los restos de un antiguo campo de batalla. Las sombras de los árboles se alargaban sobre la tierra agrietada, y el aire olía a ceniza y hierba quemada. En ese lugar, hace siglos, el destino de dos reinos se había sellado con sangre y magia. El silencio era denso, como si el tiempo mismo se hubiera detenido. La luna, llena y brillante, colgaba en el cielo nocturno, iluminando con su luz plateada los restos de un antiguo campo de batalla. Las sombras de los árboles se alargaban sobre la tierra agrietada, y el aire olía a ceniza y hierba quemada. En ese lugar, hace siglos, el destino de dos reinos se había sellado con sangre y magia.
En aquel entonces las estrellas palpitaban en el firmamento como testigos mudos de la tragedia que estaba por desatarse. El continente de Velaria, antaño unificado por la magia y la luz, se hallaba dividido por el miedo y la ambición. El reino de Astrae, en ese entonces liderado por los Solaris, había declarado la magia como un enemigo a erradicar.
Los ejércitos de Astrae, armados con acero templado y runas de contención, irrumpieron en Luntharys como una tormenta de muerte. Casas envueltas en llamas, gritos ahogados en la noche y la magia agonizando bajo el filo de espadas imbuidas de poder oscuro. La Purga de Sangre había comenzado.
Pero entre las llamas, algo más oscuro se movía. Un susurro, una presencia antigua que había sido despertada por el derramamiento de sangre. Nyxmar, el Devorador de Almas, comenzaba a despertar en las profundidades de la tierra, alimentándose del miedo y el odio que impregnaban el aire.
En lo alto de la Torre del Alba, la reina Illyara de Luntharys sostenía a su hija recién nacida. Su cabello blanco destellaba bajo la luz de la luna, y su piel despedía un leve resplandor etéreo. Era la última de su linaje: un Hada Azul, una criatura de magia pura. La única esperanza de su pueblo o eso pensó su madre.
Los muros temblaron con un estruendo sobrenatural. Una grieta se abrió en la tierra, exhalando sombras espesas. Nyxmar, el Devorador de Almas, emergió con un rugido que heló la sangre de todos los presentes. Su figura, un abismo sin forma, se extendió como una marea oscura, consumiendo todo a su paso.
La reina Illyara no tenía otra opción.
Alzó a su hija hacia el cielo estrellado y pronunció el conjuro prohibido. Una luz plateada brotó de su pecho, envolviendo a la niña en un capullo de energía celestial. Con su última fuerza, Illyara susurró una profecía que se extendería por generaciones:
"Cuando el fuego y la luna se unan, la oscuridad será contenida o liberada. Dos herederos de sangre antigua decidirán el destino de Velaria."
Con un último grito de poder, la reina Illyara sacrificó su alma para sellar a Nyxmar, encerrándolo en un sueño temporal. Su cuerpo se desvaneció en una lluvia de estrellas, y la niña fue llevada por las hadas, ocultándola del mundo.
En el Reino de Astrae, los humanos celebraban su victoria. Habían purgado a los seres mágicos, aquellos que consideraban una amenaza para su dominio. Las hogueras ardían en las plazas, iluminando los rostros de los soldados que coreaban canciones de triunfo. La Purga de Sangre llegó a su fin aquella noche, pero su eco resonaría a lo largo del tiempo.
Muchos años después, en el reino de Astrae, un príncipe sin magia miraba las estrellas, sin saber que en su sangre ardía el fuego estelar de las Hadas Azules. Y en Luntharys, una princesa de cabello blanco plateado soñaba con la luna, sin conocer el peso de la profecía que llevaría sobre sus hombros.
El destino de Velaria estaba escrito. Pero los herederos decidirán si arderá en luz o en sombras.
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Editado: 10.03.2025