"Velaria: El Velo de las Estrellas"

La Princesa De La Luna y La Sombra de Nyxmar

En el corazón del Reino Oculto de Luntharys, donde la magia fluía como un río invisible y la luz de la luna bañaba todo con un resplandor plateado, la princesa Selene Valtara seguía corriendo por el bosque. Pero algo en el aire era diferente. Una sensación de inquietud, como un susurro lejano que no podía ignorar, perturbaba su espíritu.

Selene no era una princesa común. Desde que tenía memoria, había sentido la magia lunar fluir en sus venas. Su cabello blanco plateado y sus ojos violetas brillantes eran marcas de su linaje, pero también de su poder. La magia lunar era un regalo y una responsabilidad, y Selene había pasado años entrenando para dominarla.

Cada noche, cuando la luna ascendía en el cielo, Selene se retiraba a su santuario personal, en el palacio desde donde podía ver las estrellas. Allí, practicaba sus hechizos y rituales, sintiendo cómo la energía de la luna se entrelazaba con la suya.

Selene había aprendido a manipular la luz, a crear ilusiones que confundían a sus enemigos y a sanar heridas con un simple toque. Pero también sabía que su magia tenía límites. Los rituales más poderosos solo podían realizarse durante la luna llena, y cada vez que usaba su poder, sentía cómo una parte de su energía se desvanecía.

A pesar del poder que hasta ahora manejaba, nunca abia sentida algo como eso, lo que sintió al ver esas imágenes pasar como si le avisaran de que su destino estaba por cambiar, de que algo grande sé acerba y nadie podría detenerlo.

El bosque se extendía como un laberinto de sombras y fulgor. La luz de la luna se filtraba entre las copas de los árboles, creando danzas de plata sobre el suelo musgoso. Selene avanzó con el corazón, latiendo con fuerza, guiada por una corazonada que no podía ignorar.

Fue entonces cuando lo vio.

Un joven, de cabellos oscuros y mirada perdida, de pie junto a un arroyo cristalino. Su vestimenta no pertenecía a Luntharys. Su esencia tampoco. Pero cuando sus ojos se encontraron, Selene sintió un tirón en su alma. Lo había visto antes. En su visión.

El destino la había guiado hasta él.

Y Selene supo, en ese instante, que nada volvería a ser igual.

Kael, por su parte, se movía con sigilo entre los troncos nudosos, su espada envainada pero lista. Había seguido el camino del bosque buscando tranquilidad para su agitado corazón.

Esa noche Kael se despertó sobresaltado. Su respiración era errática y su cuerpo estaba empapado en sudor. Había tenido el mismo sueño otra vez: llamas devorando el cielo, sombras extendiéndose sobre Astrae y un par de ojos violetas observándolo desde la oscuridad. Pero esta vez, el sueño se sintió demasiado real.

—No puede ser… —murmuró, incorporándose y pasando una mano por su rostro.

Desde su niñez había experimentado pesadillas extrañas, pero nunca con esta intensidad. Sintiendo un inexplicable escalofrío en la piel, se levantó y se vistió rápidamente, es así como termina encontrándose con ella.

Cuando los caminos de ambos se cruzaron, la sorpresa fue mutua. Selene se detuvo en seco al ver la figura del hombre frente a ella. No vestía como los habitantes de Luntharys, su ropa era de cuero oscuro y llevaba una capa con el emblema de un sol dorado, la insignia de Astrae. Pero sus ojos dorados, reflejaban la misma inquietud que los suyos

Kael la observó con cautela. La muchacha parecía salida de un cuento de hadas, su cabello blanco ondeando como un río bajo la luz lunar, sus ojos como dos lunas atrapadas en la noche. No podía ser una aldeana cualquiera. Había algo en ella… algo que hizo que un cosquilleo de fuego recorriera su espalda.

—¿Quién eres? —preguntó él, su voz grave pero sin hostilidad.

Selene titubeó. No podía revelar su identidad, no sin saber quién era él primero.

—Alguien que no debería estar aquí —respondió con una media sonrisa.

Kael arqueó una ceja.

—Eso tenemos en común.

El silencio entre ellos se llenó con el canto lejano de los búhos. Por un momento, ambos parecían medir al otro, tratando de descubrir las intenciones ocultas detrás de sus palabras. Finalmente, Kael suspiró y miró hacia los árboles.

—Estoy buscando un momento de paz.

Selene frunció el ceño.

—En el bosque prohibido, dudo que alguien quisiera adentrarse en este lugar.

Kael notó la seguridad en su tono.

—¿Es un bosque peligroso?

—Solo para quienes no pertenecen a él —respondió ella con suavidad.

Kael sintió un escalofrío recorrer su espalda. Había algo en sus palabras, en la forma en que la luz de la luna parecía responder a su presencia. No era una simple chica del bosque. Pero antes de que pudiera preguntar más, un crujido de ramas interrumpió su conversación. Ambos giraron la cabeza al mismo tiempo.

Algo se movía entre los árboles.

Kael desenfundó su espada con rapidez. Selene alzó una mano, sintiendo el flujo de la magia en el aire. Entonces, de la espesura, emergió una figura encapuchada, con ojos centelleantes de un rojo oscuro como la sangre.

—Nos han encontrado —susurró Selene, sus dedos envolviéndose en un resplandor plateado.

Kael sintió que algo dentro de él respondía a esa luz. Un eco profundo, un llamado antiguo. Algo en ella despertaba algo en él. Y por primera vez en su vida, el príncipe sin magia sintió que, tal vez, su destino estaba a punto de cambiar de una forma que jamás habría imaginado.

—¿Qué es eso?—murmuró, poniéndose de pie y acercándose a Selene.

En el horizonte, las estrellas parecían titilar con más intensidad, y la luna, que normalmente brillaba con una luz serena, parecía temblar levemente. Selene sintió una oleada de energía mágica, pero no era como la que estaba acostumbrada a sentir. Era oscura, corrupta, y llena de odio.

—No lo sé—dijo Selene —. Algo ha sucedido.

Kael la observaba con precaución, su rostro grave y sus ojos llenos de preocupación.

—El Devorador de Almas ha sido despertado.—dijo la sombra, su voz apenas un susurro.




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