Después del ataque en el baile, la alianza entre los dos reinos se vio afectada por la desconfianza una vez más. Y la princesa Selene fue llevada devuelta a su reino.
El Salón de la Luna estaba en completo silencio. Las antorchas mágicas iluminaban la cúpula estrellada, proyectando sombras sobre los rostros tensos de los miembros del consejo. La Reina Elaria se encontraba en el trono, con su mirada de hielo recorriendo a cada uno de los presentes. Frente a ella, los consejeros discutían con voces elevadas, incapaces de llegar a un consenso.
—No podemos confiar en los humanos —dijo el anciano magistrado Vaelis, golpeando el suelo con su bastón de cristal—. ¡Hace siglos intentaron exterminarnos! ¿Cómo podemos esperar que un matrimonio apague siglos de sangre derramada?
—Sin la alianza, no tendremos oportunidad contra Nyxmar —replicó Lady Miriel, una maga de la Corte Lunar—. Sus sombras han comenzado a infiltrarse en los bordes del Velo. El ataque pasado debilitó nuestra protección, y si no actuamos, Astrae no será el único en caer.
—No se trata solo de nuestra seguridad —intervino el general Rhovan, cruzando los brazos—. Si aceptamos esta unión, estaremos colocando a nuestra princesa en las manos de aquellos que nos persiguieron.
Selene se mantuvo firme, aunque en su interior, sentía cómo las palabras de los consejeros la atravesaban como dagas.
—Princesa Selene —la voz del general resonó en la sala—. ¿Qué tienes que decir sobre esto?
La pregunta cayó como una sentencia. Selene respiró hondo.
—Kael no es como los humanos que nos traicionaron en el pasado —dijo con voz clara—. Lo conozco. He hablado con él. He visto que su lealtad no es ciega a los errores de su pueblo.
Un murmullo recorrió la sala.
—¿Lo conoces? —la voz de Vaelis estaba cargada de sospecha—. ¿Desde cuándo?
Selene dudó un instante. Sabía que no podía ocultar la verdad.
—Desde antes de que se anunciara la alianza.
Un murmullo más fuerte se extendió entre los consejeros. Vealis, entornó los ojos.
—¿Has estado reuniéndote con el príncipe humano en secreto?
—Sí.
Las miradas en la sala oscilaron entre sorpresa y desconfianza.
—Selene, ¿te ha hechizado? —preguntó un mago anciano—. ¿Ha usado algún artefacto para manipularte?
Selene sintió una punzada de rabia.
—No soy una niña ingenua, maestro Eldrin. Mi voluntad es mía.
Lady Miriel asintió con aprobación, pero la mayoría del consejo no parecía convencida.
—Si esta unión es lo único que puede salvarnos, no podemos descartarla por miedo —continuó Selene—. No pido que confíen en Astrae. Pido que confíen en mí.
El silencio cayó sobre la sala. La Reina Elaria mantuvo su mirada fija en su hija.
—Nos tomaremos esta noche para decidir —anunció—. Al amanecer, daremos nuestra respuesta.
Selene sintió el peso de su futuro en sus hombros. En unas horas, todo cambiaría.
El Salón de la Luna vibraba con la intensidad de la discusión. Los muros de piedra estelar parecían absorber la tensión en el aire, reflejando la luz de las antorchas como si fueran estrellas distantes.
—Es una locura aceptar esta alianza —gruñó el magistrado Vaelis, su voz reverberando en la sala—. ¿Hemos olvidado la Purga de Sangre? ¿La traición de los Solaris?
—¡Los Solaris ya no gobiernan Astrae! —exclamó Lady Miriel, con un brillo peligroso en los ojos—. El mundo ha cambiado, y negarnos a verlo nos llevará a la ruina.
El general Rhovan golpeó la mesa de mármol con el puño.
—¿Y si es una trampa? Si entregamos a la princesa, nada nos garantiza que no la usen como rehén para debilitarnos.
Selene sintió que todas las miradas se posaban sobre ella, quemando su piel como una hoguera.
—No soy una moneda de cambio —dijo con firmeza—. Y no permitiré que me traten como tal.
Las palabras cayeron como un martillo sobre el silencio.
—Has estado viéndote con el príncipe Kael en secreto —continuó Vaelis, su voz impregnada de desconfianza—. ¿Qué más has ocultado de nosotros, princesa?
Selene entrecerró los ojos, sin ceder terreno.
—¿Desde cuándo buscar soluciones se considera traición?
—Desde que pones en riesgo nuestra soberanía —respondió el general, con dureza—. ¡Podrías haber comprometido información vital de Luntharys!
—Kael no es un espía —replicó Selene, sintiendo que su paciencia comenzaba a agotarse—. Y si en verdad queremos sobrevivir, deberíamos empezar a preguntarnos quién es el verdadero enemigo aquí: ¿Astrae, o Nyxmar?
—¡Basta! —la voz de la Reina Elaria cortó la discusión como una hoja afilada. Se puso de pie con un porte imponente, su túnica plateada ondeando con cada paso—. Decidiremos esto al amanecer. Hasta entonces, no se volverá a mencionar.
Selene apretó los puños, pero asintió. Sabía que había sembrado la duda en algunos de los consejeros, pero aún no era suficiente.
Corte de Astrae
Mientras en Luntharys se decidía el destino de la alianza, en Astrae las sombras comenzaban a moverse.
En la gran sala del trono, el Rey Aldred escuchaba en silencio mientras los nobles debatían a su alrededor.
—No podemos confiar en Luntharys —dijo Lord Malvyn Dargent, su expresión severa—. Su magia es peligrosa, incontrolable. ¿Y si intentan debilitarnos desde adentro?
—Son supersticiones, Lord Malvyn —intervino el duque Varion, apoyándose en su bastón—. Lo que importa es que sin su magia, no podremos contener a Nyxmar.
—¡No podemos olvidar que son criaturas que una vez fueron nuestros enemigos! —gritó otro noble—. Si abrimos nuestras puertas a ellos, perderemos el control.
Kael, sentado a la derecha del trono, sintió que la rabia burbujeaba en su pecho.
—Ya basta —su voz resonó con fuerza, obligando a todos a mirarlo—. ¿Se han detenido a pensar en lo que ocurrirá si rechazamos la alianza? Luntharys no confiará en nosotros. No se unirán. Y entonces, cuando Nyxmar destruya nuestro reino, habremos cavado nuestra propia tumba.
#1995 en Fantasía
#369 en Magia
descripciones grandiosas, intensidad emocional, secretos antiguos
Editado: 12.04.2025