"Velaria: El Velo de las Estrellas"

Kael y el Juego de Sybelle

En los pasillos sombríos de la mansión Dargent, una conversación en voz baja se desarrollaba entre las sombras. El fuego de la chimenea titilaba, proyectando luces anaranjadas sobre las paredes de piedra.

Lord Malvyn se encontraba de pie junto al ventanal, contemplando las torres del palacio de Astrae a la distancia. A su lado, Lady Sybelle Dargent servía dos copas de vino con movimientos elegantes, pero su sonrisa oculta bajo la luz tenue destilaba veneno.

—No permitiré que mi compromiso con Kael sea destruido por esa bruja —dijo Sybelle con frialdad, extendiendo una copa a su padre—. Selene de Luntharys no es digna de él.

Lord Malvyn tomó el vino con aire pensativo.

—La alianza con Luntharys es un error —murmuró—. El rey ha cometido la imprudencia de confiar en la magia. Pero aún no está todo perdido.

Sybelle lo observó con expectación.

—¿Qué tienes en mente, padre?

Lord Malvyn giró lentamente, su mirada afilada como una daga.

—Kael es impulsivo. Está atrapado entre el deber y su orgullo. Todo lo que necesitamos hacer es inclinar la balanza.

Sybelle sonrió.

—Lo manipularemos. Lo haremos dudar. Y cuando llegue el momento, él mismo rechazará a la princesa.

Lord Malvyn asintió, bebiendo un sorbo de su copa.

—Pero no podemos actuar abiertamente. Si el rey sospecha de nosotros, perderemos cualquier influencia sobre la corte.

—Déjamelo a mí —dijo Sybelle con una sonrisa peligrosa—. Haré que Kael recuerde por qué antes me deseaba.

Su padre la observó con satisfacción.

—Asegúrate de que caiga en la red. Y si eso no funciona… hay otros métodos.

Las palabras colgaron en el aire como una amenaza no dicha.

Kael caminaba por los pasillos de palacio, su mente consumida por pensamientos oscuros. La alianza con Luntharys ya era una realidad, y aunque su razón le decía que era la única opción lógica, su corazón estaba lleno de incertidumbre.

El recuerdo de Selene, de sus ojos como lunas atrapadas en la noche, de su voz desafiando a su propia corte, lo perseguía. Y lo peor de todo era la furia que sentía al saber que su padre había jugado con su destino como si fuera una simple pieza en el tablero de la política.

—Kael.

La voz melosa y familiar lo sacó de sus pensamientos. Se giró y encontró a Lady Sybelle, vestida con una túnica de seda azul oscuro, ceñida de forma estratégica para acentuar su figura. Sus ojos verdes lo escrutaban con intensidad.

—¿Qué haces aquí? —preguntó Kael con voz tensa.

Sybelle sonrió con dulzura fingida.

—No puedo hablar con mi prometido… oh, lo olvidé, ya no lo eres.

Kael apretó la mandíbula.

—Sabes que esto no fue decisión mía.

—Pero tampoco hiciste nada para detenerlo —respondió ella, acercándose con pasos lentos y calculados—. ¿Realmente quieres casarte con esa princesa mágica? ¿Una desconocida de un pueblo que odia el tuyo?

Kael sintió un escalofrío. Sybelle sabía exactamente dónde atacar.

—No es tan simple.

Sybelle sonrió, como si ya hubiera ganado una batalla.

—Lo sé. Nada es simple cuando el deber está de por medio. Pero dime algo, Kael… si tuvieras elección, ¿seguirías con esto?

Kael no respondió de inmediato. Sybelle se inclinó un poco más, su perfume envolviéndolo, su mano rozando suavemente la suya.

—Todavía podemos estar juntos —susurró—. No tienes que seguir el juego de tu padre.

Kael apartó la mano con un gesto brusco.

—Basta, Sybelle.

La frialdad en su voz la tomó por sorpresa.

—No me manipules. Sé perfectamente lo que estás haciendo.

El rostro de Sybelle se endureció por un instante, pero rápidamente se recompuso, soltando una risa suave.

—No es manipulación, Kael. Es un recordatorio. Eres un príncipe, no un peón. ¿Realmente quieres que una desconocida decida tu futuro?

Kael exhaló con frustración.

—Mi futuro ya no me pertenece.

—Entonces lucha por él —susurró Sybelle antes de inclinarse hacia él—. No olvides quién eres.

Y con esa última frase, desapareció por los pasillos, dejando a Kael con un torbellino en su interior.

No podía negar que sus palabras habían sembrado algo en su mente.

Y eso era exactamente lo que Sybelle y su padre querían.




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