"Velaria: El Velo de las Estrellas"

El Consejo de Astrae y la Traición en la Corte

Al día siguiente, el Gran Salón del Consejo de Astrae estaba al borde de la discordia. Bajo los candelabros dorados, los nobles discutían con sus voces, alzándose como el eco de una batalla no declarada. La alianza con Luntharys dividía a la corte en dos bandos: aquellos que aceptaban la unión con los magos y aquellos que veían en ello la ruina del reino.

Kael, de pie junto al trono vacío de su padre, observaba con expresión pétrea. El fuego latía en su interior, alimentado por la hipocresía de esos hombres que hablaban de gloria mientras temblaban ante la idea de compartir poder con Luntharys.

Y en medio de ellos, Lord Malvyn Dargent.

Lord Malvyn Dargent, con su túnica de terciopelo oscuro y su porte impecable, se levantó con aire solemne.

—Mis nobles compañeros —su voz era firme y grave—, os ruego que reconsideréis la decisión de unirnos a Luntharys.

Algunas cabezas asintieron en la sala, pero otros lo miraban con desconfianza.

—Ya hemos debatido esto, Lord Malvyn —intervino el Duque Varion—. Astrae no puede enfrentar a Nyxmar solo.

—¿Y quién dice que debemos hacerlo? —replicó Malvyn con una sonrisa calculada—. Hay otros caminos, otros aliados…

—¿Aliados como quién? —preguntó Kael con frialdad, cruzado de brazos.

Aún estaba molesto con sus padres por lo que le ocultaron y como lo engañaron, pero aun así había llegado al consejo por orden de su padre, pero cada minuto que pasaba entre esos nobles le resultaba insoportable.

Malvyn lo miró con fingida cortesía.

—Oh, príncipe, sabemos que vuestra experiencia con la princesa Selene ha nublado vuestro juicio.

Kael sintió una punzada de furia en su pecho, y el fuego dentro de él respondió, ardiendo silencioso bajo su piel.

—Mi juicio sigue siendo claro, Lord Malvyn. Y lo que veo es un grupo de hombres demasiado orgullosos para aceptar que sin Luntharys, Astrae está condenado.

Un murmullo recorrió la sala.

—¿Condenados? —intervino Lord Edric, un aliado cercano de Malvyn—. ¿O simplemente engañados? No olvidemos que Luntharys es un reino de magia, de criaturas inhumanas. ¿Quién nos dice que no planean someternos cuando Nyxmar sea derrotado?

—¡Eso es absurdo! —exclamó Varion—. La reina Elaria no es una conquistadora.

—Pero su hija lo será —murmuró Malvyn—. Si el príncipe Kael es su consorte, su linaje fusionará las dos casas. ¿Qué os hace pensar que los magos no utilizarán esto para imponerse sobre Astrae?

Los murmullos se hicieron más intensos.

Kael apretó los dientes.

Malvyn estaba jugando con el miedo de la corte, y lo peor era que algunos nobles ya parecían convencidos.

Pero antes de que pudiera responder, un grito resonó desde los pasillos exteriores.

Y entonces, todo se volvió caos.

El Intento de Asesinato

La puerta del Gran Salón se abrió de golpe.

Un guardia irrumpió, tambaleándose con una flecha negra clavada en su garganta. Intentó hablar, pero lo único que salió de su boca fue un burbujeo de sangre antes de desplomarse sin vida.

Por un instante, la sala quedó congelada en el horror.

Luego, el caos estalló.

Los guardias desenvainaron sus armas. Algunos nobles se pusieron de pie de golpe, derribando sus sillas. Malvyn dio un paso atrás con el rostro lleno de fingida sorpresa.

Pero Kael ya se estaba moviendo.

Corrió por los pasillos con su corazón retumbando en sus oídos. Los ecos de pasos apresurados lo guiaron hacia las cámaras reales.

Cuando llegó, la escena lo dejó sin aliento.

El Rey Aldred estaba rodeado.

Dos asesinos de túnicas negras se deslizaban entre las sombras, sus dagas impregnadas de un brillo oscuro. El rey, herido en el costado, sostenía su espada con una mano y presionaba la herida con la otra. Un cadáver de un guardia leal yacía a sus pies.

Uno de los asesinos alzó su daga.

Kael no pensó, solo reaccionó.

Con un rugido, extendió la mano y una llamarada dorada explotó en la habitación.

El asesino ardió en un grito desgarrador, su piel consumiéndose en llamas estelares antes de desplomarse, convertido en cenizas.

El otro, sorprendido, intentó huir.

Kael se movió como un depredador, atrapándolo por el cuello antes de estrellarlo contra la pared.

—¿Quién te envió? —gruñó, sus ojos ardiendo como brasas.

El asesino sonrió.

—Es demasiado tarde, príncipe. Astrae ya está condenado.

Antes de que Kael pudiera reaccionar, el hombre se mordió la lengua, liberando un veneno oscuro.

Un instante después, su cuerpo se convulsionó y se desplomó, muerto.

El silencio que siguió fue ensordecedor.

Kael respiró hondo, su fuego aun chisporroteando en su piel. Luego, giró hacia su padre.

Aldred, aun sosteniéndose el costado ensangrentado, lo observó con una mirada ilegible.

—Usaste tu fuego.

Kael apretó los puños.

—Preferías que te dejara morir.

El rey no respondió.

Horas más tarde, en la sala de guerra, Kael y la reina Lysara examinaban los cuerpos de los asesinos.

—Estas marcas… —murmuró su madre, tocando los símbolos oscuros en la piel del cadáver—. Esto es magia de Nyxmar.

Kael sintió un escalofrío en su espalda.

—Alguien dentro de Astrae les permitió entrar.

Lysara levantó la vista con gravedad.

—¿Tienes sospechas?

Kael recordó la sonrisa de Malvyn en el consejo, su insistencia en buscar “otras alianzas”, su influencia en la corte.

—Sí —susurró Kael—. Lord Malvyn.

Lysara inclinó la cabeza.

—¿Tienes pruebas?

Kael exhaló con frustración.

—No aún… pero las encontraré.

El fuego estelar dentro de él ardía más fuerte que nunca.

La corte de Astrae estaba podrida por dentro.

Y Kael no descansaría hasta arrancar de raíz la traición.




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