"Velaria: El Velo de las Estrellas"

El Resurgir de los Extremistas

El atentado contra el rey había sacudido Astrae, y la paranoia se extendía como un veneno entre la nobleza y el pueblo.

El miedo a Nyxmar era real, pero en la sombra de ese miedo, otra llama se avivaba: el odio hacia la magia.

Y esa noche, los Cazadores de Magia regresaron.

El aire de Astrae olía a cenizas y sangre. En los callejones oscuros de la ciudad, una familia de magos corría por su vida, perseguidos por hombres envueltos en capas negras. Sus emblemas, una espada atravesando un orbe estrellado, revelaban su identidad: los Cazadores de Magia.

Los Cazadores de Magia habían sido temidos en el pasado.

Una orden extremista nacida tras la Purga de Sangre, con un único propósito: erradicar a los magos, ya cualquiera con sangre mágica. Se creía que habían sido disueltos hace años, pero ahora, bajo el caos del reino, emergían nuevamente de las sombras.

—¡Por aquí! —gritó el padre, aferrando la mano de su hija.

Las sombras se movieron rápido. Un cazador levantó su ballesta y disparó. La flecha silbó en el aire, directa al corazón del mago.

Pero nunca alcanzó su objetivo.

Una explosión de fuego estelar iluminó la calle, incinerando la flecha en un instante. Los cazadores se detuvieron, confundidos, hasta que una figura emergió entre las llamas.

Kael.

Su silueta irradiaba luz dorada, sus ojos resplandecían como brasas ardientes.

—Si quieren llegar a ellos… tendrán que pasar sobre mí.

Los cazadores vacilaron, pero su líder, un hombre de cicatrices profundas y mirada cruel, rio con desdén.

—Nosotros no servimos a un rey que protege abominaciones.

Kael sintió la furia arder en su pecho. Astrae siempre se había enorgullecido de su supremacía sobre la magia, y ahora él se encontraba protegiendo aquello que toda su vida le enseñaron a odiar.

—Entonces me temo que el reino que juraron proteger está cambiando —gruñó, desenvainando su espada.

Los cazadores atacaron primero. Kael reaccionó por instinto, sus reflejos guiados por una fuerza que apenas comprendía. Su espada cortó el aire con precisión letal, pero era su fuego lo que los aterrorizaba. Cada vez que bloqueaba un golpe, las llamas brotaban de su piel, envolviendo su arma en un ardor dorado.

Uno de los cazadores intentó derribarlo por la espalda. Kael giró con rapidez y extendió su mano. Un torrente de fuego estelar salió disparado de su palma, lanzando al hombre contra un muro.

El líder de los cazadores, viendo que la pelea estaba perdida, dio un paso atrás.

—Esto no ha terminado, príncipe. Astrae aún pertenece a los humanos.

Kael se acercó, su voz baja y amenazante.

—Si te vuelvo a ver persiguiendo inocentes, lo último que verás será mi fuego.

Los sobrevivientes huyeron en la oscuridad. Kael se giró hacia la familia de magos, que lo miraba con miedo y gratitud.

—Váyanse —ordenó.

Los vio desaparecer en las sombras y luego miró sus propias manos. Aún ardían.

No podía seguir así.

Tenía que aprender a controlar su poder.

Kael avanzó rápidamente por los pasillos del palacio hasta llegar a los aposentos de su madre, la Reina Lysara. Ella estaba sentada junto a la ventana, con la luz de la luna reflejándose en su cabello.

—Kael —dijo sin necesidad de voltear.

Él entró sin ceremonias.

—Madre… necesito tu ayuda.

Lysara cerró su libro y lo observó con atención.

—Lo has sentido, ¿verdad? La magia en tu sangre despertando.

Kael asintió.

—No sé cómo controlarla. Es como un fuego dentro de mí… algo que me consume.

Lysara se levantó y colocó una mano en su pecho.

—No es algo que puedas dominar con la fuerza —susurró—. Es parte de ti, Kael. Y si la rechazas, te destruirá.

Kael apretó los dientes.

—¿Cómo la controlo?

Lysara sonrió suavemente y lo llevó al centro de la habitación.

—Cierra los ojos. Respira. Escucha la magia en ti.

Kael obedeció. Durante unos segundos, solo hubo silencio… luego, un latido. No en su pecho, sino en su sangre. Un ritmo profundo y antiguo, como el eco de un poder que había estado dormido por generaciones.

La magia respondió a su llamado. Su piel se cubrió con un resplandor dorado. Pero esta vez, no fue fuego descontrolado. Fue como el calor de una estrella, ardiendo sin consumir.

Cuando abrió los ojos, su madre sonreía.

—Eres más que un humano, Kael. Eres más que un príncipe. Y muy pronto, el mundo lo sabrá.

Kael respiró profundamente.

—Gracias, madre.

Ahora tenía un camino.

Y un propósito.

Más tarde, en la sala del trono, el Rey Aldred esperaba. Su expresión era seria, pero no dura.

—Te vi esta noche —dijo con calma—. Defendiste a una familia de magos en nuestras calles.

Kael inspiró hondo.

—No podía dejarlos morir.

El rey asintió lentamente.

—Lo sé.

Kael levantó la vista, sorprendido.

—¿No me castigarás por eso?

Aldred dejó escapar un suspiro cansado.

—Kael, gracias a mi padre por años Vivi con la creencia de que la magia era nuestro enemigo. Pero hoy veo algo diferente. Me enamoré de tu madre, es la mujer más maravillosa que pude haber conocido y veo a mi hijo luchando por aquellos a quienes siempre creí peligrosos.

Kael sintió un nudo en la garganta.

—No quiero ser un rey que gobierne con odio —confesó—. Pero tampoco sé si Astrae puede cambiar.

El rey lo miró con firmeza.

—Si alguien puede cambiarlo… eres tú.

Kael tragó saliva. Su padre no lo veía como un traidor. Lo veía como una esperanza.

Por primera vez, sintió que no estaba solo en su lucha.

Pero fuera de los muros del palacio, la guerra aún esperaba. Y Kael sabía que la batalla por el futuro de Astrae apenas comenzaba.




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