La noche en Astrae era espesa y pesada. No había estrellas en el cielo, solo una luna velada por nubes oscuras que se cernían como un presagio de muerte.
Kael no se avía equivocado sobre sus sospechas con lord Malvyn, pero lo que él no sabía es que ya era demasiado tarde para detenerlo.
La noche estaba demasiado silenciosa.
No había viento. No había estrellas. Solo un vacío ominoso en el cielo de Astrae, como si el mundo mismo contuviera la respiración ante lo que estaba a punto de suceder.
En un templo subterráneo de la antigua Solaris, oculto bajo las ruinas de una antigua fortaleza, la traición alcanzaba su punto final.
Lord Malvyn Dargent se encontraba de pie en el altar negro, su túnica oscura ondeando con la energía corrupta que vibraba a su alrededor. A su lado, Sybelle sostenía un cáliz de obsidiana, sus dedos temblando por la emoción contenida.
El sacrificio final estaba listo.
Y Nyxmar, el Devorador de Almas, estaba por despertar.
—¿Estás seguro de esto, padre? —preguntó Sybelle, con la voz tan dulce como el veneno.
Malvyn no respondió de inmediato. Observó cómo las sombras vibraban a su alrededor, como si la propia oscuridad contuviera la respiración en anticipación.
Luego, esbozó una sonrisa helada.
—Es demasiado tarde para dudar. Nyxmar está hambriento.
La sala era un círculo de piedra negra, iluminada por antorchas de fuego violáceo. Inscripciones antiguas brillaban en las paredes, resonando con la magia oscura que había sido sellada por generaciones.
En el centro del altar, un prisionero luchaba contra las ataduras de cadenas encantadas.
Era un hombre anciano, un miembro del consejo real, alguien que había servido fielmente a Astrae durante décadas. Pero su linaje tenía algo especial.
Magia.
Lord Malvyn lo miró con frialdad.
—Tu sangre es la última pieza. El último vínculo entre el Velo y la maldición.
El anciano lo miró con horror.
—No… No sabes lo que estás haciendo…
Sybelle se acercó, inclinándose hasta quedar a su altura.
—Sabemos exactamente lo que hacemos. Nos aseguramos de que Astrae nunca sea gobernado por la magia.
Y sin más demora, hundió la daga en su corazón.
El grito del anciano fue ahogado por el sonido de la magia fracturándose.
La sangre fluyó hacia el altar, corriendo por los surcos tallados con antiguas runas prohibidas.
Un latido atravesó la tierra misma.
Y entonces, Nyxmar despertó.
El suelo se partió en dos.
Una columna de sombras emergió del altar, extendiéndose como un tornado de oscuridad. Las runas en las paredes se apagaron, como si su propósito hubiera sido consumido por completo.
Y en medio de la negrura, una figura emergió.
El ser que se alzó ante ellos tenía una forma humanoide, pero estaba lejos de ser un hombre.
Ya no era solo un ser de sombras sin forma.
Ahora tenía un cuerpo.
Un torso alto y esbelto, cubierto con una armadura oscura hecha de fragmentos de la realidad misma. Su piel era negra como el vacío, con venas brillando de un rojo oscuro, pulsando con la energía de incontables almas devoradas.
Su rostro… no era humano.
Un par de ojos incandescentes se abrieron en la negrura de su cabeza, brillando con la luz de un fuego eterno. Su boca, una grieta de dientes afilados, se curvó en una sonrisa inhumana.
Nyxmar había regresado.
—Después de siglos… soy libre.
Su voz no era una sola. Eran cientos, miles de ecos superpuestos, como si las almas que había devorado aún gritaran dentro de él.
Sybelle sintió su corazón acelerarse. Era hermoso y aterrador al mismo tiempo.
Lord Malvyn se arrodilló ante la criatura.
—Señor de las Sombras, hemos cumplido nuestro pacto. Ahora… Astrae es tuyo.
Nyxmar giró lentamente su mirada hacia él.
—Astrae… Luntharys… Velaria entera.
Y entonces, alzó una mano.
El aire se quebró.
Y el cielo se volvió negro.
En Astrae, Kael despertó sobresaltado.
Su pecho ardía, como si una llama invisible lo quemara por dentro. No era solo su fuego estelar.
Era algo más.
Se levantó de golpe y corrió hacia los balcones del palacio.
Lo que vio le heló la sangre.
El cielo había cambiado.
Donde antes brillaban las estrellas, ahora había un abismo oscuro, surcado por grietas de energía carmesí. La luna se había tornado roja como la sangre.
Y en el horizonte… una sombra se alzaba.
Kael sintió su corazón latir con fuerza.
—No…
Las puertas de su habitación se abrieron de golpe, y la Reina Lysara entró con los ojos desorbitados.
—Nyxmar ha despertado.
Kael apretó los puños.
La guerra había comenzado.
En Luntharys, la Reina Elaria se encontraba en la Torre de Cristal cuando lo sintió.
El Velo Estelar se desmoronaba.
—Majestad… —susurró la Gran Sacerdotisa, su voz temblorosa—. La barrera ha caído.
Elaria miró el cielo, su corazón acelerado.
No había más tiempo.
La guerra contra Nyxmar ya estaba aquí.
Las campanas de guerra resonaron.
Los ejércitos se movilizaron.
Pero en lo alto del cielo ennegrecido, Nyxmar observaba… y sonreía.
El Devorador de Almas había vuelto.
Y esta vez, no habría quien lo detuviera.
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Editado: 12.04.2025