"Velaria: El Velo de las Estrellas"

El Ataque a Astrae - La Primera Batalla

El cielo sobre Astrae era una herida abierta.

Donde antes las estrellas brillaban, ahora solo había sombras vivientes y grietas de un rojo incandescente. El aire estaba cargado de un peso imposible, como si la noche misma hubiera descendido sobre la capital.

Y entonces, el grito de guerra resonó en la oscuridad.

Desde las montañas al este, una ola de criaturas de sombra se deslizaba como un mar negro. Sus cuerpos eran puro vacío, sus ojos brillaban con un resplandor antinatural y sus garras, hechas de oscuridad cristalizada, desgarraban el suelo a medida que avanzaban.

Astrae estaba bajo ataque.

Y Kael no iba a retroceder.

Desde las murallas del palacio, Kael observó la horda que se acercaba. Su corazón latía con furia, y la energía en su pecho clamaba por ser liberada.

Los soldados de Astrae se posicionaban con escudos y lanzas, pero Kael sabía que el acero no sería suficiente.

—¡Arqueros! —gritó el comandante de la guardia—. ¡Preparen la lluvia de fuego!

Las catapultas fueron encendidas, y una lluvia de flechas incendiarias cayó sobre la primera línea de sombras.

Algunas criaturas se disolvieron en cenizas, pero la mayoría no se detuvo.

—Tengo que bajar.

El Rey Aldred lo miró con preocupación.

—Kael, estas criaturas no son como los soldados que has enfrentado antes.

Kael cerró los puños, sintiendo cómo el fuego estelar respondía en su sangre.

—Precisamente por eso voy a pelear.

El rey asintió con solemnidad.

—Entonces ve, hijo mío. Muéstrales quién eres realmente.

Kael saltó desde la muralla.

Aterrizó en el campo de batalla, con el fuego estelar brillando en su piel.

Un rugido atravesó la noche cuando su poder explotó a su alrededor.

Con un movimiento de su mano, creó un círculo de llamas doradas, impidiendo que las sombras avanzaran hacia las puertas de la ciudad.

Los soldados jadeaban, sorprendidos.

Nunca antes habían visto a su príncipe desatar su poder.

Pero Kael no tenía tiempo para explicaciones.

El enemigo estaba frente a él.

Y él era el escudo de Astrae.

—¡No retrocedan! —gritó el Capitán Garrick, alzando su escudo mientras sus hombres caían a su alrededor.

Pero las sombras no conocían el miedo.

Cuando Kael llegó a la plaza central, la batalla ya estaba en su punto más crítico.

Los ciudadanos corrían desesperados. Los soldados luchaban sin esperanzas.

Entonces, Kael desenvainó su espada y la cubrió de fuego estelar.

Las llamas doradas iluminaron la oscuridad.

Las criaturas se detuvieron. Por primera vez, dudaron.

Kael sonrió con determinación.

—¿Qué pasa? —gruñó, avanzando con la espada en alto—. ¿No les gusta la luz?

Las sombras rugieron y cargaron contra él.

Pero Kael no esperó. Atacó primero.

Su espada se movió como un relámpago. Cada tajo liberaba una ráfaga de fuego celestial que desintegraba las criaturas al contacto.

Kael avanzó entre las sombras, su espada envuelta en fuego. Cada tajo era una llamarada que desgarraba la oscuridad, cada golpe reducía a las criaturas a cenizas.

Pero por cada una que caía, tres más emergían de la nada.

Un soldado gritó cuando una criatura lo arrastró al suelo.

Kael giró con rapidez, lanzando un rayo de fuego estelar que consumió al ser de sombras.

—¡Mantengan la formación! —rugió—. ¡No retrocedan!

Las criaturas respondieron con un chillido ensordecedor.

Desde el centro del ejército oscuro, una figura emergió.

Una más grande. Más letal.

Un caballero de sombras.

Su armadura parecía hecha de obsidiana líquida, y en su mano llevaba una espada negra, vibrando con la energía corrupta de Nyxmar.

Kael sintió un escalofrío.

Esto no era un simple ataque.

Era una declaración de guerra.

En medio del caos, una risa suave resonó detrás de él.

Kael giró de inmediato.

Sybelle estaba allí.

Vestida con un atuendo negro y rojo, su cabello ondeando con el viento de la batalla.

Sybelle Dargent apareció entre las llamas, con una sonrisa en los labios.

A pesar del fuego y la destrucción, su vestido negro permanecía intacto. Sus ojos verdes brillaban con un fulgor oscuro.

—Kael… —su voz era suave, casi seductora—. Eres magnífico.

Kael se giró bruscamente, apuntando su espada hacia ella.

—¿Tú hiciste esto?

Sybelle rio.

—No, querido. Pero me alegra verte en tu verdadero esplendor.

Kael frunció el ceño.

—¿Qué estás diciendo?

Ella dio un paso adelante, con calma, como si la guerra a su alrededor no le importara.

—Mírate, Kael. Por años te entrenaron para ser un hombre sin magia. Y ahora aquí estás… usando un poder que nadie en Astrae comprende.

Kael sintió un escalofrío.

—No quiero escucharte.

Sybelle ignoró su rechazo y continuó.

—La magia es parte de ti, Kael. No eres como ellos. No eres solo un humano… Eres algo más grande.

Kael apretó la mandíbula.

—Eso no significa que pertenezca a Nyxmar.

Sybelle chasqueó la lengua.

—Nyxmar es inevitable. No puedes detenerlo, Kael. Pero puedes formar parte de su poder.

Se acercó aún más, susurrando con voz dulce:

—Únete a mí.

Kael sintió su fuego estelar vibrar en su pecho.

—Nunca.

Sybelle suspiró, fingiendo decepción.

—Qué lástima. Podríamos haber gobernado juntos.

De repente, su mano se alzó y una ráfaga de sombras salió disparada hacia Kael.

Él reaccionó en el último segundo, levantando su espada envuelta en llamas doradas.

Las sombras chocaron contra su fuego y se disiparon en un estruendo de energía pura.

Kael jadeó. Esa magia… era fuerte.

Sybelle sonrió.

—No te preocupes. Volveré por ti cuando estés listo.

Y antes de que Kael pudiera contraatacar, Sybelle desapareció en una nube de niebla oscura.




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