"Velaria: El Velo de las Estrellas"

La Batalla del Alba - La Defensa de Luntharys

El sol aún no había salido cuando la oscuridad cayó sobre Luntharys.

Las nubes negras, densas como tinta, cubrían el cielo. No había estrellas. No había luna.

Y entonces… comenzó.

El rugido de Nyxmar resonó por todo el reino.

Desde las sombras del bosque, su ejército emergió. Criaturas deformes, espectros sin rostro y horrores nacidos del abismo avanzaron como una marea viviente.

A la cabeza, Sybelle Dargent, con su vestido negro ondeando, levantó una mano y susurró un hechizo.

—Rompan las defensas —ordenó con una sonrisa cruel.

El Velo Estelar, debilitado, comenzó a agrietarse.

Pero Luntharys no caería sin pelear.

Selene estaba en lo alto de las murallas de Luntharys, observando el horizonte con los ojos entrecerrados. Su cabello plateado ondeaba con el viento, y su túnica blanca resplandecía con la luz tenue de la luna, que aún brillaba débilmente a pesar de la oscuridad que se cernía sobre el reino. A su lado, los magos y guerreros de Luntharys se preparaban para la batalla, sus rostros tensos pero determinados.

—Ha comenzado… —susurró la Reina Elaria, de pie junto a ella.

Selene apretó los puños.

No podían huir. No podían retroceder.

Luntharys debía resistir.

Las murallas temblaron cuando el enemigo chocó contra ellas.

Las criaturas se lanzaban como sombras líquidas, trepando las piedras, deslizándose por las grietas. Los arqueros disparaban flechas encantadas, pero muchas atravesaban a los espectros sin efecto.

Selene cerró los ojos y levantó ambas manos.

—¡Luz del Velo, despierta!

Una ráfaga de magia plateada explotó desde sus palmas, envolviendo la muralla en un resplandor lunar.

Las sombras gritaron al contacto con su luz, algunas desintegrándose al instante.

Pero más seguían llegando.

Desde el aire, serpientes aladas de oscuridad descendían en picada, abriendo sus fauces para escupir fuego negro sobre la ciudad.

Uno de los magos cayó de rodillas.

—¡No podemos mantener esto mucho tiempo!

Selene apretó los dientes y levantó las manos. Más luz. Más magia.

No iba a dejar que Luntharys cayera.

Pero entonces, una ráfaga de sombras golpeó la muralla y la hizo temblar.

En lo alto de la muralla, Selene se alzó como un faro de luz.

Su túnica plateada brillaba con magia lunar, y su cabello flotaba con la energía que canalizaba.

Con un gesto de sus manos, levantó un muro de luz alrededor de la ciudad.

—¡Mantengan las posiciones! —gritó a los guardianes élficos y magos del reino.

Los arqueros dispararon flechas encantadas. Los guerreros conjuraron escudos mágicos.

Pero la horda de Nyxmar era interminable.

Los primeros espectros se estrellaron contra la barrera de Selene. Su luz lunar los quemó… pero no los detuvo.

Desde el otro extremo del campo de batalla, Kael lo sintió.

Un escalofrío recorrió su espalda cuando la presencia del Devorador de Almas se hizo tangible.

El fuego estelar en su interior reaccionó. Como un eco de una batalla librada hace milenios.

Kael no esperó.

Corrió hacia el campo de batalla.

Con cada paso, su fuego ardía con más intensidad. Cuando llegó al frente, su espada ya estaba envuelta en llamas doradas.

Las criaturas de Nyxmar se lanzaron sobre él.

Pero Kael giró su espada en un arco mortal, liberando una ráfaga de fuego estelar.

Las sombras chillaron y se desvanecieron en cenizas.

Pero más llegaron.

Kael no se detuvo.

Golpe tras golpe, su fuego ardía más brillante.

Hasta que finalmente… se encontró con Nyxmar.

El ser oscuro flotaba sobre el campo de batalla, sus alas de sombra expandiéndose como un eclipse.

Sus ojos dorados brillaban con burla.

Kael se detuvo frente a él.

El mundo pareció contener la respiración.

—Finalmente, te enfrentas a mí, príncipe de Astrae.

Nyxmar sonrió, su boca llena de dientes afilados como cuchillas.

Kael alzó su espada.

—No soy solo un príncipe.

El fuego en su interior se encendió como un sol.

—Soy la llama que pondrá fin a esta guerra.

Nyxmar rio.

—Veamos cuánto puedes arder antes de extinguirte.

Con un movimiento de su mano, el Devorador de Almas lanzó una oleada de energía oscura que hizo temblar las murallas. Los soldados cayeron, y las defensas comenzaron a ceder.

—Kael! —gritó Selene, viendo cómo las sombras se acercaban cada vez más.

Kael no necesitó que le dijeran dos veces. Con un rugido, se adentró en la batalla, su espada envuelta en llamas doradas. El Fuego Estelar ardía en sus manos, y cada golpe que daba desintegraba a las criaturas oscuras que se interponían en su camino.

—¡Nyxmar!—gritó Kael, avanzando hacia el Devorador de Almas—. ¡Ven a enfrentarme!

Nyxmar giró su mirada hacia Kael, sus ojos brillando con un resplandor siniestro.

—Kael Ravaryn —susurró Nyxmar, su voz resonando como un eco en la mente de Kael—. El Fuego Estelar arde en ti, pero no es suficiente para detenerme.

Kael no respondió. En su lugar, cargó hacia Nyxmar, su espada brillando con una intensidad cegadora. El choque entre los dos fue como una explosión de energía, y el campo de batalla tembló bajo la fuerza de su encuentro.

Mientras Kael luchaba contra Nyxmar, Selene continuaba liderando la defensa de Luntharys. Su magia lunar era un faro de esperanza para sus soldados, pero sabía que no podían aguantar mucho más. Las sombras eran demasiadas, y Nyxmar era demasiado poderoso.

—¡Selene!—gritó uno de los magos, señalando hacia el cielo—. ¡El Velo!

Selene levantó la vista y sintió que el corazón se le detenía. El Velo Estelar, la barrera mágica que protegía a Luntharys, comenzaba a agrietarse. Las sombras de Nyxmar estaban desgarrando la magia que mantenía a salvo el reino.

—¡No! —gritó Selene, extendiendo sus manos hacia el cielo—. ¡No podemos permitir que caiga!




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