"Velaria: El Velo de las Estrellas"

La Muerte de un Rey

Por otra parte. El sol jamás llegó a Astrae ese día.

Las sombras de Nyxmar aún cubrían el cielo, envolviendo la capital en un crepúsculo eterno. La guerra había alcanzado todos los rincones del reino, y en el campo de batalla, la sangre real estaba a punto de derramarse.

El Rey Aldred, aun con su armadura de oro ennegrecida por el hollín y la sangre, luchaba con la fiereza de un hombre que no podía permitirse caer.

Pero la guerra no tenía piedad.

La batalla rugía alrededor del monarca.

Los caballeros de sombras se movían entre la niebla oscura, su acero negro reflejando la escasa luz. El ejército de Astrae estaba fragmentado, sus soldados cada vez más superados por la horda que avanzaba.

Aldred no retrocedió.

Con su espada en alto, bloqueó un golpe de un guerrero espectral, su acero resonando como un trueno.

—¡Por Astrae! —rugió, lanzando un corte certero que despedazó a su enemigo.

Pero fue el último golpe que pudo dar.

Una lanza de sombras atravesó su pecho.

El Rey Aldred se quedó inmóvil, su espada cayendo de sus manos.

Los sonidos de la batalla se desvanecieron.

Se tambaleó, sintiendo cómo su sangre empapaba su armadura.

Con esfuerzo, levantó la vista.

Y allí, en medio del caos, vio a su asesino.

Lord Malvyn.

El noble sonreía con frialdad, sosteniendo la lanza con la que había herido al rey.

—Siempre creí que Astrae necesitaba un rey fuerte —susurró Malvyn—. Y tú ya no lo eres.

Aldred intentó hablar, pero la sangre llenó su boca.

Cayó de rodillas.

El mundo se oscureció.

Y con un último suspiro… el Rey de Astrae murió.

El amanecer trajo más que solo la luz.

Trajo sangre y cenizas.

El campo de batalla aún ardía con los restos de la lucha entre Luntharys y Nyxmar. Las sombras se habían retirado, pero no por derrota, sino por estrategia. Algo peor estaba por venir.

Y entonces llegó la noticia.

La noticia del asesinato del Rey Aldred llegó a Luntharys como un trueno en medio de una tormenta. El mensajero, un soldado herido y cubierto de ceniza, llegó a las puertas del palacio con la peor de las noticias.

Selene y Kael, agotados por la batalla, se giraron al verlo entrar.

—¿Qué ocurre? —preguntó Selene.

El mensajero se arrodilló ante Kael, su voz temblorosa.

—Mi príncipe… Astrae ha caído en el caos.

Kael sintió su corazón detenerse.

—¿Qué?

El jinete tragó saliva.

—El Rey Aldred ha muerto.

El aire en la sala se volvió helado.

Kael sintió un golpe en el pecho, como si el mundo se derrumbara bajo sus pies.

—¿Cómo? —su voz fue apenas un susurro.

El jinete bajó la mirada.

—Durante la batalla contra Nyxmar, las sombras llegaron hasta el palacio. La guardia real resistió… pero no fue suficiente.

Kael sintió su respiración acelerarse. Su padre… el hombre que lo había desterrado… había muerto en la guerra que él mismo había advertido.

Kael se detuvo en el centro de la sala, sintiendo el peso de todas las miradas sobre él.

Sabía lo que significaba esto.

Podía tomar el trono. Podía gobernar. Podía intentar cambiar Astrae.

Pero…

¿Realmente quería hacerlo?

Astrae lo había traicionado.

Lo habían exiliado.

Y ahora, después de todo lo que había aprendido en Luntharys, después de descubrir la verdad sobre su fuego, ¿podía volver a ser su rey?

Miró a los magos.

Miró a Selene.

Miró el trono de la reina.

Kael no habló durante horas.

Después de que el mensajero terminara su relato, simplemente se alejó, caminando sin rumbo por los pasillos de Luntharys.

Su padre había muerto.

El hombre que lo había desterrado.

El hombre que nunca le dijo que estaba orgulloso de él.

Selene lo encontró en los jardines, de pie, junto a la fuente de agua plateada.

Se acercó lentamente.

—Kael…

Él cerró los ojos.

—No sé qué hacer.

Selene lo observó en silencio.

Kael, el hombre que había enfrentado a Nyxmar, que había protegido Luntharys, que había dominado su fuego estelar… ahora estaba perdido.

—Si no regresas —dijo ella—, Astrae caerá en manos de la oscuridad.

Kael dejó escapar una risa amarga.

—¿Y qué importa? Me desterraron. Me llamaron traidor.

Selene dio un paso adelante.

—¿Y tú los dejarás morir por eso?

Kael la miró con frustración.

—¿Y si regreso? ¿Si tomo el trono? ¿Entonces qué? ¿Los mismos que me exiliaron me obedecerán de repente?

Selene sostuvo su mirada.

—No lo sé. Pero lo que sí sé es esto: Astrae es tu hogar. Y si lo abandonas… serás exactamente lo que ellos dijeron que eras.

Kael sintió la rabia crecer en su pecho. No contra ella, sino contra sí mismo.

Se pasó una mano por el cabello, tratando de calmarse.

—No quiero ser como mi padre —susurró—. Un rey que gobernaba con miedo.

Selene tocó su brazo suavemente.

—Entonces sé diferente.

Kael inspiró hondo.

Y supo lo que tenía que hacer.

Del otro lado del reino mágico.

Cuando la noticia llegó a la capital, la corte se sumió en el caos.

El Rey Aldred estaba muerto.

Y no había un heredero en el trono.

Los nobles se reunieron en el Gran Salón, discutiendo sobre el futuro del reino.

—Kael ha sido exiliado —recordó uno de los consejeros—. No puede gobernar.

—Entonces necesitamos un nuevo rey de inmediato —dijo otro—. El pueblo no puede vernos débiles.

Lord Malvyn se puso de pie.

—Astrae necesita orden. Necesita liderazgo. Y yo estoy dispuesto a tomar el trono.

Los murmullos crecieron.

Algunos nobles se mostraron dubitativos, pero otros asintieron, convencidos de que Astrae no podía quedar sin gobernante.

—Si alguien más reclama el trono —dijo Malvyn con voz firme—, que lo haga ahora.

El silencio cayó sobre la sala.




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