"Velaria: El Velo de las Estrellas"

La Caída de Lord Malvyn y Sybelle

Las sombras de Nyxmar retrocedieron, pero Astrae aún no estaba a salvo.

El ejército había logrado resistir el ataque gracias al sacrificio de la Reina Lysara, pero la amenaza dentro del reino seguía viva.

El reino de Astrae ardía bajo el peso de la guerra.

La traición había sido sembrada en la corte durante años, sus raíces profundas corrompiendo el corazón del reino. Pero ahora, la verdad finalmente salía a la luz.

Y no habría piedad para los traidores.

Los nobles de Astrae se reunieron en el Gran Salón, sus rostros llenos de tensión. La batalla contra Nyxmar seguía rugiendo en el horizonte, pero dentro del palacio, otra guerra estaba a punto de librarse.

Kael cruzó las puertas con paso firme, su fuego estelar chisporroteando en sus manos. Ya no era un exiliado.

Era un príncipe reclamando justicia.

Y frente a él, Lord Malvyn lo esperaba, sentado con falsa calma en el trono que no le pertenecía.

—Vaya… —dijo Malvyn con una sonrisa burlona—. Pensé que estarías demasiado ocupado muriendo en el campo de batalla.

Kael no respondió de inmediato.

Miró a los nobles que rodeaban la sala, esperando ver quién más había sido comprado por la corrupción.

Pero entonces…

—¡Deténganlo! —rugió el Duque Varion, golpeando la mesa—. Tenemos pruebas de su traición.

Malvyn se tensó.

No lo había visto venir.

Uno de los consejeros se levantó, con un pergamino en la mano.

Las pruebas eran irrefutables.

Mensajes interceptados, reuniones secretas con los emisarios de Nyxmar, documentos con órdenes directas para debilitar las defensas de Astrae… todo señalaba a Malvyn.

Y Sybelle…

Ella había llevado la oscuridad al reino con sus propias manos.

Los nobles estaban en shock.

—Sabemos que fuiste tú quien organizó el asesinato del rey Aldred. Sabemos que trabajaste con Nyxmar… y que Sybelle estaba involucrada.

Los murmullos crecieron en la sala.

—Nos traicionaste —escupió el Duque —. ¡Tú asesinaste al rey!

Lord Malvyn, con la espalda recta, no mostró miedo.

—Aldred gobernaba con debilidad —dijo con desprecio—. Y su hijo es aún peor.

Kael avanzó un paso.

La furia ardía en su interior, pero no la dejó consumirlo.

—No mereces pronunciar su nombre —gruñó.

Malvyn soltó una risa seca.

—Mírate, Kael. Exiliado y ahora rey. Pero dime… ¿Realmente crees que estos hombres te seguirán?

Miró a la corte con una sonrisa cruel.

—Siempre te temieron. Siempre te odiaron. Y lo seguirán haciendo.

Kael apretó los puños.

—Tal vez —dijo, con voz firme—. Pero Astrae no será gobernado por la corrupción.

Dirigió su mirada a los nobles.

—El reino ha sufrido demasiado. Es hora de que decidamos si queremos seguir con miedo… o luchar juntos.

Los murmullos llenaron la sala.

Por primera vez, algunos nobles bajaron la cabeza avergonzados de haber apoyado a Malvyn.

Pero antes de que pudieran responder, Sybelle habló.

—No importa lo que hagas, Kael —dijo con una sonrisa oscura—. Nyxmar ya ganó.

Kael sintió un escalofrío.

Algo estaba mal.

Vestida con una túnica negra bordada con símbolos oscuros, Sybelle ya no era la noble dama que una vez perteneció a la corte.

La magia de Nyxmar palpitaba en su piel.

Sus ojos eran un abismo de sombras.

—Idiotas… —susurró, con una sonrisa torcida—. No han entendido nada.

Con un movimiento de su mano, una onda de magia oscura se expandió por la sala, derribando a los guardias.

Kael desenvainó su espada.

—Sybelle… detente.

Pero ella no tenía intención de rendirse.

—¿Por qué rendirme… cuando puedo tenerlo todo?

Alzó ambas manos, y la oscuridad comenzó a envolverse a su alrededor.

Estaba invocando a Nyxmar.

Pero en su arrogancia… cometió un error.

Porque Nyxmar no perdonaba la debilidad.

—¡No! —rugió Malvyn, dándose cuenta de lo que su hija estaba haciendo.

Pero era tarde.

La oscuridad se retorció a su alrededor y se aferró a su cuerpo.

Sybelle jadeó, sintiendo cómo su propia magia la traicionaba.

—¡No… no!

Las sombras se aferraron a su piel, succionando su vida lentamente.

Por primera vez, el miedo cruzó su rostro.

Miró a Kael.

—Ayúdame…

Pero Kael no se movió.

Porque supo, en ese momento, que ya no había nada de la Sybelle que una vez conoció.

La oscuridad la consumió en un instante.

Y Sybelle desapareció.

No quedó rastro de ella.

Ni siquiera un susurro.

El silencio pesó en la sala.

Malvyn se quedó mirando el lugar donde su hija había estado.

El hombre que había conspirado en las sombras, que había manipulado la corte, que había asesinado a un rey…

Ahora estaba completamente solo.

Un soldado lo tomó del brazo.

—Lord Malvyn Dargent —declaró el Duque Varion—, has sido acusado de traición contra Astrae y el asesinato de su rey. ¿Tienes algo que decir en tu defensa?

Malvyn levantó la cabeza.

Pero no dijo nada.

Sabía que no había escapatoria.

Kael lo observó sin emoción.

—Llévenselo.

El hombre que había querido usurpar el trono fue arrastrado fuera de la sala.

Esa misma noche, su ejecución marcó el fin de una era.

—Hazlo.

Kael sostuvo su espada con fuerza.

Todos los presentes sabían que el traidor debía pagar con su vida.

Pero en lugar de atacar de inmediato, Kael habló:

—No te ejecutaré por venganza. Lo haré por Astrae.

Malvyn rio sin humor.

—Eres igual a tu padre.

Kael apretó los dientes.

—No. Soy diferente.

Y con un solo movimiento, su espada descendió.

El cuerpo de Malvyn cayó al suelo, su vida apagada en un instante.

No hubo gritos. No hubo súplicas.

Solo el fin de una era de corrupción.

Cuando todo terminó, la corte guardó silencio.




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