Me encontraba caminando en un frio y gélido día de invierno por la ciudad de Nueva York, bajaba por la calle 53 en dirección hacia Battery Park, tenía más de cuatro meses y medio sin salir de mi habitación, a pesar de que el invierno era mi estación preferida del año, estaba con una profunda depresión, y mis ataques de ansiedad se hacían cada vez más recurrentes. El cielo estaba despejado y su color era de un azul muy intenso como para ser un típico día de invierno. Mientras caminaba, enumeraba los sucesos que habían ocurrido la noche anterior y que habían hecho que yo y mi humanidad estuvieran caminando a menos 10 grados centígrados y a las 10 am de la mañana sin protestar.
Primero: Se me había acabado la hierba.
Segundo: No tenía un solo peso.
Tercero Mi abuela no me quiso prestar dinero.
Cuarto: Tenía mucha ansiedad.
Quinto: Mi abuela me gritó a través de la puerta y me dijo que hiciera algo con mi vida.
Sexto: Mi abuela me mandó a ordenar mi cuarto.
Buscar trabajo como mesero, labor que había realizado antes, no debía ser algo muy difícil para mí, pensaba en ese momento, ya que contaba con algo de experiencia del restaurante anterior, en realidad no era un restaurante, era un Mac Donalds, donde me habían despedido por faltas constantes y por robarme las propinas de mis compañeros. Tenía una excelente memoria fotográfica y con solo pasar por una calle podía memorizar la ubicación exacta de los restaurantes, cafeterías y todos los negocios y casas que se ubicaban en toda una cuadra y en toda una calle. Ese día mientras caminaba, recordé que hace un año atrás caminaba por esta misma calle con Dani mi mejor amigo, y le decía;
–Mira Dani aquí antes había una panadería llamaba el Bronx y el dueño era un señor muy gordo, tan gordo que un día quedo atrapado en su propio auto y tuvieron que llamar a bomberos para poder sacarlo, bomberos utilizo una cierra corta metal para cortar el techo y con una grúa lo pudieron sacar. Y Dani se reía, a veces pensaba que Dani no creía que esas historias fuesen ciertas, pero lo eran. No vi lo del panadero en realidad, pero lo leí en el diario y supe en seguida que ese era su negocio, por la ubicación y el nombre del local.
Había meses donde teníamos el dinero suficiente para gastarlo en cervezas y hierba y vagar por la ciudad, pero ahora no tenía nada en los bolsillos y tampoco estaba Dani, estaba solo con 17 miserables años de vida en la tierra.
Para mi Dani había muerto hace más de 5 meses, cuando cayó por accidente de un tejado y quedó en estado vegetal y con muerte cerebral, todavía me dolía su muerte, para mí fue su muerte, porque el no poder hablar, el no poder moverte, el no poder pensar, el no poder oír y estar todo el día en una cama de un hospital sin poder hacer absolutamente nada y que además una maquina te ayude a respirar, es algo muy parecido a la muerte.
Dani era todo lo contrario a eso que estaba postrado en la cama, era alto muy delgado, sus cabellos eran negros y tapaban su gran frente, sus dientes eran amarillos y apiñados, le gustaba inventar cuentos fantásticos o de terror, escribía todo en un cuaderno con dibujos bien detallados y contaba que cuando grande sería escritor como Stephen King, de hecho, se parecía a King cuando se colocaba mis lentes. Dani jamás hubiese querido estar ahí, esperando a que lo limpiaran o que lo bañaran todos los días, o alimentarse a través de una sonda clavada en su cuello. Ver a Dani en ese estado fue lo más triste y traumatizante que había vivido en el último tiempo, más que ver su accidente, del cual recuerdo muy poco.
Llegué primero a la cafetería Cinamon NY, lugar que varias veces visité con Dani, a él le gustaban sus exquisitos pasteles de canela y la rica malteada de chocolate de ese lugar, entré y le pregunté a una trabajadora que estaba detrás del mostrador si estaban necesitando a alguien, me informó de que recién habían contratado a una chica para atender las mesas. A las cuatro cuadras, me detuve en el Restaurante Bombay, pero no quise entrar, pensé que no hablar mandarín iba a ser un problema de comunicación con mis jefes, así que solo me detuve enfrente de las dos estatuas de leones de la entrada, que daban la impresión de que sonreían cuando te parabas en frente de ellas, o por lo menos Dani siempre aseguraba que sonreían, yo nunca las vi sonreír.
Seguí caminando lentamente buscando un restaurante de sushi que sabía estaba en esa cuadra, a lo lejos lo pude ver y mientras me dirigía hacia él, tropecé con unas bolsas llenas de basura que estaban en el andén, perdí el equilibrio y caí de bruces en el frio asfalto, logré colocar las manos para no pegarme en la cara, miré hacia todos lados viendo que no me viera nadie por la vergüenza, me senté en el andén y justo al frente vi la fachada de una antigua casa, llena de grafitis y dibujos muy bien hechos y con mucho estilo, estaba completamente segura que ese mismo lugar había un restaurante Chino o japonés porque no había visto este sitio antes