Vendetta

El recién llegado

Había llegado a casa a eso de las siete de la mañana, lo único que había querido fue acostarme y dormir hasta la noche, ese día lo tenía libre, algo que agradecía de todo corazón. Así que nada más llegar a mi cuarto y ponerme el pijama, me había tumbado en la cama y me había quedado dormida, ni siquiera supe en que momento dieron las siete de la tarde, me despertaron las ganas de ir al baño y claro, el hambre, así que sin quitarme el pijama me dirijo a la cocina, olía bastante bien, mi nana estaba preparando picadillo, arroz y un delicioso café de olla.

- Dios, huele también y tengo tanta hambre ‒digo tras sentarme en la silla de la pequeña mesa de la cocina.

- Ya te sirvo ‒la veo tomar un plato y comenzar a servirme, deja el plato frente a mí al igual que unas tortillas, comienzo a comer mientras me sirve una enorme taza de café, justo lo que necesito.

- Tía, ¿qué crees que me enteré con la vecina? ‒dice Elena entrando por la puerta del jardín, en la noche me la habían presentado, era hija de un hermano de Jaime y Agustina, trabajaba aquí para apoyarse con los gastos de la universidad, mi padre le ayudaba con la mitad de la colegiatura.

- Saluda cabezona ‒la regaña mi nana, es en ese momento que Elena se percata de mi presencia.

- Hola Elena ‒digo tras tragar lo que tenía en la boca, ella me sonríe, era muy amable e inteligente.

- Hola Amelia, provecho ‒le agradezco con la cabeza‒. Que bueno que estas aquí, así también te enteras ‒la miro con atención, se sienta a mi lado y mi nana le sirve también‒, dicen que se ha mudado un hombre extranjero en la vieja casona al final de esta calle, la que llevaba muchos años abandonada, dicen que todo se hizo de noche porque nadie vio camiones de mudanza, no creo que use las cosas que están ahí, ya ni han de servir ‒se encoge de hombros mientras comienza a comer.

- Quizás lo había hecho de a poco o alguien le daba mantenimiento, no creo que de buenas a primeras se hubiese venido así ‒digo tras tomar un sorbo de mi café.

- Pues no sé, pero me dijo la vecina que no lo vio salir en todo el día, pero que hace unos momentos lo hizo ‒no me resultaba extraño, si venía de fuera, quizás sólo quería dormir, eso había hecho yo‒. También otra cosa, anda muy asustada porque ayer se cayó el árbol del vampiro y según me contó, su familia participó en la caza de Don Jorge, como se llamaba aquel vampiro ‒la observo con atención, ¿podría ser eso lo que le cayó encima al hombre?

- Esas son puras leyendas, ¿cómo crees algo así? Los seres mitológicos no existen, y ese árbol es viejísimo, era natural que un día se cayera ‒me encojo de hombros, termino mi plato así que me pongo de pie para servirme un poco más.

- Aquí están ‒me giro ante la voz de mi padre, todas nos congelamos al ver entrar a un hombre con él, por su apariencia podría deducir que estaba entre los treinta y cinco y treinta y seis, su porte era elegante, vestía una camisa de vestir de manga larga y pantalón sastre hecho a medida, su piel era muy blanca, como la leche y su cabello negro lograba que se viera de un mortal pálido‒. Criatura, ¿qué son esas fachas? ‒mi padre me mira serio, bajo la vista y recuerdo que uso un short y camisa cortos.

- Me acabo de despertar y tenía hambre, no sabía que tendríamos visita ‒digo apenada a pesar de saber que no era mi culpa, bajo la vista en cuanto el extraño hombre posa su vista en mí, me sentía muy cohibida.

- Mi hija es doctora, anoche se quedó de guardia ‒dice mi padre con orgullo, asiento con timidez, ¿qué diablos me pasaba? Esta no era la manera en que solía comportarme‒. Amelia, te presento a Gorka Andetxaga, ¿lo he pronunciado de manera correcta? ‒mi padre mira al hombre.

- Sí, así es ‒podía oírse en su voz el acento extranjero a pesar de que su español se escuchaba bastante bien‒. Mi bisabuela se caso con un mexicano, y aprendí el español como lengua nativa, sólo que hasta ahora no había podido visitar esta bella tierra ‒oírlo hablar era hipnótico.

- Soy Amelia Urriaga, pero seguro eso ya se lo ha contado mi padre ‒el extraño asiente.

- Es un placer, su padre habla con mucho orgullo de usted ‒siento mis mejillas sonrojarse como cada vez que me dicen aquello.

- Es un gusto tenerlo por acá, ¿de dónde viene usted? Como ya le habrá contado mi padre, hace una semana regresé de estudiar en Holanda ‒el hombre asiente.

- Soy de Gipuzkoa, en País Vasco al norte de España ‒lo observo con sorpresa, por eso su español también tenía acento de ese país.

- Un gusto, espero que le agrade Guadalajara, es muy bonito ‒digo suave mientras dejo el plato en la mesa‒, ¿le gustaría quedarse a cenar? Le prometo que nada de esto tiene picante, sé que a los extranjeros les cuesta un poco comerlo ‒lo miro atento.

- Le agradezco pero ya cené, provecho ‒su mirada era demasiado intensa, asiento.

- Terminen de cenar, Gorka y yo tenemos asuntos que discutir ‒asiento sin moverme de mi lugar‒. Agustina, llévanos café al despacho, si eres tan amable ‒mi nana asiente, el extraño se despide antes de salir tras mi padre, suspiro de alivio, me hacia sentir extraña, de una mala manera.




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