Vendetta

Mitos y leyendas

Dicen que cada mito y leyenda guarda algo de verdad, incluso que se utilizan para enseñar algo, casi como una fábula.

En mi caso, la gente solía contarlas para asustar o bien, para recordar algún hecho importante, había quienes las contaban como parte de sus vivencias, yo me pregunto, ¿qué tan reales son?

Quizás si nunca te ha pasado dirás que no lo son, que son invento de las personas e incluso, que son hechos que las personas engrandecen para llamar la atención, pero para los que lo viven es algo muy real, y en este justo momento no sabía que era real y que no.

- ¿Dónde estoy? –parpadeo varias veces sintiendo que el sueño no quiere irse, mis ojos pesan, pero puedo ver que no estoy en mi casa.

- Amelia, ¿estás bien? –mi cerebro se sentía confuso, pero me creía capaz de reconocer la voz.

- Me siento cansada –mis ojos vuelven a cerrarse, mi mente luchaba por despertar y por alguna razón, quería correr. Siento que me alzan con suavidad, mi mente termina por perderse en la inconsciencia.

Abro los ojos y miro todo a mi alrededor, bostezo y estiro mis brazos, me siento y puedo ver como entra mi nana con agua, le sonrío a la mujer y esta comienza a acomodar un precioso vestido verde menta con encaje verde esmeralda, de verdad era precioso.

Me pongo de pie y voy a la jofaina, lavo mis manos y rostro, tomo la toalla y me seco el rostro con la pequeña toalla que esta a un lado, me acerco a mi nana y tras quitarme el camisón, me ayuda a colocarme el vestido.

- Vuestra madre me ha dicho que no se le olvide el rosario esta vez –ruedo los ojos, había olvidado la misa a medio día, mi madre no perdonaba nada, mucho menos que me despertara pasadas las diez de la mañana por haberme quedado leyendo hasta tarde, pero había algunas leyendas muy interesantes.

- No, no lo olvidaré –mi nana sonríe y niego, me acerco a la mesa y tomo la biblia, así como el bendito rosario, además de mis guantes y sombrero, salgo del cuarto y bajo corriendo al comedor, debía desayunar algo o no comería hasta pasadas las dos de la tarde.

Cleotilde me sonríe al verme entrar a la cocina, niega mientras me extiende un plato con fruta, la veo alzar una tapa y veo mi desayuno, beso su mejilla y tras acabarme la fruta comienzo con el resto.

- Vámonos –escucho la voz de mi madre, tomo el jugo con prisa para que baje la comida y salgo disparada.

La misa se había extendido una eternidad, por suerte iríamos a casa de la señora Estela para celebrar el cumpleaños de su nieta, me gustaba asistir porque podía platicar con el profesor Salvador, él creía que las mujeres éramos igual de listas que ellos y merecíamos estudiar, mi madre no estaba de acuerdo con eso y decía que debía comportarme y aprender para ser una buena esposa, por suerte mi padre me amaba lo suficiente para permitirme casarme con quien yo quisiera, así que mi madre no tenía injerencia en eso o ya estaría casada con el insufrible de Conrado Echeverría Gaviria, un tipo rico y distinguido, pero más tonto que otra cosa.

- ¿Lo han visto? –escucho a una hermana de Conrado, Ernestina, paro oreja de manera disimulada para seguir escuchando.

- No, pero me han dicho que llegó pasada la medianoche, dicen que debe tener unos treinta y tantos años –alzo las cejas intrigada, ya le preguntaría a mi madre más tarde, estaba segura de que las distinguidas damas de la asociación de caridad lo sabrían.

Me aparto de ellas y me acerco al profesor Salvador para poder debatir.

- No me gusta, te lo he dicho –escucho a mi madre regañarme tras llegar a la casa, suspiro y aguanto las ganas de rodar los ojos.

- Sólo es una platica mamá, no es que quiera casarme con él, que podría –me encojo de hombros, su cara de horror es épica, muerdo mi labio evitando reír–, bromeo mamá, calma, mejor cuéntanos sobre el nuevo vecino –dejo mi biblia y rosario en la mesita de entrada, caminamos a la salita para tomar la merienda que, al entrar, ya está lista.

- Se llama Don Jorge Andetxaga, es extranjero, soltero y un gran partido para cualquier señorita de buena familia –ruedo los ojos mientras tomo mi taza con chocolate, corto un pedazo de pan dulce y comienzo a comer ignorando lo siguiente del sermón.

La semana trascurrió lento, oía de algunos vecinos y por criados que lo veían caminar tarde por la noche, también solían decirme que estaban apareciendo animales muertos.

- No asistirá, no ha ido a ninguna reunión –menciona mi hermano, había olvidado que venía por vacaciones.

- No lo culpo –abrazo a mi hermano, no lo decía por él, sino por Conrado.

- Podría ser mi hermano –golpeo su costado con mi codo haciendo muecas.

- Pues cásate tú con él, yo me mostraré feliz por ambos –me encojo de hombros riendo, me revuelve el cabello riendo.

- Podríamos convencerlo de casarse con Agustina –me echo a reír con ganas, Agustina Parraverde Guerra era hija única del general Parraverde Zerdio y eterna enamorada de mi hermano.

- Sería bueno, mataríamos dos pájaros de un solo tiro –digo bajo, si mi madre me escuchaba decir aquello, me echaría la bronca.




Reportar




Uso de Cookies
Con el fin de proporcionar una mejor experiencia de usuario, recopilamos y utilizamos cookies. Si continúa navegando por nuestro sitio web, acepta la recopilación y el uso de cookies.