Vendetta

El que no conoce su historia

Me había despertado mareada y confundida, la habitación era desconocida para mí, la cama tenía dosel, me recordaba a las de los reyes de Francia.

- ¿Estás mejor? –aquella voz me hace sentarme de golpe, parpadeo un par de veces intentando recordar que pasó, estaba en la biblioteca y me sentí mareada, lo demás, no lo recuerdo muy bien.

- ¿Qué me pasó? –pregunto mientras me pongo de pie, no sentía debilidad ni nada parecido.

- Te desmayaste de repente, ¿has estado comiendo o durmiendo bien? –me mira preocupado.

- Según yo sí –miro la habitación y me sorprende la cantidad de muebles antiguos, incluso la cama.

- Quizás sea por el estrés de tu trabajo, creo conveniente que no lo tomes personal, quizás ese desmayo es una señal de ese cansancio –asiento, tenía sentido, comía bien, de eso se encargaba Agustina, pero con lo de dormir era otra cosa debido a los turnos que hacia en el viejo hospital.

- Tal vez tengas razón, pero no puedo solo ignorarlo Gorka, muchas de esas personas las conocía desde que era una niña, asistí con algunos de sus hijos o nietos a la escuela, es imposible no sentirme mal –suspiro cansada, él asiente sonriendo de lado, más bien preocupado.

- Por ahora te acompaño a tu casa, quizás no está lejos, pero uno nunca sabe –me sonríe, asiento mientras camino fuera de la habitación, sentía algo extraño en el pecho tras recordar el cuadro, era como inquietud o algo similar.

Tras unos minutos llegamos a mi casa, la verdad es que sentía que debía recordar algo, pero no sabía que, eso me estaba desquiciando un poco.

- Gracias Gorka, creo que tomaré algo ligero y me iré a dormir –le sonrío en la entrada de la casa.

- Eso está bien, nos vemos después –se gira para marcharse, abro la puerta y justo en ese momento me detiene–, cuídate por favor, Amelia –susurra suave, tenía una mirada de preocupación que no le había visto antes, y tenía un vago recuerdo de haberlo visto antes, algo que no podía ser, no lo conocía de antes.

- Sí, estaré bien, lo prometo –me sonríe, me giro y entro a la casa.

- ¿Quién podría saber eso?, ¿don Marcos no tendrá registro? Es de las familias más antiguas de por aquí –escucho decir a Elena caminando detrás de mi nana.

- Por Dios criatura, ya te explico Amelia de que va todo, no estes repitiendo que es cosa de la maldición del árbol del vampiro –la escucho suspirar, muerdo mi labio, por alguna razón eso había logrado alterarme, me quedo quieta hasta que se pierden por la cocina, cambio el rumbo hacia el despacho de mi padre, él debía saber algo, no sabía porque, pero algo me instaba a investigar, el recuerdo de aquel cuadro no dejaba de rondar en mi cabeza.

- ¿Amelia?, ¿todo bien? –mi padre me observa angustiado, asiento sonriendo, no quería preocuparlo.

- Sí, una pelea graciosa entre Agustina y Elena, pero todo bien –sonríe más aliviado–, papá, ¿guardas algún registro de los integrantes de la familia?, ¿álbumes, diarios, cartas? Lo que sea que hable de los Arriaga –lo único que sabía es que proveníamos de una larga lista de hijos varones, claro que había habido mujeres, pero hasta mí, los herederos de esta casa y de la mayoría de las propiedades, eran para el hijo varón, y una pequeña parte para las mujeres Arriaga.

- Sí, hay diarios y otros documentos guardados en el ático, llevan mucho tiempo guardados, Jaime a veces los limpia, ¿por qué? –me mira curioso.

- Hoy fui a casa de Gorka y él tiene muchas cosas de su familia, retratos incluso –eso no era mentira–, y me entro curiosidad, gracias papi –me acerco, beso su mejilla.

- De nada hijita, ve a descansar, te ves algo pálida –asiento, quizás el trabajo si me estaba pasando factura. Salgo del despacho y camino a mi cuarto, entro cerrando suave la puerta mientras enciendo el interruptor cerca de esta, miro la habitación y una extraña sensación me recorre, por instinto miro a la ventana, estaba cerrada y la cortina corrida, ¿qué esperaba encontrar? Miro la habitación como si fuese la primera vez, me sentía muy inquieta, me froto el rostro y niego, debía dejar de pensar en cosas que no podía manejar.

Tomo mi pijama, voy al baño para darme un baño rápido, lavarme los dientes y hacer mis necesidades fisiológicas.

Una vez termino me acuesto, apago la luz y me arropo en ese viejo edredón que era de mi madre, así me sentía abrazada y segura. Mis ojos comienzan a pesar, sentía mi cabeza pesada de una manera que me daba miedo.

- Mi querida y apreciada Inés ­–susurra una suave y conocida voz, al menos eso me arroja mi cerebro–, pronto estaremos juntos, como te prometí –siento una mano fría posarse en mi mejilla, quiero negar, no conozco a ninguna Inés, pero la pesadez en mi cuerpo y mente es más grande, siento unos fríos labios en los míos antes de caer en un sueño profundo.




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