Vendetta pactada

CAPITULO 28

Solo unas horas después de ver el ducado llegamos a la santa iglesia. Estaba demasiado nerviosa, desde donde estaba podía ver la punta del castillo donde viviría con Sebastián, una vez que todo acabara, ambos entramos por la puerta delantera, sintiendo una emoción única porque siempre estábamos escondiéndonos y por primera vez podíamos presentar la cara.

Subo las escaleras, con rapidez, pues no queríamos ser vistos por nadie ni mucho menos por las personas menos deseadas, la iglesia nos recibió con las manos abiertas, dándonos 2 cuartos para ambos, con damas para cada quien.

Me dieron un vestido completamente blanco, sin adornos, estaba comenzando a acostumbrarme nuevamente a usar todo esto, antes de comer tendría que rezar, por lo que pasó a la iglesia con un velo cubriendo mi rostro. Entró al recinto donde estaba el padre de toda la iglesia, el supremo de la palabra de dios, este no lo parecía ser, se vestía con ropa como los demás.

—Las velas parecen no prender — Me dice pidiendo que sostenga el mechero.

—Tal vez porque el hilo está cubierto de cera — Dejo el mechero en la mesa, para poder sentir la sensación parecida a aceite, pero estaba caliente. El padre me tomó del brazo para ver si no me había quemado.

—Señora, sea más cuidadosa — Me dice mientras le doy una reverencia besando el dobladillo de su capa.

—Visionario de Dios, soy la mujer a quien responde la santa — Este apaga el mechero buscando a mi alrededor.

—Bien, llévame con ella — Me pide.

—Creo que no he explicado bien, la santa soy yo — Este me da una mirada de pies a cabeza, como examinándome —. ¿Hay algo malo?

—Los rumores hablan sobre que la mujer a la que le dimos este título era alguien quien inspiraba el miedo, que su apariencia era demasiado masculina, nunca me imaginé que fuera una mujer tan joven.

—Pensé que usted no creía en rumores.

—La iglesia no, el padre, por otro lado, es humano. Pensar en que estamos exentos de la naturaleza por deberse a dios, es solo un capricho del ser humano por endiosar a quien no debe — Eso me había dejado muda —. Mi señora, pasemos a un lugar más apropiado.

Caminamos por los largos pasillos color blanco hasta llegar a una habitación donde la calidez y austeridad se hacía presente en cada parte.

—He leído las cartas, sobre algo de suma importancia que tenía que consultarme.

—Sí, como sabe, estamos buscando el mayor apoyo posible, quería saber si el título de Santa viene con la disposición de los caballeros de la santa iglesia — Este sonríe, pero de una manera no normal.

—Usted, como la santa, puede hacer y destruir y la iglesia la apoya, ahora mismo podría cortar la cabeza de todos y con los ojos cerrados iremos con usted.

—¿Pero qué quiere a cambio? Se que ningún favor es gratis.

—Para nosotros es demasiado burocrático tener que legislar nuestras ganancias parroquiales y tener que darle a la corona algo, queremos autonomía propia — La sonrisa era sobre el hecho que ellos querían hacerse ricos a su manera, sin nadie quienes pudiera limitarlos, o impedir el hecho de que ganaran más de lo que podían.

—Cuenten con ello. 

Este saca un papel donde vienen todas las cosas, me sentiría estúpida si este no me lo hubiera mostrado. Firmó con una doble “SS”, había sido tan sencillo hacer esto, que fue más el camino, que lo que dure sentando el trato, me acerco a Sebastián, quien ya se había cambiado.

—¿Qué pasó?

—Estamos listos para pelear Candace — Le digo nerviosa.

—¿Estás segura? — Me dice tomándome del brazo, mientras que detrás de él veo al conde Sutton, mirarme para después entrar al confesionario, justo donde entraba el padre, asegurándose que solamente yo lo mire.

—Sí, contacta a todos los demás — Le digo, él trata de voltear atrás de él, así que me apresuro a poner mi mano en su cara, captando su atención —. Recuperaremos nuestro reino, amor mío.

El llamarlo “amor mío” era solo una técnica para distraerlo para provocar la reacción que quería incomodidad, quita mi mano, me da un beso en la frente para poderse ir con un paso decidido, sin esperarme decido entrar el confesionario, solo nos separaba una red del otro lado, pero no impedía que ambos nos viéramos.

—Mi señora, ¿Es usted? — Me pregunta en voz baja.

—Si, si lo soy. Recuerdo que le dije que me pondría en contacto con usted — Le menciono, mirando hacia delante.

—Lo sé pero tengo algo que decirle — Me quedo en silencio al escuchar los pasos de alguien enfrente de nosotros —. Este lugar no es adecuado para nosotros. Encontrémonos en el lago, ese que está por su ducado a la media noche.

—¿Conde? — No alcanzo a contestar, cuando escucho sale de allí, salgo del confesionario para verlo marcharse, pero al abrir donde él estaba sentado, estaba un cuaderno de pasta dura, lo tomo entre mis manos, para ver cómo había escrito. No quería ser engreída al pensar que tal vez eran poemas para mí.

Me volteo para ver a Sebastián, escondiendo detrás de mí el diario.

—¿Sigues aquí? — Me pregunta.




Reportar




Uso de Cookies
Con el fin de proporcionar una mejor experiencia de usuario, recopilamos y utilizamos cookies. Si continúa navegando por nuestro sitio web, acepta la recopilación y el uso de cookies.