Emma Parker, pasa su mano por su pantalón blanco, hoy es un día como todos... aburrido, trabaja en la Clínica Psiquiátrica Horizonte de Valhalla, desde hace cinco años, cuando su mundo se derrumbó, perdió a su pareja por la que decía que era su mejor amiga, su madre enfermo, la enfermedad la deterioró tan rápido, que pronto se marchó.
Necesitaba mantenerse activa, no se dio tiempo de vivir el duelo de sus perdidas, ella no quería sufrir, así que leyó en el periódico que necesitaban una Enfermera de Salud Mental, no lo pensó y se postuló al puesto, ella era enfermera, por la falta de personal, rápidamente la contrataron, y aquí estaba, llenando cada recipiente con las medicinas de acuerdo a la ficha de cada paciente, empujo el carrito, era ya pasada la media noche, los pasillos de la clínica estaban vacíos, suspira y empuja la primera puerta, el paciente estaba dormido, se veía tranquilo, ella suspira, enciende la luz y camina hacia él, con suavidad mueve su hombro, unos ojos rojos la miran, ella rápidamente le habla, él en muchas ocasiones era violento.
Le da el recipiente con las pastillas, él las toma, bebe un sorbo de agua y luego abre la boca para que ella se cerciorara que las había tomado, y así continúa de habitación en habitación, hasta terminar con las medicinas que les tocaban a los pacientes.
—Menos mal está todo calmo, espero que pronto llegué el nuevo Psiquiatra, hace falta Josh—Carolina Mendez era la Especialista en Crisis, ambas estaban de turno —Iré a dormir un rato —da una palmada en el hombro de Emma.
La joven termina de hacer las anotaciones del turno y se deja caer en el asiento, suspira, realmente estaba aburrida de la vida, su vida era monótona, se despertaba a bañarse, se vestia, desayunaba, se iba al trabajo y así era día tras día, ya iba a cumplir treinta y un años, no se había vuelto a enamorar después de la traición de su exprometido y su supuesta mejor amiga.
Carolina apareció a las cinco de la mañana y le dijo que fuera a dormir un rato, ella la iba a cubrir, caminó hacia la oficina vacía, se recostó en una camilla, cerro los ojos por un rato, cuando los abrió se dio cuanta qque ya había amanecido, se escuchaban voces afuera, mira su reloj se muñeca ya eran las siete y media de la mañana.
Al bajar de la camilla suelta un gritó, el hombre con una bata blanca la observa desde el escritorio, estaba revisando unos expedientes.
—Buenos días —responde ligeramente.
—¿Quién es usted? —pregunta al ver al desconocido.
—Soy Jonathan —él responde rápido, deja el expediente sobre el escritorio, levanta la mirada —El Dr. Jonathan Morrison, el nuevo Psiquiatra.
Emma muerde su labio inferior, era un hombre muy atractivo, era alto, cabello castaño, piel blancas, unos hermosos ojos café, largas pestañas, ella tenía idea de haberlo visto antes.
—Soy... —se aclara la garganta.
—Emma Parker —termina él por ella, apunta con el dedo el lado izquierdo de su pecho —Lo dice en su camisa.
Ella asiente.
—Debo irme —él asiente y toma el expediente que estaba leyendo.
—Es un gusto Emma Parker —ella siente cosquillas en su columna al escuchar como pronuncia su nombre.
Al salir de la oficina que usaban para dormir, sonríe, hablar con el nuevo doctor le había levantado el ánimo.
—Emma, ya Carolina me ha entregado el turno, puedes irte a casa —la jefa de enfermeras le habla con cariño —Te ves agotada —ella lleva sus manos a su rostro, por primera vez en cinco años le importaba como se veía ante un hombre.
—Gracias —la joven toma su chaqueta, la noche anterior había estado nevando, al salir de la clínica se cierra la chaqueta y se ajusta la bufanda, la ciudad de Winter’s Reach, tenía aproximadamente una población de 50, 000 habitantes, era una comunidad lo suficientemente grande como para tener una infraestructura desarrollada, pero lo suficientemente pequeña como para mantener un ambiente íntimo y acogedor, cuando Emma se pudo a esa ciudad para empezar de nuevo, jamás imagino que lo haría sola, ya que su madre sólo pudo disfrutar de pocos meses de la hermosa ciudad que ella eligió.
Sube a su pequeño auto rojo, ya un poco viejo, pero que nunca la había dejado tirada en la calle, cuando lo enciende no evita mirar hacia la fallada de la clínica, expresamente al segundo piso, la oficina que llevaba meses desocupada, pero esta mañana ya tenia un dueño, Jonathan Morrison.