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Quizá lo sepán o quizá no, pero soy venezolana, y por esa razón he estado teniendo unos días muy angustiantes. Desde hace 25 años, mi país cayó en un pozo, porque como sabemos, puedes entrar al totalitarismo por la puerta de la democracia a través de los votos, pero nunca se sale del mismo modo.
Quienes llevan tiempo siguiéndome, saben que soy contraria a la violencia y partidaria de la libertad, ésta última no es negociable, porque no es algo que nos puedan dar o quitar, ya que es una condición inherente al ser humano, pueden incluso privarte de la movilidad, en el caso de los que están presos, pero la libertad es algo más esencial y que tiene que ver más con el derecho a pensar, a sentir, a elegir, o a creer lo que mejor nos parezca y sin dañar a nadie.
Sin embargo, en mi país los ciudadanos decidieron creer en un “mesías”, pero el mencionado no solo los traicionó, sino que se robó desde la tranquilidad hasta los derechos más básicos, como el de la alimentación, la seguridad, el derecho a disentir y hasta la vida.
Yo llevo ocho años fuera de mi país, tuve que dejar la tierra que me vio nacer y no porque quisiera, porque como siempre digo, nosotros no nos fuimos, a nosotros prácticamente nos echaron, y al menos yo, difícilmente vuelva a ver los lugares en los que crecí, en los que se quedaron mis recuerdos y mis amigos, porque esos, no me cabían en una maleta, pero no estaba dispuesta a hipotecar el futuro de mis hijos en un país en el que la vida humana, y para sus dirigentes, no tiene ningún valor.
No me corresponde a mí juzgar a nadie, porque como lo he dicho mucho también en mis libros, y mis pensamientos son consecuentes con mis palabras, ningún ser humano puede adjudicarse el derecho a juzgar a sus iguales, eso se lo dejo a ese ser supremo en el que creo, pero lo que no puedo evitar es sentirme muy angustiada como dije al inicio, porque no puedo dejar de pensar en que mi gente no aguanta un muerto más, no aguanta otra gota de sangre, otra familia rota, más ausencia y distancia, ni más ríos de lágrimas.
Como lo saben también, el año pasado murió mi papá y no pude estar a su lado, porque o iba, o me quedaba y enviaba el dinero necesario para su atención, porque en nuestros hospitales no hay ni una jeringa, menos aun medicamentos. Así que no quiero que nadie más tenga que pasar por eso.
De modo que, lamento mucho el haber estado tan ausente, pero apelo a su comprensión, porque no solo soy la escritora que los entretiene, también soy humana y estoy demasiado triste.
Quienes leyeron “Acordes…” supongo que recuerdan a Jör. Mi país en este momento y desde hace años, es Jör, la OEA, y todos esos organismos internacionales que se dicen garantes de la libertad y custodios de los derechos humanos, es la CDN, y la indolencia de las naciones del mundo del libro, es una analogía de la indolencia de los mandatarios de las naciones del mundo a quienes por años hemos estado clamando por ayuda, pero la diferencia está en que, en el mundo real, no tenemos a un Dàmir.
“…es más lamentable aun que, a mi parecer, bajo la consigna del respeto a la soberanía de una nación, aceptemos una práctica deleznable y que atenta no solo contra la dignidad humana, sino que va en contra del derecho inalienable a la vida y a la libertad”[1]
[1] Extracto del capítulo 13, del Libro 6