Iba a empujarlo, golpearlo, sacarlo de encima. Pero entonces vi a una de las sirvientas negando sutilmente con la cabeza.
Si lo golpeo… seré decapitada.
Tragué mi ira.
Tendría que aprovechar esto. Acercarme a la familia real, observar sus movimientos… y luego matarlos. A todos.
—Eres tan pequeña —comentó Henry, dándome una palmada en la cabeza antes de alejarse.
Fingí una sonrisa.
—Ve a cambiarte. Mis mujeres no pueden vestir esos harapos.
Llamó a un sirviente y ordenó que me prepararan una habitación junto a las damas del harem, además de nuevas prendas.
Me tomaron del brazo con rudeza y me arrastraron fuera del cuarto.
Lo detesto, pensé con el pecho ardiendo.
Me zafé como pude.
—¡Puedo caminar sola! —grité, furiosa.
En el camino, me detuve en un pequeño estanque y enjuagué mi boca. Mi primer beso… desperdiciado en uno de los asesinos de mi padre.
—Oye, Cristina… ¿quieres arrancarte los labios? —dijo una voz burlona.
Me giré con rabia.
—No tienes idea… cuánto me gustaría hacerlo, William.
Él me miró sorprendido. No sé si fue por mi tono, mi rostro rojo o las lágrimas que luchaban por no salir.
—¿Estás bien?
—Debemos irnos, segundo príncipe —interrumpió uno de los guardias.
—¿Tú? —lo señalé—. ¿También eres parte de esto?
—¿Parte de qué?
Me acerqué hasta quedar a centímetros de su rostro.
—Me decepcionas —susurré, y me aparté antes de que pudiera responder.
Los guardias volvieron a tomarme del brazo, arrastrándome una vez más.
Me llevaron a otra zona del palacio: lujosa, amplia, iluminada, llena de muchachas risueñas vestidas en blanco, rosa y dorado.
Solo estar aquí me da náuseas…
—Tendrás que acostumbrarte —dijo una de las sirvientas, empujándome dentro de una habitación.
—¿Estoy en una especie de cárcel? —reí con ironía.
—Ya veremos cuánto te dura el humor.
Me tiré sobre la cama, el corazón palpitando de impotencia. Miré al techo, buscando en él la fuerza para no derrumbarme.
“Mantén cerca a tus amigos, pero aún más a tus enemigos.”
Tenía que ganarme el favor del príncipe. Que confiara en mí. Que los guardias me trataran como una más del palacio. Convertirme en la chica del príncipe… y usar esa posición para entrar donde nadie más pudiera. Que él me protegiera cuando me equivocara. Y cuando tuviera todo en mis manos… los mataría a todos.
Carcajeé con fuerza, sin poder evitarlo.
—¿Oye, estás bien? —golpearon la puerta.
—Sí —respondí, recuperando el aliento.
—Todas estuvimos asustadas el primer día. Pero no temas. El primer príncipe es muy amable, solo tienes que hacer lo que pide. Tendrás vestidos, joyas, comida rica…
Abrí la puerta. Una chica de cabello dorado como el sol me sonrió con dulzura. Sus ojos celestes brillaban con sinceridad.
—Soy Cielo. Un gusto.
—Cristina —respondí, un poco desconcertada.
Su nombre le calzaba perfecto. Cielo. Dulce, delicada, cálida. Todo lo que yo no era.
—Bienvenida —dijo—. Aquí podrás aprender a leer, escribir, bordar, lo que te guste. Al príncipe le encanta consentirnos.
—¿En serio?
—Sí. Ya lo verás. Es muy amable.
—Me cuesta creerlo, honestamente.
Ella sonrió con compasión y entró.
—Debes vestirte. Es tu primer día, y Henry querrá que lo acompañes en la cena.
—¿Y por qué debo hacerlo?
—Porque ahora es tu tarea. Si no lo acompañamos nosotras, nadie lo haría. Siempre está tan solo…
Negó con la cabeza, con una tristeza genuina.
—A veces me da lástima ese príncipe.
—No creo que a él le dé lástima castigarte si te equivocas.
Su rostro se endureció.
—Henry siempre intenta cuidarnos, dentro de lo que puede. Solo… pórtate bien, pequeña.
Acarició mi barbilla con ternura y fue hacia el armario. Me entregó uno de los vestidos.
—Póntelo. En un rato vendrán por ti. Y no olvides saludar a las demás. Están muy curiosas por conocerte.