Venganza

Capítulo 6:El secreto del príncipe

Las horas pasaban y aún nadie venía por mí. El estómago me rugía de hambre; no se me permitió cenar porque debía hacerlo con el príncipe.

—Cristina… creo que tendrás que ir por iniciativa propia —Cielo entró al cuarto con expresión preocupada.

—Hace frío y está por llover —me senté en la cama, cruzando los brazos—. Prefiero no ir.

Ella suspiró y se sentó a mi lado.

—Cariño, créeme que te entiendo. Yo estuve en tu lugar hace unos años. Sé que eres joven y tienes miedo, pero todo estará bien si confías en mí y haces lo que te pido. Tengo experiencia con el príncipe… y sé que debes ir.

—¿Y si tanto quiere que vaya, por qué no manda a buscarme? Yo creo que está ocupado con “asuntos reales” y no tiene tiempo para jugar.

—De seguro ahora mismo está bebiendo, tirado en el piso lamentando su vida —sonrió con ternura mientras acomodaba un mechón de mi cabello detrás de la oreja—. Todos necesitamos un poco de cariño en esta vida, y él se siente muy solo.

La miré en silencio, sin saber qué responder.

—Ve. Verás que luego serás recompensada.

—¿Recompensada? —me incorporé.

Ella rió.

—Sí. Todas aquí somos recompensadas por el príncipe.

De acuerdo. Voy a ir. Pero solo porque necesito ganarme su confianza.

—Iré —susurré.

—Bien —se alegró—. Solo sigue recto por este camino y en la primera bifurcación dobla a la derecha. Allí está el ala del primer príncipe.

Asentí y salí.

La noche estaba oscura, húmeda. El frío me calaba los huesos. Aceleré el paso hasta llegar a la entrada.

Desde dentro se escuchaban golpes y estallidos.

—¿Qué quieres aquí, niña? —me detuvo uno de los guardias.

—Vengo a ver al príncipe.

—¿Y quién crees que eres para verlo? Vete si no quieres perder la cabeza.

—Soy una de sus mujeres —me crucé de brazos, intentando que no notaran el temblor de mi cuerpo por el frío y el miedo.

Los guardias me inspeccionaron de pies a cabeza: vestido, anillos, aretes.

—No creo que desee verte ahora…

—Yo creo que sí. ¿No ven que está mal? Él no lo sabe, pero necesita verme.

Ambos se miraron, dudaron… y finalmente asintieron, dejándome pasar.

Si llegaban a tardar un poco más, me convertía en un cubo de hielo…

Adentro, todo estaba oscuro. Al dar un paso, el crujido de vidrios bajo mis zapatos me estremeció.

—¿Primer príncipe? —susurré.

—¿Quién eres? ¿Quién te dejó entrar?

—Soy yo… Cristina. Hoy me pediste que fuera parte del harem.

—Vete. No estoy de humor.

Avancé un poco más y mi pie tropezó con su pierna. Me agaché y, gateando, seguí su cuerpo hasta llegar a su torso.

—¿Qué haces? Te dije que te fueras.

—Afuera hace frío —respondí con fastidio—. Y pienso que necesitas compañía.

Me senté a su lado.

—Si necesitara compañía, la pediría. No mandé a llamarte.

—A veces, cuando más la necesitamos, es cuando menos la pedimos —sonreí, no sé por qué. Tal vez por lástima.

Él no respondió. Tomó la botella que tenía entre manos y bebió otro trago.

Al terminarla, la arrojó con fuerza contra el suelo. El cristal estalló.

—¡Estás loco! —grité, sobresaltada.

—Vete —repitió con voz áspera.

Me acurruqué a su lado y lo abracé.

Mis pensamientos de venganza se peleaban con una parte de mí que empezaba a ver algo humano en ese hombre.

—No sé qué te tiene tan consternado, Henry… pero no estás solo. ¿Acaso no tienes un harem lleno de mujeres?

—Ellas solo quieren joyas. No les importo. Solo por eso se quedan.

—¿Y yo? Estoy aquí sin que me lo pidieras.

—Sí —susurró.

—¿Qué te tiene tan mal, príncipe?

—Si te dijera… mañana tendrías que morir.

—Entonces no me digas. No quiero morir. Pero espero que puedas sentir… que estoy aquí. Que no estás solo.

Silencio.

—Perdón por lo de hoy —murmuró.

—¿A qué te refieres?

—La verdad… es que no me gustas.

Reí bajito, confundida.

—Ninguna de las chicas me gusta —continuó—. Pero cuando llegan aquí se ven tan frágiles… sus manos tan suaves… Y la única forma de rescatarlas del trabajo duro es ponerlas en mi harem.

—¿Entonces… me besaste porque…?

—Porque los guardias tenían que verlo. Ellos le cuentan todo a mi padre. Tengo que fingir que realmente deseo a cada una de ustedes. Hablo, visito, escojo, beso… para protegerlas.

—¿Así que me “rescataste” de ser sirvienta… porque me viste frágil?

No sabía si agradecerle o pegarle.

—No quiero ofenderte —agregó—. Es solo… mi única forma de redimirme. De pagar por mis pecados. Por los pecados de mi hermano. Y de mi padre.

—¿Qué pecados?

—No puedo hablar de eso… —susurró.

Y, poco a poco… comenzó a roncar.



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En el texto hay: romance, vengannza

Editado: 01.07.2025

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